Columbia Sportswear se acerca a fábricas centroamericanas

Obreros cosiendo ropa en Zuntex Apparel, una fábrica de Ciudad de Guatemala donde ahora se confeccionan modestas cantidades de sudaderas con capucha y camisas de pesca de Columbia Sportswear. (Daniele Volpe/The New York Times)
Obreros cosiendo ropa en Zuntex Apparel, una fábrica de Ciudad de Guatemala donde ahora se confeccionan modestas cantidades de sudaderas con capucha y camisas de pesca de Columbia Sportswear. (Daniele Volpe/The New York Times)

La empresa de ropa deportiva está trasladando parte de su producción a Centroamérica en respuesta a la guerra comercial entre EE. UU. y China y las disrupciones de los fletes marítimos.

Stan Burton recorrió la fábrica guatemalteca como quien busca de un tesoro enterrado.

Desde hacía tiempo, su empresa, Columbia Sportswear, dependía de fábricas asiáticas para confeccionar su ropa. Pero la operación parecía cada vez más precaria. Una guerra comercial estaba minando las ventajas de utilizar fábricas chinas para abastecer a los estadounidenses de cortavientos y suéteres de lana. La pandemia había puesto de manifiesto los escollos de depender de los buques portacontenedores para transportar productos a través del Pacífico.

Como jefe de fabricación de ropa de Columbia, Burton, de 52 años, era responsable de mitigar los riesgos. Así que buscó fábricas en Centroamérica para reducir la distancia entre las operaciones de fabricación de la marca y los clientes en Estados Unidos.

Visitó Zuntex Apparel, una planta de Ciudad de Guatemala que ya producía cantidades modestas de sudaderas con capucha y camisas de pesca de Columbia. ¿Podría hacer frente a un pedido mucho mayor?

Cuando Burton llegó a la parte trasera de la planta, contempló boquiabierto una serie de máquinas de fabricación italiana capaces de imprimir elaborados diseños en la ropa.

Juan Sánchez, director general de Zuntex, en la fábrica. (Daniele Volpe/The New York Times)
Juan Sánchez, director general de Zuntex, en la fábrica. (Daniele Volpe/The New York Times)

“Eso es un montaje en serio”, exclamó Burton. “No hay nada que pudiéramos pedirles que no puedan hacer”.

La expedición de reconocimiento de Columbia a Centroamérica es reflejo de una remodelación del comercio internacional que sucede a medida que las fuerzas geopolíticas impulsan a las empresas multinacionales a reducir su dependencia de fábricas lejanas. También da fe de las lecciones de la pandemia: tras una extraordinaria escasez de productos, las grandes marcas están ansiosas por encontrar formas de facilitar la reposición de sus existencias.

Los aranceles estadounidenses sobre una amplia gama de importaciones chinas (que impuso el presidente Donald Trump y continuaron en la presidencia de Joe Biden) han motivado a las principales empresas estadounidenses a desplazar la producción que se hacía en las fábricas chinas. Los sorprendentes aumentos en los precios de flete durante la pandemia impulsaron a las marcas minoristas a explorar la posibilidad de trasladar una mayor parte de su fabricación a ubicaciones más cerca de sus mercados más grandes.

México ha sido uno de los principales beneficiarios, atrayendo inversiones de empresas deseosas de fabricar cerca de los clientes estadounidenses. Este año, México ha superado a China como mayor socio comercial de Estados Unidos.

Centroamérica parece bien situada para atraer a los fabricantes de ropa. Según los términos de un acuerdo comercial, las prendas de vestir confeccionadas en fábricas de la región pueden exportarse a Estados Unidos libres de aranceles si el hilo se produce en fábricas estadounidenses o dentro de Centroamérica.

En los últimos años, Columbia (que tiene sede en Oregón), se ha valido de fábricas de Vietnam y Bangladesh para abastecer a los consumidores estadounidenses. En la actualidad, Centroamérica solo representa el 7 por ciento de su producción mundial, porcentaje que podría duplicarse en los próximos tres a cinco años.

El día anterior, Burton y otro ejecutivo de Columbia, Jeff Tooze —especialista en los detalles de los acuerdos comerciales internacionales— habían visitado una fábrica en El Salvador.

“Estamoshaciendo un cambio significativo en esta región”, dijo Burton. “De verdad nos estamos reposicionando” de Asia hacia otras ubicaciones.

Algunos en el sector dudaban de que el interés de las marcas estadounidenses por Centroamérica sobreviviera luego de que los atascos en los puertos de contenedores quedaran en el recuerdo.

Durante décadas, la confección de ropa se había trasladado a Asia, y especialmente a China, debido a una combinación imbatible: polígonos industriales construidos con fondos públicos y cientos de millones de trabajadores ansiosos de empleo, incluso con salarios mínimos. Los ejecutivos que dirigen las marcas de ropa podrían interesarse momentáneamente por la “resiliencia de la cadena de suministro”, se pensaba, pero su atención volvería inevitablemente a centrarse en los costos.

“La gente tiende a gravitar hacia precios más bajos en Asia”, dijo Juan Sánchez, director ejecutivo de Zuntex, la fábrica que intenta atraer a Columbia. “A nadie lo despiden por ir en pos de precios más bajos”.

Cómo se rompió el modelo

Burton, que mide 1,95 y tiene una sonrisa pícara, es una presencia corpulenta y jovial. El arco de su carrera se remonta a la búsqueda de complementos baratos para el vestuario estadounidense.

A lo largo de tres décadas en el sector manufacturero, ha supervisado las operaciones de las fábricas de Nike en Tailandia e Indonesia, y la producción de Under Armour en China. Hace dos años se trasladó a Portland para incorporarse a Columbia.

La marca fue una de las primeras en mudar su producción de China a Vietnam. Cuando Trump asumió el cargo y desató su guerra comercial contra China, la empresa aceleró el traslado para evitar los nuevos aranceles. Pero, como cientos de otras empresas hicieron lo mismo, los puertos y las zonas industriales de Vietnam se congestionaron.

“Todo el mundo se precipitó”, dijo el abogado general de Columbia, Peter Bragdon. “La capacidad y los costos se convirtieron en un reto con mucha más rapidez”.

Entonces la covid trastornó el transporte marítimo mundial. En el verano de 2021, el modelo de negocio centrado en los puentes sobre el Pacífico ya no parecía seguro.

“Ha sido algo que históricamente no ha preocupado mucho a la empresa”, dijo aquel verano el director ejecutivo de Columbia, Timothy Boyle. “La infraestructura logística siempre fue barata y disponible”.

Cuando esa suposición de pronto se volvió peligrosa, la empresa se preparó para trasladar parte de la producción más cerca de Estados Unidos.

Columbia no se iba de Asia. Más bien pretendía limitar su vulnerabilidad ante otro choque. Ese camino conducía a Centroamérica.

La mayor incógnita era si la región podría producir suficiente tejido para abastecer a las fábricas locales de ropa.

En busca de claridad, Burton y otros cuatro ejecutivos empezaron la mañana en una fábrica que fabricaba tela para Zuntex.

En busca de una alternativa

La fábrica de Texpasa se encuentra a unos 40 kilómetros al suroeste de Ciudad de Guatemala, en un parque industrial incrustado en la espesura de la selva y a la vista de un volcán activo que arroja polvo gris.

Texpasa, una empresa conjunta entre inversores locales y una empresa de Carolina del Norte, fue concebida para aprovechar el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica, que el Congreso estadounidense promulgó en 2005. Suministra tela a fábricas regionales de ropa que exportan a Estados Unidos.

En una sala de conferencias, los ejecutivos de Columbia prestaron atención a una presentación en PowerPoint que promovía los planes de expansión de la fábrica. Abajo había 180 máquinas dispuestas en la planta, capaces de tejer y tricotar el hilo hasta convertirlo en tejido, teñirlo y tratarlo para obtener la textura deseada.

“En la región estamos empezando a ver cada vez con más frecuencia mejores tipos de tejidos e hilos”, y la creatividad de la hilatura que se ve en Asia, dijo Raúl López-Ibáñez, director comercial de la fábrica. “Todavía no hemos llegado, pero estamos llegando”.

Él y los demás directivos de Texpasa destacaron las ventajas de la accesibilidad a los productores de algodón de Estados Unidos, una alternativa a los proveedores de Asia.

Gran parte del algodón asiático se cosecha en Sinkiang, región del oeste de China donde la minoría étnica uigur sufre una opresión sistémica que ha provocado acusaciones de genocidio por parte de Estados Unidos. El Congreso prohibió los productos fabricados con trabajos forzados en China, lo que intensificó los riesgos legales y de reputación para las empresas de confección.

Burton estaba impresionado por la expansión, pero ansioso por acelerar el ritmo.

“Puede que vayan a tener que acelerar su cronograma”, dijo a sus homólogos de Texpasa.

El traqueteo de la maquinaria

En el trayecto a Zuntex, la fábrica de ropa, Burton reflexionó sobre las implicaciones de trasladar la producción a Centroamérica.

Fabricar ropa en la región suele costar entre un 5 por ciento y un 10 por ciento más que en Vietnam, calculó, pero eso antes de tener en cuenta los gastos de envío, por no hablar del tiempo necesario para la entrega.

Trasladar un contenedor de mercancías al puerto de Seattle desde Vietnam solía llevar alrededor de un mes. El mismo cargamento podría enviarse allí desde Guatemala en una semana. Y esa menor duración permitiría a Columbia tener menos existencias en sus almacenes estadounidenses.

La escasez de la pandemia reflejaba en parte que muchas empresas habían ido demasiado lejos con la llamada producción Just in Time, o justo a tiempo, es decir, fabricando apenas lo suficiente para satisfacer la demanda. Habían recortado drásticamente sus inventarios, reduciendo el espacio de sus almacenes, mientras utilizaban los ahorros para gratificar a los inversores con dividendos en efectivo.

Trasladar la producción más cerca de los clientes controlaba los riesgos de mantener pocas existencias, porque los pedidos podían transportarse con mayor rapidez. Este era el elemento que podía hacer viable el justo a tiempo.

En el interior de la fábrica de Zuntex, cientos de trabajadores —tres cuartas partes de ellos mujeres— se inclinaban ante las máquinas de coser, zurciendo telas para confeccionar sudaderas y camisetas. Otras doblaban la ropa acabada en montones para empaquetarla. La fábrica vibraba con el traqueteo de la maquinaria.

Abel Navarrete paseaba lentamente por el edificio. El vicepresidente de Sostenibilidad e Impacto Comunitario de Columbia, estaba preocupado por las condiciones de trabajo, un tema delicado para las marcas de ropa que dependen de la mano de obra de países de bajos ingresos.

Los informes de los auditores parecían sólidos, dijo Navarrete, pero él empleaba un indicador más visceral.

“¿La gente hace contacto visual con los visitantes extranjeros?”, preguntó. “Sí”: los trabajadores hablan y bromean juntos, añadió, otra señal positiva.

Burton quedó impresionado por el margen de crecimiento. La fábrica actual ocupaba poco más de una hectárea de terreno, pero los directivos de Zuntex estaban preparando planes para duplicar con creces ese espacio.

“Estoy viendo aquí algunas de las mejores máquinas del mundo”, dijo. “Tienen bastantes capacidades”.

Peter S. Goodman es corresponsal de economía mundial con sede en Londres. Fue corresponsal económico nacional en Nueva York durante la Gran Recesión. También trabajó en The Washington Post como jefe de la oficina de Shanghái.

c. 2023 The New York Times Company