Christian Coyoc, el entrenador de perros que rastrean jaguares para prevenir su extinción
De niño le gustaba fantasear en la selva. Christian Coyoc Romero creció al lado del monte, en Laguna Om, un ejido ubicado en Quintana Roo, en el sureste de México. A sus 10 años, agarraba una pequeña mochila, guardaba en ella un vaso, un poco de agua, una bolsa con pozole —caldo tradicional con maíz, carne y chile— y un pequeño machete. Con sus viandas en la espalda, se abría paso entre los grandes árboles, donde su imaginación lo transportaba a una aventura por la Amazonía.
“En ese entonces era un poco tonto para andar en la selva, pero andaba por ahí, en las orillas del pueblo. Yo imaginaba mucho. Decía que algún día haría un viaje a otro lado, a hacer algo algo importante”, dice el joven de 30 años. Como varios integrantes de su familia, fue cazador. Hoy se ha convertido en entrenador de perros especializados en la búsqueda de jaguares para su investigación y conservación.
Los perros que ha entrenado han logrado rastrear unos 12 felinos para colocarles collares de rastreo satelital y regresarlos a la naturaleza para su seguimiento y estudio.
Desde hace siete años, Christian Coyoc Romero trabaja bajo la dirección del doctor Gerardo Ceballos, investigador del Laboratorio de Ecología y Conservación de Fauna Silvestre del Instituto de Ecología de la UNAM. Este es un equipo único en el país —y probablemente en América Latina y el mundo— que utiliza perros como método no invasivo para capturar felinos con fines científicos. Durante casi tres décadas, los especialistas, en colaboración con comunidades locales, como el ejido Laguna Om, han explorado la península de Yucatán para estudiar a fondo la especie y desarrollar estrategias que prevengan su extinción.
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A las aventuras reales de Coyoc Romero en la selva, se unió Zafira. Era una perrita casera. El joven la acostumbró a dormir cómoda y calientita con su colcha y una pequeña almohada. De entre todos sus hermanos en la camada, el joven se enamoró de ella. Fueron sus manchas. En una de ellas, dice, le pintó un par de puntos que parecían dos ojitos.
“Por eso es mi niña consentida, y aquí está ahora, trabajando”, agrega orgulloso. “Me siento como un papá que dice: ‘Esa es mi hija’. Ya va a cumplir tres años”, dice el entrenador.
Sus jornadas juntos inician de madrugada. Zafira es parte de una jauría especializada, en la que trabaja con otros perros como Melissa, Tranqui, Guapeche y Franco. Junto a don Francisco “Pancho” Zavala Castillo, un excazador experto de 83 años, recorren los senderos del ejido en búsqueda de rastros que indiquen el paso de un jaguar. Como excazadores y habitantes de la zona, conocen dónde suelen moverse los elusivos felinos y son quienes dirigen a los especialistas hasta su encuentro, generalmente, arriba de los altos árboles de la selva. Allí, el jaguar es sedado y bajado al suelo con cuerdas para la toma de muestras, medidas morfométricas, pesaje y colocación de un collar.
En Mongabay Latam conversamos con Christian Coyoc Romero sobre los aprendizajes y complejidades de su trabajo comunitario para la conservación del felino en uno de los sitios más importantes para esta especie en México.
—¿Cómo inicia su interés por el entrenamiento de perros?
—Desde pequeño me gustaban los animales. Me gustaba el monte, salir a la selva y siempre he tenido amor por los perros. Perro que hallaba en la calle, ¡vámonos! “¡Ya trajiste otro perro!”, me decía la jefa, mi mamá, que era la que hacía corajes.
En cierto tiempo, mi familia se dedicó a la cacería. Mi abuelo era cazador y fue lo que me atrajo de esto. Yo fui cazador. El pueblo era pequeño, todos nos conocíamos y, 15 años atrás, me iba de cacería todos los días con amigos de la colonia. Todo eso me fue atrayendo mucho. Por situaciones familiares, lamentablemente no pude terminar mis estudios. Por un giro del destino, me fui un tiempo a trabajar en el campo, al norte del país.
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Cuando regresé, me dediqué a trabajar en un rancho ganadero. Ahí, por coincidencia, me dijeron que en el proyecto del Laboratorio andaban buscando un trabajador que supiera sobre los perros. “Va, va, sí me echo el tiro”, les dije. “Eso me gusta, qué eres entrón. No te vayas a asustar, ¿eh?”, me dijo don Pancho Zavala.
—¿Así decidió dejar la cacería y enfocarse en la conservación?
—Sí. Llegué, me contrataron, me gustó y digo: “¿Qué estoy haciendo? Estoy acabando con todo. ¿Qué va a quedar más adelante? Si solo yo hago esto todos los días, ¿qué harán 500 personas, mil personas todos los días? ¿Cuántos animales perdemos?” Imaginando qué cantidad de animales podrían quedar en la selva.
Y digo: “Estoy cometiendo un grave error”. Y ahora siento que no es mucho, pero creo que es un granito de arena, que estoy aportando a la conservación. Principalmente, a este gran felino que es el jaguar. Un felino emblemático para nosotros en la península, sobre todo, para la cultura maya, de la que soy descendiente. No puede ser posible que hemos llegado a tal grado de cazarlo, de casi exterminar este símbolo para nosotros.
—¿En qué consiste su trabajo como entrenador de perros?
—Mi trabajo como entrenador consiste en catalogar un perro. Para eso, primero, sacamos crías de una perra guía que sea buena. La cruzamos con otro perro guía también, que tenga buena genética, que sea un perro fuerte. Tratamos de que los perros salgan fuertes, que tengan buen olfato y resistencia porque necesitamos un perro que tenga mucho olfato para este tipo de trabajo.
En el pasado, cuando era permitida la cacería, lo que se hacía para entrenar a un perro tigrero —se les llama así—, era matar a un jaguar. Cuando los perros se encontraban al animal en una carrera y lo llegaban a armar —que es cuando el jaguar está arriba de un árbol—, al felino se le hería de una forma terrible para que los perros se empezaran a pelear con él. La próxima vez, los perros ya tenían una noción de lo que era su olor.
Lo que hacemos ahora es diferente. Entrenamos a los perros con olores de felino para tratar de atraerlos y hacerles una idea de lo que es el olor de un jaguar. No usamos métodos agresivos porque todo cambió. En lugar de restar, tratamos de sumar un granito de arena a la conservación.
—¿Cómo son los olores que utilizan?
—Usamos olores, en su mayoría, de gatos caseros. Impregnamos telas o ropas viejas y tratamos de que los perros se vayan familiarizando con esos olores. Hay ciertos aromas que se asemejan —por decirlo vulgarmente— a la peste del animal, y es lo que tratamos de hacer, que ellos vayan aprendiendo ese método. Por decirlo así, es un cebo artificial. Es lo más benéfico, lo más saludable.
—¿Cómo es una jornada de trabajo de campo en la selva?
—Nosotros tenemos que salir primero. Llevamos a un perro guía que, en este caso, es Melissa, una de los mejores perros que tenemos en la jauría. Llegamos con Don Francisco Zavala y, desde un día antes, empezamos a buscar lugares. Como nosotros ya tenemos noción de lo que es la zona y dónde podría moverse el animal, vamos directo allí y empezamos a buscar rastros. Son rascaderos, excretas, echaderos en las zonas que conocemos. Zonas donde hay presas potenciales para el animal —como el pecarí— es a donde vamos a rastrear.
Cuando llegamos con el perro, ya no persigue a otro animal que no sea el jaguar, porque ya tiene noción del aroma y ya sabe cuál es su trabajo. Otro animal ya no lo puede engañar y no tiene interés por eso.
Entonces, llegamos y, cuando el perro se vuelve frenético, todo cambia. Al principio, el perro llega tranquilo, pero cuando empieza a olfatear y a rastrear, va aumentando su frenesí. Ahí nos damos cuenta de que hay un rastro, que pudo haber pasado un animal.
Huele, siente el rastro, confirma y regresa con nosotros porque la jauría no está completa. Ahí es donde estamos seguros de que podemos soltar a los demás. Ya está confirmado que tenemos una carrera. Regresamos con todo el equipo [de científicos] que ya nos está esperando en el camino para hacer el resto del trabajo.
—¿Cada perro tiene una personalidad diferente?
—Melissa es la líder. Aquí, en el campamento, es una perra muy calmada, muy obediente y muy entendida. Ya en el campo se transforma en otra cosa. Se vuelve loca, es un frenesí. Es una perra que tiene mucho olfato, una perra que es muy aferrada, muy resistente: aunque esté cansada, ella trata de seguir. Aunque llegue a lo último, ella llega. Esa es su personalidad: es puntual, es aferrada, es luchadora.
Zafira, otra de las perras, ha crecido aquí. Primero estuvo su mamá, que trabajó con nosotros, pero luego llegó el tiempo en que se tuvo que retirar, porque no todo es eterno. De toda la camada que dio, solo nos quedamos con una, con Zafira. Me gustó, algo me atrajo de ella: sus manchitas. Cuando era pequeña, me enamoré de ella porque por pura curiosidad le pinté unas manchas y parecían unos ojos, se parecía al malvavisco gigante que salía en una película. Cuando era cachorrita, le pintaba los ojitos con marcador y la sacaba a la calle. Me decían: “Véndemela, está preciosa la perra”. No, no, no, les decía, esta es la mía. Me enamoré de la perra y decidí quedármela. Simplemente por enamorarme. Y aquí está ahorita trabajando. Es muy tierna. Le hablas y es muy entendida, inteligente y obediente. Es lo que tiene: obediencia.
Hay perros que salen muy buenos, perros de los que te encariñas, tú los ves crecer, tú les enseñas, ves el fruto de tu trabajo hecho ahí en ellos. Es como si fuera un hijo para ti, es una emoción que te embarga por dentro. Qué mayor satisfacción para un cazador que ver culminado el acto de tu animal, el trabajo ya hecho, la cereza del pastel. La gratificación para un cazador es que tu perro te entregue la presa. Es algo que te pone la piel chinita, una emoción indescriptible.
—¿Cuántos jaguares han encontrado sus perros?
—En lo que yo he estado aquí, han sido unos 12 jaguares. Han sido experiencias muy llenas de adrenalina. Caídas hay bastantes, pero uno no las siente en ese momento. Tú estás enfocado a lo que vas. Te concentras solo en eso: “Quiero agarrarlo, quiero agarrarlo”. En mi mente no hay otra cosa que solo eso.
Y cuando una carrera se pierde, digo: “¿Qué está fallando? ¿En qué estoy fallando?” Empieza eso en mi mente, pero me digo cálmate. Todo va a salir bien, hay que conservar la calma, hay que esperar, tenemos tiempo, no hay prisa, todo con tranquilidad para que las cosas salgan bien. Tomo un respiro. Es un poquito estresante, pero emocionante y no me quiero perder ni un segundo. Por eso sigo.
—¿Han vivido alguna situación de riesgo al intentar capturar un jaguar?
—Sí. Una vez un jaguar se quedó en el suelo. Recuerdo que mi antiguo compañero, Marcos, me decía: “¡Güey, va a matar a la perra, va a matar a la perra! ¡Se está peleando con ellos!” Frente al tronco de un árbol estaba el jaguar y nosotros al lado. Se acercaban los perros y se les venía. Y decía Marcos: “¡Ahorita se la voy a quitar!” Jaló a la perra de las patas y la aventó para allá. Y me seguía gritando: “¡Güey, el otro perro, lo va a matar!” No, le digo, ahorita no, ya ni modo. Pero también le jaló las patas al perro y lo salvó. Estaba muy atacado. Al jaguar lo dejamos irse.
En otra ocasión, mi compañero Marcos se subió al mismo árbol donde estaba una tigra, una hembra de jaguar. Estaba tuerta. Nosotros le pusimos “La esposa de Scar”, como en el Rey León. Tenía un ojo blanco y tenía la cicatriz. Yo infiero que se habrá peleado por comida o por el celo. A mi compañero le tocó lazarla para bajarla del árbol, pero al momento de jalar la cuerda, el animal se voltea. El árbol estaba en un ángulo como de 45 grados y en cuestión de segundos el animal giró. En un cerrar de ojos el animal se dejó venir hacia él y le quedó a escasos 50 centímetros. Se quedaron viendo así y todos con el alma en un hilo, ¿te imaginas? Pero se frenó el animal y ya de ahí fue que empezó a quedar inmóvil.
Todavía estaba llegando el equipo y ya habíamos puesto una lona para que bajara el animal. Pero el jaguar todavía sintió que cayó en algo suave, en la lona, e hizo el intento de salir otra vez. Con todo y lazo quiso salir corriendo. Todos estábamos espantados.
—Ha dedicado algunos años de su vida a esto, a entrenar a los perros, a quererlos, a compartir y lograr objetivos con ellos. Para usted, ¿qué significa este proyecto?
—Muchas personas me dicen: “Oye, es un trabajo muy bonito el que tienes por ayudar a la conservación”. Y yo les digo que es gracias al proyecto, al doctor Gerardo Ceballos, que me dio la oportunidad de trabajar con ellos, de sumarme a su grupo para poder ayudar. Esto me llena de orgullo, de satisfacción. Me contrataron para hacer algo que me gusta, que me fascina.
Y es lo que platico con el doctor: que yo no me quiero perder ni un capítulo de todo esto. Un segundo perdido es como una semana para mí. Por eso agradezco a quienes apoyan este proyecto, a los donadores, a todos ellos les agradezco mucho por darme la oportunidad de trabajar para sumar a esta causa tan noble.
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Me gustaría dejar algo, aunque sea una base de cimentación o sembrar aunque sea un poquito de conciencia en cada persona que vea o que escuche una plática, un folleto, un comentario, un video. Tal vez no puedo llegar a una gran multitud, pero a las pocas personas que me rodean, quizás sí. Quiero hacer aunque sea una pequeña diferencia en eso. Gracias a este proyecto, se está logrando