Chicos con altas capacidades intelectuales: el desafío de las familias para aprender a educar a un hijo “superdotado”
Desde que Federico Piñeiro, técnico textil y comerciante de 33 años, y Laura Visconti, arquitecta de 36, supieron por qué su hijo ya demostraba a los tres meses su motricidad fina, sus vidas cambiaron para siempre. Que Joaquín tomara objetos con sus manos era mucho más que estar “quemando etapas muy rápido”. “Siempre fue un chico que se destacó mucho en ese sentido”, dijo su padre.
Ahora, Joaco, como le llaman, tiene seis años y sus padres saben que tiene altas capacidades intelectuales, y que forma parte de ese 2% de la población mundial que presenta esas características. También, perciben que su hermano Juan Manuel, de dos años, las tenga. La pareja del barrio de Flores está haciendo cambios fuertes para promover más la capacidad de Joaquín, como una mudanza y la inscripción en otro colegio por recomendación de especialistas. A diario, ellos lidian para que reciba una educación acorde y que los hermanos tengan la mejor de las crianzas.
La psicóloga Ananda Rosso indicó que si bien la Ley de Educación Nacional contempla el trato con estas personas de forma escueta, en la realidad eso no se aplica. “Hay escasa, por no decir nula formación docente en la temática y los colegios, en su mayoría, no están preparados para atenderlos, Si bien ‘son más capaces’, también requieren apoyos”, describió.
La familia se contiene mutuamente a lo largo de este proceso. Laura lo ejemplificó con la vez que no podía contener sus lágrimas delante de su hijo. De él, enseguida, recibió un vaso con agua, abrazos, mimos y un “todo va a estar bien, mamá”. “Me decía ‘pucha, yo tengo que ser el adulto. Yo tengo que decirte a vos estas cosas’”, contó para mostrar la sensibilidad que tiene su hijo, otro rasgo de su condición.
“Aprendimos en todo este tiempo, en gran parte gracias a Mensa (organización internacional que identifica y une a estas personas), a amigos y a profesionales en la materia, a hacer las preguntas correctas”, dijo Federico. “Preguntábamos [a los colegios] si había más contención y demás datos y ellos nos decían que sí y etcéteras, y, en realidad, la pregunta era si ya habían tenido un caso de altas capacidades”, añadió.
Este año Joaquín pasó de un colegio privado a otro más chico. “Buscábamos que sean más enfocados a él, que lo comprendan. Lo estamos cambiando porque en primer grado no lograron lo que queríamos y Joaco tampoco la pasó bien”, señalaron. El niño se había apartado del grupo y a tener actitudes muy rebeldes contra los adultos.
Tanto Federico como Laura tienen en vista a Creaidea, una asociación civil creada por miembros de Mensa y apuntada a los chicos para trabajar en su estima y desarrollo personal. ”Son niños curiosos, inquietos y demandantes, muchos están pensando y se están moviendo. Hay una especie de combinación incluso en el aspecto de que nunca se quieren dormir”, contó Héctor Roldán, presidente de la organización y uno de los fundadores.
Contrario a lo que se cree, tener una alta capacidad intelectual no es ser inteligente, sino recibir mejor una determinada información en comparación al resto. “Tampoco son personas con orientación a las matemáticas u otras ciencias duras como se cree y hasta hay quienes empezaron varias carreras y no terminaron ninguna, eso es bastante común”, detalló Rosso, quien también forma parte de Mensa.
No se sabe los motivos para ser “superdotado”, como se dice en España, no es verdad que la genética sea la causa. Laura nunca se sintió muy inteligente, peor sí destacó que le gustaba leer mucho, impulsada por su madre, y que armaba rompecabezas hasta por el reverso de sus piezas. Pero Federico tuvo otra historia y reconoció que tuvo la fortuna de tener buenos docentes estatales y privados, que supieron tratarlo desconociendo lo que pasaba.
“No sé si Joaco se cruzó con malos maestros o es el sistema educativo actual o lo que sea, pero no hay forma de que encaje”, comparó Federico con respecto de su propia experiencia. Y añadió: “Cuando vos decís superdotado o alto coeficiente total, te dicen ‘¿y qué tiene de malo?’. Tiene un montón de cosas, el chico necesita más ayuda, porque se aburren rápido, se frustran fácilmente. Y si el colegio no está preparado o no tiene intenciones, el chico puede sufrir mucho”.
La adultez
”Joaco piensa que está a la par de un adulto”, dijo su padre al recordar que pedía justificaciones para hacer la tarea. Al sentirse vencido en la discusión, el chico pedía permiso para ir al baño para luego no volver. “Él buscaba su escape de alguna manera, buscando quebrar el sistema”, destacó quien constantemente une su pasado con el presente de su hijo.
Rosso enumeró otros rasgos de estas personas que se repiten en la vida laboral: la necesidad imperiosa de aprender, la memoria, la creatividad, las soluciones originales, el rechazo de la rutina, la preferencia por trabajar en soledad, la elevada frustración, que la tarea sea desafiante y la posición de liderazgo.
La especialista indicó que, contrario a lo que se cree, un gran porcentaje de chicos con altas capacidades no presenta buen rendimiento académico. Y alertó: “Cómo se desarrolle ese niño y se transforme en adulto dependerá muchísimo de las condiciones bajo las cuales lo hizo y, especialmente, si sus necesidades fueron consideradas”.
Según Rosso, en el país la temática recién se esta visibilizando. Por ende, no es casualidad el alto porcentaje de los adultos con altas capacidades que no han atendido sus necesidades en la infancia y que presentan cuadros de ansiedad, depresión y ciertas dificultades en el momento de encontrar grupos de pertenencia. La psicóloga indicó que estas problemáticas podrían disminuir si se fortalece la detección temprana y la intervención en la población infanto-juvenil.
Descubrir y comprender lo que pasa
Durante su paso por la sala de dos años en el jardín, Joaco sabía ya lo que significaba un abrazo, se los daba a sus compañeritos que luego lloraban asustados, y, en sala de cinco, no se integraba con los demás. La familia había acudido a una psicopedagoga que concluyó que el chico sufría muchos cambios y que eran parte de los “rezagos que había generado la pandemia”.
Esa sala de cinco representó su peor año. Joaco llegó a manifestarle a su padre que no quería entrar más al establecimiento porque “se aburría”. “Yo no sabía qué responderle”, recordó Federico, la justificación le parecía “racional”. En este camino, su padre conoció a un nuevo amigo que, en una charla, le contó que era miembro de Mensa y, más tarde, recorrió la web de la entidad donde vio una nota sobre cómo saber si se está criando a un hijo superdotado.
El texto le puso “la piel de gallina”: “Leo un montón de cosas que son cualidades o actitudes comunes dentro de estos chicos y lo estaban describiendo Joaquín”. La madre y el padre siguieron investigando y sorprendiéndose cada vez más. Ahí fue cuándo descubrieron que una de las causas podría ser genética. Federico y Laura, convencida por él, rindieron el examen de Mensa, que consta de ejercicios de lógica, y lo aprobaron.
Federico es quien más recapituló su vida ni bien se presentó a la merienda de bienvenida de Mensa para los nuevos miembros. “Me encontré con un montón de gente que había vivido cosas similares a las de mi infancia”, afirmó. El matrimonio está consciente que son parte de una “recontra minoría” y con pocos profesionales en la materia y muy demandados.
De esta merienda, el padre de Joaquín recuerda la mención de la palabra “camuflaje” como un acto que llegaron a hacer todos en su pasado para encajar en la sociedad. Laura, por ejemplo, en la secundaria había dejado la tarea a un lado por sus amistades. “Yo digo que la naturaleza nivela, cuando te da mucho de un lado te saca por otro”, dijo para resumir lo que fue descubriendo en esta nueva etapa.
“No es que él [Joaco] tiene un problema, no lo tiene, simplemente es diferente.”, señaló ella. “Y es difícil que el sistema educativo lo entienda”, aportó Federico. Ellos decidieron contar su historia a LA NACIÓN “para que se entienda más en la sociedad lo que son las altas capacidades y, por decirlo así, lo malo o lo diferente que tiene”. Federico había sufrido mucho al ver llorar a su hijo por no querer entrar al colegio: “Volvía a casa con ella destrozado y siento que, en parte, mi vida se ralentizó por esto”.
El padre ahora sabe lo que es tener altas capacidades intelectuales desde otro ángulo: “La mayoría de los miembros de Mensa decimos que tenemos mucha inteligencia racional, pero muy poca emocional. Coincidimos en que nos es difícil relacionarnos o mantener una relación a lo largo del tiempo, somos muy fríos en ciertos sentidos y en otros muy sensibles, pero es como que no nos terminamos de entender, y menos a esa edad, entonces terminábamos aislados”.
El desafío personal de Federico es evitar que sus hijos pasen por “el camuflaje”. “Sé que no lo voy a lograr, porque hay procesos que tienen que vivir, pero trataré de que sea lo más sencillo de alguna manera”, admitió. Y destacó: “Si Manu también va por ese camino, por lo menos tendrá a su hermano como guía”.
Libros, películas y series
“Hay muy poca información disponible, hay muy pocos profesionales, poca bibliografía, incluso”, reveló Federico, quien recomienda Demasiado inteligente para ser feliz, de Jeanne Siaud-Facchin. Héctor Roldán, de Creaidea, dijo que El niño feliz, de Dorothy Corkille Briggs, le cambió la vida y Ananda Rosso nombró Hijos con altas capacidades: el reto de educarlos, de Olga Carmona.
En cuanto a material audiovisual, Roldán y Rosso destacaron la ópera prima de Jodie Foster Mentes que brillan (Little Man Tate) como ejemplo de historia. La psicóloga también incluyó a la miniserie Gambito de dama y los films En busca del destino, con Matt Damon y Robin Williams, y la nacional Una Flor en el barro. protagonizado por Nicolás Francella, estrenada el año pasado.