Charles Howard Hinton, el matemático que escribía “romances científicos” y repartía herramientas para ver la cuarta dimensión
"Otros buscan y logran no pocas veces la nombradía; Hinton casi ha logrado la tiniebla. No es menos misterioso que su obra", escribió el autor argentino Jorge Luis Borges en el texto introductorio a sus "Prólogos de la Biblioteca de Babel".
Hablaba del matemático Charles Howard Hinton, quien nació en 1853 y vivió en ese fin de siècle en el que la tecnología, con sus trenes y artefactos voladores, insistía en achicar el mundo mientras que la ciencia y el arte se empecinaban en expandirlo.
Esa gran expansión dio lugar a una asombrosa idea que flotaba en los círculos intelectuales: el concepto de una cuarta dimensión.
No se trataba de la de tiempo-espacio que nos dio la teoría especial de la relatividad, sino de una imaginada por matemáticos, físicos y filósofos cuando Albert Einstein estaba en pañales.
La cuarta era una dimensión espacial y Hinton fue uno de sus principales teóricos y divulgador.
¿Espacial?
¿Se refería a un espacio o a un lugar real o imaginado? De cierta manera, a ambos.
La filosofía del hiperespacio de Hinton se basaba en la creencia de que la cuarta dimensión existía como un espacio trascendental pero material, que era accesible tanto para la mente como para los sentidos físicos.
Su 4D era real y hasta se podía ver y experimentar, pero mediante la expansión de la conciencia.
Lo primero que invitó a hacer, en el ensayo "¿Qué es la cuarta dimensión?" fue "cuestionar todo lo que parece arbitrario e irracionalmente limitado en el dominio del conocimiento", algo que "a menudo se ha aplicado con éxito en la búsqueda de nuevos hechos".
Explicó que se refería a cuestiones tan arbitrarias e irracionales como el que existieran sólo tres estados de la materia -sólido, líquido y gaseoso- o el que hubiera "tres y sólo tres direcciones".
"El espacio, tal como lo conocemos, está sujeto a una limitación", escribió.
Pero esa limitación era superable e intentarlo era beneficioso pues el acceso a dimensiones superiores permitiría la interconexión entre conciencias.
Aunque, escribió Hinton, "es ciertamente extraña la forma en que debemos comenzar a pensar en el mundo superior". La clave para acceder a otra dimensión era ejercitar la mente.
Con ese fin, diseñó y perfeccionó a lo largo de los años unas herramientas que consistían en una serie de cubos de colores que, cuando se ensamblaban mentalmente en secuencia, podían usarse para visualizar un hipercubo en la cuarta dimensión del hiperespacio.
"Por ejemplo, el desplazamiento del cubo rosa-oscuro hacia arriba y hacia la izquierda desencadenaba una compleja serie de movimientos de todo el conjunto. A fuerza de semejantes ejercicios mentales, el devoto lograría intuir paulatinamente la cuarta dimensión", explicó Borges.
Romances
Pero los cubos de colores y los textos académicos, como el mencionado ensayo "¿Qué es la cuarta dimensión?" y el libro "Una nueva era de pensamiento" (1888), en el que presentó "un sistema completo de pensamiento tetradimensional: mecánica, ciencia y arte", no fueron sus únicos métodos para introducir al público en la nueva dimensión.
Para él, no era algo que se podía articular en un solo texto ni de una sola forma: requería de elementos variados y de la creatividad del lector para conectar y establecer vínculos entre distintas perspectivas presentadas en diferentes formas hasta llegar a imaginar esa cuarta dimensión.
Por eso escribió además relatos fantásticos -historias de ciencia ficción, antes de que este género existiera- que fueron publicados junto con textos académicos en sus "Romances científicos" de 1884 y "Romances científicos: segunda serie" de 1896.
Su idea era que al expandir la condición que nos permite percibir y concebir, se podía "educar" y expandir la imaginación.
Cada texto era como un segmento que, al combinarlo y fusionarlo mediante un acto de imaginación, le daría al lector una imagen más completa hasta que adquiriera la facultad de intuir esa cuarta dimensión. Era entonces que se abría un nuevo horizonte.
Con ese fin, creó una serie de personajes curiosos como "Estela", una mujer invisible que es cortejada y explotada por hombres que creen en ella aunque no la pueden ver. Fue la primera historia de invisibilidad humana inducida científicamente.
O como "El rey persa", que se queda atrapado en un valle sin salida en el que se encuentra con Demiourgos, un anciano que se presenta como "el creador de los hombres" y quien crea para el rey un microcosmos con seres cuya fuerza vital crece y decae según las leyes de la termodinámica.
También está el señor Smith, uno de los personajes de "Una comunicación inconclusa" que es un "desaprendiz" profesional, al que el narrador acude para desaprender, más no olvidar, los "sórdidos detalles" de su historia personal y la historia de la civilización occidental.
El olvido
A pesar de todo, Hinton cayó en el olvido. "Los diccionarios biográficos lo ignoran; no hemos hallado más que unas pocas referencias fugaces en el Tertium Organum (1920), de Ouspensky, y la Geometry of Four Dimensions (1928), de Henry Parker Manning", apunta Borges.
Una de las razones fue que, en 1883, tres años después de su matrimonio con Mary Boole -la hija de del matemático George Boole, cuyo sistema de lógica sustenta nuestras consultas en los motores de búsqueda-, Hinton se casó con su amante de toda la vida, Maude Florence, bajo el seudónimo de John Weldon.
Maude sabía que él ya estaba casado pero lo hicieron, según ella misma dijo, "para darles cierta legitimidad" a los gemelos que estaba esperando.
Pero tres años más tarde, la presión de mantener dos hogares se volvió excesiva, y Hinton tuvo que confesarse con su primera esposa y luego ante un juez.
Fue juzgado por bigamia y, gracias a sus conexiones, condenado sólo a tres días de cárcel. Sin embargo, su prestigio se agotó e, incapaz de encontrar trabajo en Reino Unido tras su condena, emigró con su familia a Japón en 1887.
En 1893 se embarcaron con destino EE.UU. donde Hinton asumió el cargo de instructor de matemáticas en el College of New Jersey, la institución que en un par de años se convertiría en la Universidad de Princeton.
Allá inventó una máquina que disparaba pelotas de béisbol a los bateadores y funcionaba con pólvora. Aunque por un tiempo su artilugio lo hizo célebre, la máquina dejó de usarse "debido al miedo que provocaba en los bateadores", según le explicó un contemporáneo a The New York Sun en 1907.
Mientras tanto, su carrera académica fue declinando. Tras un breve paso por la Universidad de Minnesota, trabajó como en el Almanaque Náutico del Observatorio Naval de EE.UU., calculando las posiciones futuras de los cuerpos celestes en la esfera del cielo para la navegación marina.
Pero no dejó de escribir, publicar y desarrollar sus teorías tetradimensionales, así como de dictar conferencias en sociedades científicas y filosóficas.
El 30 de abril de 1907, cuando tenía 54 años, tras dar una charla una sobre ellas y brindar por las filósofas, cayó muerto en el vestíbulo de la Sociedad de Investigación Filológica en Washington.
Sin embargo...
Una palabra lo mantuvo vivo: el término "teseracto", que acuñó en "La nueva era de pensamiento" para nombrar a sus hipercubos, se convirtió en su legado más obvio, aunque de ninguna manera, el único.
También es conocida su influencia en la obra de H.G. Wells "La máquina del tiempo", en la que el viajero explica en términos de geometría la cuarta dimensión como hizo Hinton, aunque en su caso se trata de una temporal en lugar de espacial.
El efecto, no obstante, es el mismo que Hinton imaginó: "Un cuerpo de cuatro dimensiones aparecería repentinamente como un cuerpo completo y finito, y desaparecería repentinamente, sin dejar rastro, en el espacio...".
Pero la huella del matemático fue más marcada y en los últimos años se ha venido rastreando con renovado ahínco, rescatándolo de las tinieblas y revelando cómo sus ideas permearon el mundo cultural durante décadas (y siguen presentes en experimentos mentales y en la ciencia ficción).
En las artes visuales, por ejemplo, ese concepto espacial y geométrico se evidenció en los intentos del cubismo de visualizar todos los lados de un objeto a la vez, y pervivió entre los surrealistas, a pesar de haber sido desbancado por el espacio-tiempo de Einstein.
En las letras, la cuarta dimensión tuvo un gran impacto en novelistas de la talla de Henry James, Olive Schreiner, W. E. B. Du Bois y Ezra Pound, así como intelectuales como Karl Pearson, Havelock Ellis y William James.
No en vano Borges le aseguró un lugar en su legendaria biblioteca.
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