Charles Byrne, historia del gigante irlandés que lleva dos siglos buscando el mar

Cuando Charles Byrne nació en el 1761 en en condado de Derry, Irlanda del Norte, los conocimientos que la medicina tenía sobre enfermedades genéticas extrañas como el gigantismo eran simplemente nulos. Tal vez harto de haberse ganado la vida de aquí para allá como atracción ambulante, Byrne, que llegó a medir 2,31 metros antes de morir prematuramente a la edad de 22 años, pidió por escrito a sus amigos que cuando le llegase su hora, introdujesen su cuerpo en un ataúd de plomo y lo arrojasen al mar. Con ello trataba de evitar que algún traficante de cadáveres ávido de fortuna comerciase con su cuerpo. Después de todo en el siglo XVIII, médicos dispuestos a comprar tan imponente trofeo no iban a faltar.

Charles Byrne, el gigante irlandés, junto a varios nobles de Edimburgo y un enano. (Crédito imagen Wikipedia).
Charles Byrne, el gigante irlandés, junto a varios nobles de Edimburgo y un enano. (Crédito imagen Wikipedia).

¿Se cumplió su deseo? Me temo que no. Su enorme esqueleto, expuesto en las vitrinas del Museo Hunterian de Londres (un lugar poco conocido incluso para los habitantes de la capital británica, ya que se esconde dentro de las dependencias del Colegio de Cirujanos del Reino Unido) destaca en un lugar prominente de la sala llamada “Crystal Gallery”.

Ahora, movidos por la creciente ola de indignación pública, los responsables del museo se están planteando cumplir la última voluntad del gigante irlandés, aprovechando que se han cerrado sus instalaciones para emprender unas reformas en profundidad que durarán un trienio. Los responsables de esta institución londinense tienen así hasta 2021 para decidir si finalmente Byrne recibe justicia.

Al igual que en otros casos similares, (en España tenemos la historia del gigante extremeño que vendió su cuerpo a la ciencia por 3000 pesetas) Byrne abandonó su hogar familiar al llegar la adolescencia para buscar fama y fortuna. Tras viajar a lo largo de toda Inglaterra como “atracción curiosa”, Byrne recaló en Londres donde se hizo una celebridad.

Sin embargo, muy pronto Byrne entró en una espiral destructiva. Después de que le robaron en un pub los ahorros de toda su vida, el enorme irlandés se dio a la bebida, contrajo tuberculosis y murió a la edad de 22 años. En un periódico de la época (1783), se cuenta que un ejército completo de cirujanos se lanzó a la puja de su cuerpo, y que rodearon la casa del pobre Byrne “tal y como los arponeros harían alrededor de una ballena”.

Buscando cumplir las últimas voluntades del irlandés, sus amigos comenzaron a organizar un entierro marítimo en Margate, localidad costera situada 125 kilómetros al sudeste de Londres. Por desgracia, posiblemente después de sobornar a un empresario de pompas fúnebres para que cambiase el cadáver, el anatomista escocés y pionero de la cirugía John Hunter adquirió los restos de Byrne.

Cuatro años más tarde, el esqueleto apareció en la colección privada del Museo Hunterian, y allí ha permanecido expuesto al público durante gran parte de los dos siglos que siguieron desde entonces.

Sala del museo Hunterian de Londres en la que se exhibe el esqueleto de Charles Byrne. (Crédito imagen: Wikipedia).
Sala del museo Hunterian de Londres en la que se exhibe el esqueleto de Charles Byrne. (Crédito imagen: Wikipedia).

Hasta ahora, el museo había rechazado las peticiones para que el esqueleto se retirase de sus vitrinas, argumentando que su cuerpo posee un importante “valor educativo y de investigación”. Podría, por ejemplo, permitir la identificación de genes compartidos entre Byrne e individuos vivos que padeciesen la misma afección, conocida como gigantismo acromegálico.

En conversaciones con un periodista de The Guardian, Thomas Muinzer, profesor de derecho que ha investigado el caso, ha afirmado: “Usted o yo podríamos donar nuestros cuerpos a la investigación médica, pero eso no presupone que uno de nosotros pueda ser exhibido como novedad u objeto de curiosidad. No hay ningún supuesto razonable para mantener el cuerpo en exhibición… el entierro parece lo más humano, sensato y ético“.

El periodo de renovación del Museo Hunterian podrían ser una gran oportunidad para retirar el esqueleto sin dejar un espacio en blanco en sus vitrinas. Ciertamente, el mero hecho de que hayan anunciado que lo están considerando va a hacer muy complicado que puedan echarse atrás.

Además, al contrario que con otras piezas de su colección, obtenidas antes del inicio de la cultura del consentimiento, en el caso de Charles Byrne existe una petición explícita y clara por su parte de lo que deseaba hacer con su cadáver.

Si finalmente el museo accede, algunas de las personas que han apoyado su causa y que desean que se cumpla su última voluntad, han sugerido que lo ideal es que el cadáver regrese a Irlanda del Norte para ser enterrado cerca del pueblo natal del gigante, Drummullan.

Me enteré leyendo The Guardian.