Catalepsia, la asfixiante sala de escape que resucita el miedo ancestral a ser enterrado vivo

La tafofobia fue un temor generalizado en el siglo XVIII, cuando abundaban los casos de personas declaradas muertas por error y sepultadas prematuramente

Catalepsia es una sala de escape –o escape room– creado en Barcelona, España, en la que los participantes deben escapar del ataúd donde están encerrados (Foto: Reuters)
Catalepsia es una sala de escape –o escape room– creado en Barcelona, España, en la que los participantes deben escapar del ataúd donde están encerrados (Foto: Reuters)

Además de darle nombre nombre a alguna olvidada banda de rock en español de los años 80, la palabra “Catalepsia” supone una condición médica que a menudo se confunde con la muerte y también a a la sala de escape –o escape room– más pequeña, acaso claustrofóbica y aterradora, del mundo.

Una sala de escape es un juego de acción en vivo muy de moda en estos tiempos el que un grupo de participantes debe descubrir pistas, resolver acertijos y llevar a cabo diversas tareas dentro de una o varias habitaciones con el fin de, precisamente, escapar dentro de un límite de tiempo. Las salas de escape suelen ser temáticas y van desde escenarios de ciencia ficción hasta comedias, pasando por los históricos, de fantasía y de terror.

En el caso de Catalepsia, la sala de escape creada por la empresa española Horror Box, de Barcelona, el desafío no ocurre en habitaciones sino en un ataúd. Inspirado en el terror ancestral a ser enterrado vivo –tafofobia o tafefobia—, en este desafío, los participantes son encerrados en ataúdes y disponen de 30 minutos para escapar resolviendo acertijos, trabajando en equipo con otro jugador en un ataúd adyacente y comunicándose mediante altavoces.

Como en casi toda sala de escape, los participantes son observados por cámaras de circuito cerrado por la maestra de juegos, Aurora Alvariño, para quien las salas de escape son “un gimnasio para la mente”.

En el caso específico de Catalepsia, Alvariño ha dicho que esta experiencia busca recrear “una situación que eventualmente todos enfrentaremos: nuestro propio entierro”.

George Washington temía tanto a la posiblidad de ser enterrado vivo, que en su lecho de muerte pidió que no lo metieran en el panteón hasta al menos tres días después de morir. Y así ocurrió. (Foto: Wikimedia Commons)
George Washington temía tanto a la posiblidad de ser enterrado vivo, que en su lecho de muerte pidió que no lo metieran en el panteón hasta al menos tres días después de morir. Y así ocurrió. (Foto: Wikimedia Commons)

La tafofobia, un miedo muy popular

En 1891, el psiquiatra italiano Enrico Morselli (1852-1929) acuñó el término “tafofobia” para describir un estado extremo de claustrofobia causado por el temor a ser enterrado vivo. Aunque el origen de este fenómeno psicopatológico no es del todo claro, se sabe que guarda estrecha relación con el problema de la muerte aparente y los entierros prematuros.

La tafofobia fue un miedo generalizado en los siglos XVIII y XIX, una época en la que abundaban las historias de personas declaradas muertas por error y enterradas prematuramente. Luego, se descubría con señales físicas de haber vuelto a la vida: rodillas magulladas, uñas rotas y ataúdes rayados al intentar escapar desesperadamente.

Ahora bien, ¿cómo saber que una persona estaba muerta o no? Dada la carencia de técnicas y tecnologías médicas para determinarlo con precisión, lo natural en aquellos tiempos era apoyarse en los latidos del corazón, pero, entre lecturas inexactas y otros errores, más de un infortunado acabó enterrado antes de tiempo.

A medida que estas historias se difundían de boca en boca o en los periódicos de la época, aumentaban los casos la tafofobia y las personas que solicitaban la cremación o la decapitación antes del entierro, por si acaso.

En su biografía Washington: A Life, el escritor Ron Chernow cuenta que George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, considerado el Padre del País, tenía tanto miedo de ser enterrado vivo que en su lecho de muerte pidió que no lo metieran en el panteón hasta al menos tres días después de morir, y se cumplieron sus deseos. Washington el 14 de diciembre de 1799 y fue enterrado en Mount Vernon el 18 de diciembre de 1799. Tenía 67 años.

Otro que sufría de tafofobia era el legendario pianista y compositor polaco Frédéric Chopin. En sus últimos días, temiendo que pudiese ser enterrado vivo, pidió que al momento de que le declarasen muerto, le sacaran el corazón del cuerpo y lo enterraran en su Polonia natal. Así ocurrió. Chopin murió el 17 de octubre de 1849 y descansa en el Cementerio de Père Lachaise, en París.

Su corazón fue sumergido en alcohol –al parecer, coñac– en un recipiente de roble.

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En el siglo XVIII, cuando la tafofobia era un miedo generalizado entre la gente, se desarrollaron unos ataúdes en los que enterraban a los muertos con una cuerda atada a una campana en la superficie. (Foto: Wikimedia Commons)
En el siglo XVIII, cuando la tafofobia era un miedo generalizado entre la gente, se desarrollaron unos ataúdes en los que enterraban a los muertos con una cuerda atada a una campana en la superficie. (Foto: Wikimedia Commons)

¿Salvado por la campana?

Contrariamente a lo que dictaría el sentido común, la expresión “Salvado por la campana” para referirse a una intervención de último momento que te salva de una calamidad, no se origina del boxeo, sino de una solución hallada por los médicos en aquellos tiempos de tafofobia: enterrar a las personas con una cuerda atada a una campana en la superficie. Si, después de ser enterrado, el “difunto” abría los ojos, podía tocar la campana para pedir ayuda.

Ese método fue descrito por el escritor estadounidense Edgar Allan Poe en su célebre cuento de 1844, “El entierro prematuro”, inspirado por los relatos de tafofobia imperantes en los tiempos de la era Victoriana. La historia gira en torno a la obsesión de un narrador anónimo por la posibilidad de ser enterrado vivo y sus desesperados intentos por evitar tal destino.

En su cuento “El entierro prematuro”, el escritor de relatos de terror y misterio estadounidense, Edgar Allan Poe, describió a la perfección el miedo de ser enterrado vivo propio de su tiempo. (Imagen: Getty Creative)
En su cuento “El entierro prematuro”, el escritor de relatos de terror y misterio estadounidense, Edgar Allan Poe, describió a la perfección el miedo de ser enterrado vivo propio de su tiempo. (Imagen: Getty Creative)

Escribe Poe: “Los límites que separan la Vida de la Muerte son, en el mejor de los casos, sombríos e imprecisos. ¿Quién puede decir dónde termina uno y dónde comienza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce una cesación total de todas las funciones aparentes de la vitalidad y, sin embargo, en las que estas cesaciones son meras suspensiones propiamente dichas”.

Poe se refiere, desde luego a la catalepsia, ese trastorno neurológico caracterizado por una rigidez muscular extrema que puede dar la impresión de que la persona está muerta. Durante un episodio de catalepsia, la persona puede mantener posturas rígidas y mantenerse inmóvil durante períodos prolongados, a veces incluso con los ojos abiertos pero sin responder a estímulos externos.

Un estado de catalepsia puede durar desde unos pocos minutos hasta varias horas, y en casos raros, días, tiempo suficiente para que te mueras, te velen y vuelvas a la vida cuando estás en pleno sepelio o tres metros bajo tierra.

Resurrección en Ecuador

Es lo que le ocurrió a una mujer, no en el siglo XVIII sino en la tercera década del XXI en la población de Babahoyo, capital de la provincia de Los Ríos, Ecuador. En junio pasado, Bella Montoya, una mujer de 76 años a la que habían dado por muerta abrió los ojos en medio de su funeral.

Todavía hoy se registran algunos casos de personas en estado de catalepsis que han sido declaradas muertas, veladas y hasta sepultadas. (Imagen: Getty Creative)
Todavía hoy se registran algunos casos de personas en estado de catalepsis que han sido declaradas muertas, veladas y hasta sepultadas. (Imagen: Getty Creative)

Ocurrió así: el viernes 23 de junio de 2023, la señora Montoya fue ingresada en un hospital de la ciudad con un posible derrame cerebral y paro cardiopulmonar. Como no respondió a las técnicas de reanimación, un médico de turno la declaró difunta por muerte cerebral. Horas después, en medio del luto y el dolor, dos miembros de su familia que se disponían a cambiarle de ropa para sellar el ataúd se dieron cuenta de que la “occisa” presentaba signos vitales.

“Éramos unos 20 allí”, dijo Gilberto Barbera, el hijo de Montoya a la agencia AP. “Después de unas cinco horas de velatorio, el ataúd empezó a emitir sonidos. Mi mamá estaba envuelta en sábanas y golpeando el ataúd, y cuando nos acercamos pudimos ver que respiraba con dificultad”.

La presunta muerte cerebral era un estado de catalepsia. Tristemente, la señora Montoya, una enfermera retirada, falleció de verdad-verdad luego de siete días en cuidados intensivos.

La buena noticia en medio de tantas historias ominosas es que la tafofobia es cosa del pasado; si acaso, existe como un trastorno psiquiátrico o como el tema de una sala de escape. Un artículo publicado por la Universidad McGill, en Canadá, explica que, con el surgimiento de las tecnologías de embalsamamiento, la cremación se hizo más popular. A su vez, la medicina moderna desarrolló formas de evaluar la muerte cerebral.

“Tuvimos formas más seguras de saber cuándo las personas estaban muertas y la tafofobia disminuyó”.

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