El carpintero, el físico y el placer de conocer

<a href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/construction-carpenter-tools-folding-meter-big-1081863425" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Shutterstock / Grandpa;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Shutterstock / Grandpa</a>

Gabriel Morales, de Antofagasta, Chile, nos escribe y nos dice lo que sigue:

«Leímos vuestros artículos tratando de desasnarnos. Ya que, como viejo carpintero, la educación fue breve, tal vez no comprenda la mayor parte de lo leído; aun así, hacerlo produce placentera sensación de estarse incorporando a un algo mayor. Profundamente agradecido».

Cuando aprendemos, disfrutamos. Al comprender, experimentamos placer; eso es lo que nos dice Gabriel Morales en su mensaje y esa es la razón por la que deseamos saber más.

En vasco tenemos una expresión que expresa ese deseo, jakin-min. Jakin es el verbo saber y min es una palabra polisémica, aunque todos sus significados aluden a algo que se encuentra en nuestro interior. En su uso más habitual, expresa dolor. Puede ser físico, como buruko min: dolor (min) de cabeza (buru), por ejemplo; o anímico, como bihozmin, que es disgusto, sufrimiento (literalmente sería dolor de corazón, bihotz es corazón).

Pero min es más cosas. Adiskide min es amigo (adiskide) íntimo. Min-minean quiere decir en lo más íntimo. Y herrimin –de herri, pueblo, y min– es nostalgia; esto es, añoranza del lugar de procedencia, del sitio al que se pertenece, es el dolor que provoca la ausencia.

Pues bien, aunque se puede traducir como curiosidad, jakin-min va más lejos; su significado es más profundo: expresa ansia por saber, afán por conocer, deseo vivo de aprender. Si la emparejásemos con herrimin, sería como si con jakin-min expresásemos el dolor por lo que no sabemos. Y de la misma forma que la nostalgia –herrimin– sana con el retorno al lugar de origen, el ansia por saber –jakin-min– se alivia cuando aprendemos algo nuevo, cuando adquirimos un conocimiento del que carecíamos.

Gozo intelectual

El añorado divulgador Jorge Wagensberg denominó “el gozo intelectual” al placer que experimentamos cuando comprendemos algo por primera vez y le dedicó un libro con ese título. Afirmaba, seguramente con razón, que ese gozo era un incentivo para aprender mucho más poderoso que el interés que podamos tener por la utilidad del conocimiento.

El “gozo intelectual” del físico y divulgador Jorge Wagensberg es la “placentera sensación de estarse incorporando a un algo mayor” del carpintero y lector Gabriel Morales.

Es tan importante el conocimiento como factor de aptitud biológica (el fitness darwiniano), que es lógico que al adquirirlo sintamos placer. Y el deseo por adquirirlo –jakin-min– es el motor que impulsa el aprendizaje, de la misma forma que el placer que experimentamos cuando satisfacemos las necesidades fisiológicas y afectivas básicas es la motivación que impulsa a que hagamos lo posible por satisfacerlas.

El saber no solo produce placer; además, es útil. Gracias al conocimiento disponemos de mejor criterio para tomar decisiones, tanto individuales como colectivas. Por eso ayuda a que la vida de las personas sea mejor (decisiones individuales) y también contribuye a que las sociedades funcionen mejor (decisiones colectivas). Transmitir y difundir conocimiento son, por ello, tareas muy gratificantes. Y son motivo suficiente para justificar la existencia de las entidades que se ocupan de esas tareas y para que reciban el apoyo que necesitan.

Éxito silencioso

The Conversation es hoy, tras una trayectoria de seis años, el principal vehículo que permite a un gran número de universidades y centros de investigación ofrecer conocimiento a ciudadanos y ciudadanas de decenas de países de habla hispana. Y también a quienes tienen ocasión de leer las traducciones a alguno de los otros idiomas en que se publica la plataforma.

Ha sido una trayectoria de éxito. Entendámonos, no me refiero al éxito que cosechan los grandes clubs de fútbol cuando ganan alguna competición de campanillas. El único reflejo mediático del éxito de este proyecto radica, precisamente, en la presencia continuada de sus artículos en los medios generalistas que los republican. No salen las masas de lectores y lectoras a aclamar a los responsables del proyecto. Pero existen, están ahí y leen lo que publica.

Es un éxito silencioso. Se cifra en los millones de personas en el mundo que han leído durante estos seis años los artículos que ha escrito un puñado cada vez más grande de investigadores e investigadoras de nuestras universidades y centros de investigación. El esfuerzo de sus creadores y equipo de redacción, el apoyo de las instituciones académicas y científicas y la colaboración de centenares de autores y autoras han confluido para alcanzar este éxito callado y discreto.

Comunidad de conocimiento

Los números, con ser importantes, no lo son todo. Además del número de lecturas, importa el impacto de muchos artículos. Algunos han servido para que otros medios sepan a quién acudir para tratar temas especializados; no pocos proporcionan materiales didácticos sobre temas de actualidad al personal docente de diferentes niveles educativos; también son utilizados como fuente para libros de texto; otros han facilitado nuevas colaboraciones entre grupos de investigación; y bastantes han producido otros “impactos” de diversa naturaleza.

Nuestras universidades y centros de investigación nunca antes habían contado con una plataforma de difusión como esta. Nunca habían establecido, al margen de la actividad formativa principal, un vínculo tan directo con el conjunto de la sociedad. Nunca antes habían llegado a tanta gente ni tan lejos.

En definitiva, The Conversation ha generado una gran comunidad de conocimiento, formada por personas, instituciones y medios, y en la que confluyen agentes, intereses y temáticas diversas. Quienes leen nuestros artículos aprenden. Experimentan, por ello, ese gozo intelectual al que aludía Wagensberg, esa sensación de incorporarse a un algo mayor que decía Morales. Y disponen, además, de herramientas intelectuales para tomar decisiones mejor fundadas.

Esas son las consecuencias últimas de nuestra actividad: personas más satisfechas y mejores ciudadanos y ciudadanas. Debemos felicitarnos por ello.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

Lee mas:

Juan Ignacio Pérez Iglesias no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.