Carlos Alberto Montaner, el final de una era| Opinión

Todos los domingos por la mañana nunca ha faltado en mi mesa, el café cubano y la columna de Carlos Alberto Montaner. Pero ha anunciado que dejará de escribirlas.

Han sido 36 años leyéndolo en el Nuevo Herald, sin jamás dejar de disfrutar sus análisis enjundiosos, y a la vez ligeros, por la dosis de buen humor de su carácter, que siempre le ha ayudado a salpicar el drama o la tragedia de sus temas con un poco de placidez, para aliviar el dolorido sufrir del exilio cubano.

Y luego, del exilio nicaragüense, salvadoreño, boliviano, venezolano, brasileño, en fin, de toda Latinoamérica en una época u otra. Y sin dejar de lado a la península ibérica, su amada España, ni a las tantas veces compungida isla portorriqueña. Y, ¿por qué no? tampoco dejó de hablar de este país a donde hemos venido a carenar con nuestros averiados corazones.

Pero no puedo olvidar tampoco las anécdotas de quien fue jefe y mentor, que me aconsejó en los misterios del periodismo diario, y del “columnismo”, como él le llama, pues yo venía de la producción de revistas.

En la sección de Opiniones que dirigió Montaner los dos primeros años de el Nuevo Herald, yo fui la asistenta de Araceli Perdomo, que era a su vez su asistente, en 1987, hasta 1988 en que pasé a ser directora de la sección de Galería. Trabajábamos en un grupo excelente con Andresito Hernández Alende y Manolo Silverio –ya en la otra orilla.

Todos los domingos y lunes estaba yo a cargo. No había Internet, ni correos electrónicos aún. Todo era por fax o por teléfono. Si Montaner estaba presente era como una fiesta, porque siempre decía algo simpático y era un depositario de anécdotas políticas y culturales.

Si hablábamos por teléfono desde España, nos aconsejaba sobre los títulos, y sobre las personas que debíamos entrevistar. En aquella época pedíamos opiniones a especialistas sobre el tema de la columna del día –que se publicaba en vez de una editorial—y que escribía alguien de la redacción.

En mi primera columna, sobre Mario Vargas Llosa, yo criticaba al novelista de postularse para presidente del Perú. Montaner, que era su amigo, respetó mi parecer. Es más, me contóanécdotas de Rómulo Gallegos, que incluí en mi escrito, porque yo lo ponía de ejemplo histórico de brillante escritor fracasado como presidente.

Además, me sugirió un magnífico título: “De ‘La casa verde’ a la Casa de Pizarro”, ya que yo hablaba de una de las mejores novelas de Vargas Llosa, “La casa verde”.

Un par de años más tarde y a pesar de esta opinión contra las aspiraciones política de un gran escritor, al ver los cambios en la Unión Soviética se me ocurrió que nadie mejor para la transición en Cuba que Montaner como presidente, por su capacidad y compromiso con la libertad.

Le comenté que tendría que formar un partido político. Varios ya se lo estaban sugiriendo y así fundó en 1990 la Unión Liberal Cubana. Luego constituyó la Plataforma Democrática Cubana.

Y más tarde la Unión Liberal Cubana se afilió a la Internacional Liberal y él fue elegido vicepresidente, cargo que ocupó desde 1992 hasta 2012, con el objetivo de fomentar el crecimiento de una sociedad libre basada en la libertad y responsabilidad personal y en la justicia social.

Por ese tiempo la asociación de periodistas hispanos me encargó que armara un debate televisado entre los tres líderes de la oposición cubana, Jorge Mas Canosa, Eloy Gutiérrez Menoyo y Montaner, con María Elvira Salazar como moderadora. Pero nunca se llevó a cabo, porque Mas Canosa -muy importante para el exilio cubano - no aceptó. La excusa que dio su portavoz fue que Mas Canosa era populista, y no quería la posición de conservador en el debate, que le tocaba a Montaner. Cosa con la que estábamos de acuerdo.

Entre sus novelas, Perromundo, Trama, La mujer del coronel y Otra vez adiós, me interesó más Tiempo de canallas (2014, Alfaguara, Santillana), porque me sentí más cerca del tema sobre la Guerra Fría en los 50s, y el “Congreso por la libertad de la cultura”. Ya que mi primer esposo, Pedro Vicente Aja, fue su secretario en Cuba y en Puerto Rico, y también colaboré, especialmente con su revista Cuadernos, publicada en París.

Luego se supo que fue organizado secretamente por la CIA, como reacción a los congresos por la paz de los soviéticos. El nombre de Aja está en la novela y furtivamente el mío de jovencita en La Habana.

Pero yo no había conocido a Montaner hasta que fui a verlo a la Editorial Playor en Madrid a principios de los 80s, cuando se me ocurrió que publicaran mi tesis de grado sobre Octavio Paz.

Le dije que usaran mis apellidos de soltera, Fernández Villares, pero él repostó instantáneamente que Olga Connor, por mi segundo matrimonio, era fácilmente memorable por lo inusual. Y me convenció. Totalmente. No hay dudas de que todos lo vamos a extrañar.

Para mí es el final de una era.

4/1/04, To El Sig writer Olga Connor, photo by Pedro Portal...........
4/1/04, To El Sig writer Olga Connor, photo by Pedro Portal...........