Cara de bicicleta: La insólita enfermedad ficticia para alejar a las mujeres del ciclismo

Los conservadores del siglo XIX inventaron el síndrome para frenar los avances del feminismo

Cartel publicitario de bicicletas
Cartel publicitario de bicicletas "La Guepe", alrededor de 1900, en París, Francia. (Foto de Pierre Jahan/Roger Viollet vía Getty Images)

La bicicleta revolucionó el mundo de transporte del siglo XIX y se convirtió en el símbolo de la libertad de las mujeres. Los diarios de la época dedicaban páginas a debatir, entre sus colaboradores y los horrorizados lectores, el fenómeno de las señoritas pedaleando por las calles mientras exponían indecorosamente sus tobillos.

La polémica no sólo se centraba en la preferencia de las mujeres por el novedoso aparato que era sinónimo de modernidad. Los ojos conservadores también criticaban la popularidad de unos pantalones bombachos que sustituían a las faldas y hacían mucho más sencillo que las damas montaran bicicletas sin el peligro de que la tela de las largas faldas se enredara entre las ruedas.

Al tener una bicicleta y una vestimenta menos restrictiva, las mujeres podían desplazarse a su antojo, ampliar su círculo social, mejorar sus condiciones físicas y aumentar su autoestima al tener un medio para pasear y explorar por su cuenta.

Pero rápidamente hubo voces que se opusieron al impulso que tomó la independencia femenina, inventando todo tipo de excusas para lograr que las mujeres siguieran esperando en casa a que sus maridos, hermanos y novios las buscaran en coche o caballo.

Algunos médicos expresaron su preocupación por los riesgos que el uso excesivo de la bicicleta podía traer a sus usuarios en general, pero particularmente a las mujeres. De la noche a la mañana, el medio de transporte de dos ruedas podía ser la causa potencial de una enorme lista de problemas físicos y mentales.

Los prejuicios y la enfermedad

Resultaba atemorizante caer enferma de “cara de bicicleta”, un síndrome que supuestamente afectaba a las mujeres y que se manifestaba con una expresión demacrada, aparición de ojeras, tez enrojecida y dolores de cabeza.

La cara de bicicleta cursaba con una expresión facial distintiva, caracterizada por una mirada fija o tensa, con rasgos rígidos en una mueca o apariencia de máscara. Según los defensores de la teoría, el ciclismo frecuente, especialmente en largas distancias o a altas velocidades, podría causar esta afección facial.

Las mujeres que hacían caso omiso de las advertencias médicas podían caer en estados depresivos y ansiosos, estaban expuestas a tener problemas en el embarazo como deformidades en el feto, además de la posibilidad de que luego fuesen incapaces de amamantar a sus bebés.

Los medios de comunicación se hicieron eco de estos falsos alegatos. La publicación estadounidense Literary Digest publicó una nota en 1895 en la que explicaba que la cara de bicicleta era producida por “el esfuerzo excesivo, la posición erguida sobre la rueda y el esfuerzo inconsciente por mantener el equilibrio”.

Mientras que el médico británico A. Shadwell publicó un artículo en 1897 en el National Review de Londres advirtió que las mujeres se entregaban al ejercicio para hacer lo que estaba de moda pero que en realidad no eran aptas para realizar ningún tipo de esfuerzo físico.

Las explicaciones sobre los orígenes del malestar variaban dependiendo del contexto cultural del denunciante. Para algunos médicos judíos, el malestar se originaba por la violación del Sabbath al realizar excursiones en bicicleta los domingos.

Por qué les molestaba tanto

La bicicleta fue un verdadero instrumento liberador para las mujeres europeas y norteamericanas. Redefinió las ideas victorianas sobre la femineidad y ayudó a consolidar los movimientos feministas que impulsaban el uso de ropa más cómoda para las mujeres.

“Para los hombres, al principio la bicicleta era simplemente un juguete nuevo, una máquina más que se sumaba a la larga lista de dispositivos que conocían para jugar y trabajar. Para las mujeres, era un corcel sobre el que cabalgaban hacia un mundo nuevo”, publicó la revista Munsey en 1896, según el libro de Sue Macy Wheels of Change: How Women Rode the Bicycle to Freedom (With a Few Flat Tires Along the Way).

Algunos médicos insistían en alarmar a sus pacientes al repetir una y otra vez que el ciclismo era una exigente actividad física que no era apta para las mujeres. Y las que se atrevían debían seguir una enorme lista de reglas como “No dejes que tu cabello dorado cuelgue por tu espalda”, o “No uses vocabulario de ciclistas. Deja eso para los chicos”, o “No salgas después del anochecer sin un acompañante masculino”.

Para finales del siglo XIX, la comunidad científica finalmente entró en razón y descartó los supuestos perjuicios que el ciclismo traía a la salud femenina.

"[El ciclismo] no es perjudicial para ninguna parte de la anatomía, ya que mejora la salud general. He estado recomendando concienzudamente andar en bicicleta durante los últimos cinco años, aunque comprendo que la popularidad del deporte ha reducido en gran medida los ingresos de los médicos” dijo la Sarah Hackett Stevenson en 1897, según el Phrenological Journal and Health Science.

La especialista aseguró que montar bicicleta era la mejor opción para una mujer débil. Y sobre la supuesta pérdida de belleza de las mujeres ciclistas, la médica expresó que el aire fresco y una buena circulación eran los mejores cosméticos que existían.

"La expresión facial dolorosamente ansiosa sólo se ve entre los principiantes y se debe a la incertidumbre de los aficionados. Tan pronto como el ciclista se vuelve competente, puede medir su fuerza muscular y adquiere perfecta confianza en su capacidad para equilibrarse y en su poder de locomoción, esta mirada desaparece", dictaminó Stevenson.

Fuentes: VOX, RavalliRepublic, Women Health Magazine, Brown.edu, BikeLeague, BicycleNetwork, History.com, The Marginalian, The Phrenological Journal and Science of Health.

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