El Calvario, la comunidad de productores de maguey y mezcal que busca sobreponerse a dos desastres

FOTOS: Especial
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En mayo de 1974, una fuerte lluvia acompañada de granizo acabó con San Agustín, una comunidad que en ese entonces formaba parte de Metlatónoc, en la región de la Montaña Alta de Guerrero. La devastación fue tal que era imposible vivir ahí.

La granizada acabó con los techos de cartón y secó las parcelas de maíz.  

Al ser un pueblo dedicado a la agricultura, los habitantes no vieron salida al calvario que vivían: su mejor opción fue salir y buscar otro lugar para habitar

Los 75 pobladores más afectados pidieron ayuda al alcalde de Metlatónoc, quien llevó el asunto al entonces gobernador, Rubén Figueroa Figueroa. 

En octubre de 1975, recibieron respuesta. El gobernador les ofreció llevarlos a vivir a un lugar en la sierra de Chilpancingo, la capital del estado.  

En lo que la solicitud fue procesada y aceptada, las familias que decidieron salir vivieron en el puente de la ciudad de Tlapa durante noviembre y diciembre de 1975. 

Salieron de Tlapa hasta que les gestionaron transporte para trasladarlas a lo que sería su nuevo hogar, lo que ocurrió el 8 de enero de 1976. 

Los 75 habitantes cambiaron su hogar, su clima y su región. De la región Montaña a la región Centro, hay una distancia de 300 kilómetros.  

El gobierno solo los dotó de un depósito de agua. “Sin red eléctrica, muchas familias decidieron regresar a su pueblo natal y otras optaron por irse a Acapulco o a Morelos en busca de una estabilidad”, cuenta Salvador Calixto García, habitante y tercera generación en El Calvario. 

Otro de los problemas fue el lenguaje, ya que los nuevos pobladores no hablaban castellano. 

Los desplazados habitaron un ejido de 840 hectáreas ubicado en la sierra de Chilpancingo. En ese entonces, esas hectáreas pertenecían al ejido de la comunidad de Llanos de Tepoxtepec.   

San Agustín era una comunidad Na’ Savi que migró a Chilpancingo con todo y sus costumbres; es la única población indígena del municipio.  

Fue así que el 8 de enero de 1976, en lo alto de Chilpancingo, se fundó El Calvario.   

Las 75 personas que salieron de San Agustín ahora son 130, la mayoría familia y descendientes de los primeros pobladores.  

Salvador Calixto García es integrante de la tercera generación que nació en El Calvario: es hijo de Mario Calixto Bravo y Guadalupe García Ortega.  

Los Calixto se dedican a la fabricación del mezcal, que en 2020 ganó la Medalla Doble Oro que otorga Bruselas, Bélgica, a distintos tipos de destilados.  

Salvador y sus hermanos —Omar, Juan, José, Tomás y Luis— forman parte de la tercera generación de lugareños y ya crían a una cuarta.  

Ahora son 35 las familias dedicadas a la producción de maguey, mezcal, artesanías de palma y carpintería.  

“Muchos productores de maguey de Mochitlán, Quechultenango, Axaxacualco y otros venían a comprar camiones enteros para hacer su mezcal”, cuenta Salvador.   

Pero en la historia de El Calvario, los desastres aún tendrían otro capítulo. En 2019, volvieron a golpear a la comunidad.

Ese año, los incendios forestales acabaron con casi la mitad de su cosecha de maguey.  

“Eso nos descontroló, ya teníamos una producción anual que no cambiaba mucho y ahora pues apenas vamos saliendo, comenzamos a reforestar y poco a poco, aunque para recuperar la producción que teníamos antes del incendio ocupamos mínimo otros tres años”, dice Salvador.  

Durante sus primeros 29 años, en El Calvario funcionaron como una colonia de Llanos de Tepoxtepec y en 1999 lograron ser una comunidad con sus propias autoridades comunitarias y ejidales.   

A 48 años de la fundación de El Calvario, los pobladores han consolidado una serie de proyectos que aportan al ambiente y a las tradiciones.  

El 10 de mayo de 2020, la Asamblea de los Ejidatarios de El Calvario acordó que sus 846 hectáreas fueran una reserva ecológica. El trámite y el papeleo aún están en proceso, pero los habitantes ya decidieron el uso de su espacio.  

Durante muchos años, los pobladores de El Calvario se dedicaron a la siembra de amapola; en 2015, ante el alza de la violencia, decidieron dar un giro a su actividad.  

Ahora siembran duraznos, frambuesas, zarzamoras y maguey, que bajan a vender a los mercados de Chilpancingo. Así, esperan que con estas siembras puedan volver a recuperarse.