La cabeza de Juan Guaidó | Opinión

En un primer debate el bloque opositor de Venezuela refrendó el plan de retirarle el apoyo a Juan Guaidó con 72 votos a favor. Este viernes se realizó la votación final y se decidió disolver su mandato interino.

Hagamos memoria: en 2019 un joven que comenzaba a despuntar en la política militando en Voluntad Popular, partido fundado por Leopoldo López, acaba al frente de la Asamblea Nacional, en ese momento con mayoría de la oposición frente al gobierno de Nicolás Maduro, y se autoproclama presidente interino del país.

Podía hacerlo fundamentado en la ilegitimidad del madurismo, cuyo triunfo electoral era más que cuestionable y la comunidad internacional estaba dispuesta a validar una alternativa a la deriva autocrática del movimiento chavista.

Han pasado casi cuatro años desde que Guaidó asumiera las funciones de jefe de estado paralelo al mandato de facto de Maduro. En aquel entonces Washington, con Donald Trump en la presidencia, le ofrecía todo su apoyo y, al menos desde la retórica inflamada del presidente estadounidense, se anticipaban acciones bélicas que podían acelerar el fin del régimen de Maduro.

Uno de los momentos más álgidos de la lucha de la oposición fue el de un concierto multitudinario en Cúcuta, localidad colombiana en la frontera con Venezuela, donde Guaidó apareció como una estrella del rock; se había planificado que los opositores cruzarían la frontera para encabezar el fin del madurismo, confiando en que los militares se sumarían a esta gesta. Pocos días antes del acontecimiento Iván Duque, entonces presidente de Colombia, llegó a asegurar que al gobierno de Caracas le quedaban pocas horas antes de caer.

La realidad fue muy distinta. Los opositores que cruzaron la frontera tuvieron que retirarse por las acciones de las autoridades chavistas y nunca apareció la supuesta fuerza de Estados Unidos que ayudaría en el traspaso de poder.

De algún modo, fue un punto de inflexión, aunque en ese momento no lo pareció, que marcó el gradual declive por parte de una oposición que, una vez más, se desinflaba en su esfuerzo, a veces acertado y otras no tanto, por desmontar la poderosa maquinaria que el desaparecido Hugo Chávez puso en marcha en la década de los noventa con el apoyo de muchos de lo que luego acabaron en el exilio, desencantados con la aventura de justicia social calcada de otro experimento fallido, nada menos que el del castrismo en Cuba.

Gran parte de la oposición llega ahora a la conclusión de que el proyecto del gobierno interino no ha dado los resultados esperados y que Guaidó, asignado para dar la batalla in situ como un caballero andante sin escuadra que lo acompañe, no ha podido darle jaque mate al régimen de Maduro.

No es Guaidó el primero que fracasa en el intento (pensemos en la estrella menguante de Henrique Capriles en su día) y tampoco será el último por la sencilla razón de que tumbar una dictadura con el ejército a su favor es una proeza improbable. Más allá de la quimera de que Washington (bajo cualquier presidencia) interviniera militarmente, el otro escenario posible es que la cúpula militar le diera un golpe al actual gobernante, pero eso tampoco ha sido factible, en gran parte porque las fuerzas armadas se benefician económicamente de los tejemanejes del gobierno.

En estas horas bajas para Guaidó, en las que el bloque opositor le ha quitado los galones que un día le adjudicó par liderar una batalla digna de Juego de Tronos, no está de más encomiar a este político que se quedó en Venezuela dando la cara frente a un proyecto que tenía pocos visos de perdurar por tratarse de una entelequia (la de gobernar paralelamente cuando el poder real siempre lo ha ostentado Maduro), que entre el gobierno de Trump y la oposición tejieron más como golpe de efecto que como hoja de ruta factible.

Lo cierto es que en estos casi cuatro años bajo el interinato, al menos Guaidó logró que la opinión internacional condenara los atropellos del régimen de Maduro. Gracias a sus gestiones se impulsaron sanciones que aislaron al gobierno de Caracas (aunque siempre ha contado con el respaldo y ayuda de aliados como Cuba, Rusia e Irán) y se presentó como la opción posible para dirigir una transición a la democracia.

Lo hizo acompañado de su esposa, en calidad de primera dama interina, y de su pequeña hija. Una familia asediada en Venezuela, mientras la mayoría de los opositores que le encomendaron tan colosal tarea seguía el camino del exilio, estableciéndose en países más benignos como España o Estados Unidos.

No todos en la oposición estaban de acuerdo con expulsión de quien ha sido hasta ahora el rostro y símbolo de la lucha de la oposición dentro de Venezuela. Ismael García, de Primero Justicia, ha dicho, “Le estamos entregando a Maduro la cabeza de Guaidó” y ha manifestado sentirse avergonzado por esta iniciativa.

Por su parte, en una entrevista concedida al New York Times, Guaidó ha recalcado, “Es un sacrificio duro, pero lo haría de nuevo mil veces.”, no sin lamentarse del sufrimiento que ha sido para su hija estar sometidos a un acoso constante por parte de la policía política de Maduro.

Ojalá que Juan Guaidó y su familia hallen la paz que tanto merecen después de estos cuatro difíciles años. El joven que en 2019 se le encargó llevar sobre sus hombros el plan de un gobierno interino ha cumplido con creces y más. El relevo es inevitable en la larga lucha contra las dictaduras.

Tal vez ha llegado el momento de que otro cargue con la antorcha.

Gina Montaner
Gina Montaner