"La cabaña la vamos a levantar, con o sin ayuda"

ACAPULCO, Gro., noviembre 1 (EL UNIVERSAL).- El huracán "Otis" destrozó la cabaña Quinta Rosita, el primer restaurante que se instaló en la franja de Pie de la Cuesta. El viento no dejó nada parado.

La Quinta Rosita es un negocio que atiende y administra la familia Gallardo García. Ellos cocinan, meserean, limpian. Es su sustento.

"Nunca pensamos que iba a ser tan fuerte, siempre nos dicen que va a ser fuerte y nunca pasa así", dice Lucila, una de las integrantes de la familia Gallardo García.

En toda la franja de Pie de la Cuesta unos 50 restaurantes quedaron destrozados por Otis. Nada resistió en este poblado dedicado al turismo.

Este restaurante lo fundó la señora Rosita Acosta con su esposo, el estadounidense Benjamín Tood. Ellos forzaron la brecha del turismo en una zona que se ha convertido en una de las más tradicionales de Acapulco. Era como el año 40, recuerda Lucila.

"Mi mamá nos contaba que como era el único restaurante de Pie de la Cuesta, aquí en la base aérea del Ejército luego llegaban los presidentes y pasaban a comer. Recuerdo que nos contó que aquí comió el general Lázaro Cárdenas. Mi mamá le cocinó a Sylvester Stallone cuando grabaron Rambo aquí; el Indio Fernández venía a hacer sus películas", cuenta Lucila.

Con la muerte del matrimonio, el restaurante fue heredado a su hijo Isaac Gallardo Acosta y su esposa, Lucila García Organes. Desde entonces se convirtió en un negocio en el que todos los integrantes de la familia están involucrados.

Pegado a la playa está la cabaña y unas enramadas, hacia atrás están las casas de los hijos de la familia Gallardo García. En total son cinco familias las trabajan y viven en la Quinta Rosita.

Juan Arturo, otro nieto de la fundadora, cuenta que toda su vida la han hecho en este lugar, frente al mar, desde donde han visto pasar tormentas y huracanes, pero ninguno como Otis.

"Nosotros toda la vida hemos vivido pegados al mar, hemos visto decenas de huracanes y siempre quería saber qué se siente uno categoría cinco. Ya lo viví y no quiero vivirlo de nuevo", dice Juan Arturo.

Recuerda que la madrugada del 25 de octubre estaba en su casa, que como todas la demás de la familia son de tejas y láminas. No pensó en salir, ahí se quedó con su hijo y una de sus sobrinas, que por la diabetes perdió la vista.

Comenzaron los vientos, Juan Arturo pensó en resistir, sin embargo, su casa fue de las primeras afectadas, se voló una lámina, luego otra. Entonces, recuerda, vio el cielo, vio los relámpagos y los vientos y decidió que tenían que irse a refugiar al único cuarto que tiene losa de cemento.

Intentó salir, pero el viento era potente, ya no tenía opción, tenía que salir. Montó a su sobrina en la espalda, salió para recorrer unos 20 metros hasta llegar al cuarto más seguro. Ahí ya estaba toda la familia resguardada. El viento apenas y lo dejó caminar.

"Fueron los 20 metros más largos de mi vida, no podía ver nada porque el viento y el agua me pegaban en la cara y las ráfagas empujaban, no dejaban avanzar", cuenta Juan Arturo.

Por fin llegó, se pudieron refugiar y escucharon cómo los vientos derribaron la cabaña.

"La casa se cimbraba, como si fuera un temblor", recuerda.

Lucila explica que no evacuaron porque nadie les informó de la potencia del huracán.

"Informaron de que venía el huracán, pero no dijeron que iba ser tan potente. Además, nadie nos vino a decir que había refugios. Cuando pasó el huracán Paulina los militares, con camiones, vinieron a recogernos. Esta vez, nada", dice.

Casi una semana después del paso de Otis, Lucila, Juan Arturo y sus sobrinos siguen haciendo trabajos de limpieza. Recogen los pedazos de palapa que aún quedan tirados, barren los escombros y queman basura porque, dicen, no pasa el camión recolector.

"Nosotros no esperamos mucho del gobierno, siempre nos han tratado de manera desigual que a los restaurantes de la Costera o zona Diamante, pese a que pagamos lo mismo de impuestos aunque no tengamos los mismo privilegios, pero la cabaña la vamos a levantar, con ayuda o sin ayuda del gobierno", dice Lucila segura.

No tienen otra alternativa, el restaurante no sólo representa historia, también es su sustento. De aquí obtienen todos sus ingresos, de aquí han mantenido a sus hijos y ven su futuro.