El cálculo del 'no es culpa mía' de Trump

Un mitin del expresidente Donald Trump en Robstown, Texas, el 22 de octubre de 2022. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)
Un mitin del expresidente Donald Trump en Robstown, Texas, el 22 de octubre de 2022. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)

Las pérdidas sufridas en las elecciones de medio mandato se extendieron de este a oeste: Pensilvania, Míchigan, Arizona, Washington. Las recriminaciones de los militantes republicanos no se hicieron esperar. La estrella de un rival seguía subiendo en Florida.

Sin embargo, cuando Donald Trump subió al escenario adornado con banderas en su dorado palacio de Palm Beach el martes por la noche para declarar que se presentaría de nuevo a la presidencia, fue como si nada de eso hubiera ocurrido.

El expresidente no puede dejar de intentar fabricar su propia realidad y tampoco puede comenzar a hacerse responsable de sus actos ni reconocer sus consecuencias. En el mundo de Trump, en el que yo gano y tú pierdes, todos los éxitos le corresponden a él, y cualquier fracaso es culpa de alguien más: las elecciones de medio mandato de 2018, cuando los demócratas recuperaron la Cámara de Representantes; su propia derrota presidencial en 2020 y ahora 2022, el peor resultado de un partido fuera del poder en dos décadas.

En ese sentido, cuando todavía se puede percibir el reproche nacional, la coreografiada convivencia del martes por la noche fue el colmo de no asumir la responsabilidad.

En lugar de hacerlo, Trump expuso una visión alternativa en la que los medios de comunicación no informaron de todos sus éxitos y en la que gran parte de la culpa de los fracasos del partido en las elecciones intermedias “es correcta”, aunque nada de esa culpa le corresponde a él. Y mientras el país, dijo a sus partidarios, ha pasado de la grandeza a la vergüenza abyecta en apenas dos años, sus ciudadanos “aún no se han dado cuenta de la magnitud y la gravedad del dolor por el que está pasando nuestra nación”, con ello sugirió que los votantes habrían podido castigar al partido gobernante si tan solo entendieran como él la depravación del presidente Joe Biden.

Dicho de otro modo, demostró que la palabra “perdedor” sigue siendo su máximo epíteto.

“Si cree que puede ganar en 2024, va a contender en 2024, y dudo que haya alguien que pueda hacerle cambiar de opinión al respecto”, dijo Mick Mulvaney, quien fuera jefe de Personal en la Casa Blanca de Trump. “La cuestión es si, a la luz de 2018, 2020 y la semana pasada, él (él mismo, y nadie más) está comenzando a darse cuenta de que si las elecciones presidenciales fueran hoy, tal vez perdería”.

El entonces presidente Donald Trump y la primera dama Melania Trump salen de la Casa blanca para un viaje en Washington, el 14 de febrero de 2020. (Gabriella Demczuk/The New York Times)
El entonces presidente Donald Trump y la primera dama Melania Trump salen de la Casa blanca para un viaje en Washington, el 14 de febrero de 2020. (Gabriella Demczuk/The New York Times)

Mulvaney añadió: “Mucha gente piensa eso, yo incluido, pero nosotros no importamos”.

Los candidatos elegidos por Trump para el Senado en Pensilvania, Arizona y Nevada perdieron. Sus seguidores más fervientes y leales se quedaron cortos, algunos muy cortos, en sus aspiraciones a las gubernaturas de Pensilvania, Míchigan, Wisconsin y Arizona. Dos de sus revanchas para eliminar a los republicanos de la Cámara de Representantes que votaron a favor de su destitución perdieron elecciones generales críticas en Míchigan y Washington.

Y su inquebrantable insistencia en que los republicanos se presenten en 2022 con la falsa afirmación de que le robaron la victoria en 2020 contribuyó a convertir un referéndum sobre la gestión política de Biden en una elección entre la continuidad del control de un Partido Demócrata que se tambalea o una transferencia de poder a un Partido Republicano que muchos votantes consideran que está fuera de lugar.

Para Trump, nada de eso tenía que ver con su deseo de volver al poder.

“Tiene más de 70 años y nunca ha asumido responsabilidades en toda su vida”, afirmó Peter J. Wehner, un alto asesor de la Casa Blanca de George W. Bush y destacado crítico conservador de Trump. “La idea de que va a asumir responsabilidades desafía la credibilidad”.

La historia nos da la razón.

“No asumo la responsabilidad en absoluto”, dijo Trump en marzo de 2020 sobre la titubeante respuesta del gobierno al coronavirus rampante, mientras le echaba la culpa a Barack Obama, que había dejado el cargo casi cuatro años antes.

“La gente pensó que lo que dije era totalmente correcto”, dijo Trump en Texas, seis días después de que sus partidarios atacaron con violencia el Capitolio el 6 de enero de 2021, mientras descartaba cualquier idea de que sus exhortaciones a marchar al Capitolio tuvieran alguna consecuencia.

Capturado en una grabación en la que se jactaba de agredir sexualmente a mujeres (“cuando eres una estrella, te lo permiten), Trump llevó a las mujeres que en su día acusaron a Bill Clinton de conducta inadecuada a un debate en 2016 con Hillary Rodham Clinton, un clásico en el género de echarle la culpa a alguien más.

La nula disposición de Trump a asumir la responsabilidad durante seis años se ha encontrado con socios dispuestos en el Partido Republicano. En respuesta a las interminables acusaciones de las fechorías de Trump, sus aliados iniciaron investigaciones propias para desviar la atención, sobre la culpabilidad de China en la pandemia, los fallos de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, el 6 de enero y las “colusiones” del hijo de Biden, Hunter, con Rusia.

Con el fracaso de la prometida “ola roja” de los republicanos, aún podría haber consecuencias para el expresidente, las acepte o no. Mientras los senadores republicanos se enfrentan a otros dos años siendo minoría, o mientras una Cámara de Representantes republicana se preocupa por gobernar el próximo año con una mayoría muy estrecha, los antiguos aliados de Trump quizá reevalúen el apoyo que le brindan. Y algunos de ellos a lo mejor ven al apenas reelecto gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, como una alternativa.

“No creo que esa sea la pregunta correcta”, espetó el lunes la senadora republicana de Wyoming Cynthia Lummis, cuando un periodista le preguntó si respaldaría la nueva candidatura de Trump. “Creo que la pregunta es quién es el actual líder del Partido Republicano. Ya sé quién es: Ron DeSantis”

Wehner, el principal asesor de la Casa Blanca de Bush, señaló no solo a los legisladores republicanos que han dicho que es hora de que el partido se aleje de Trump, sino también a los medios de comunicación conservadores que han sido bastante críticos, como The New York Post, The Wall Street Journal y Fox News.

“Es completamente cínico”, dijo Wehner. “Ahora están rompiendo con él no porque haya hecho algo poco ético o inmoral, eso lo ha hecho durante décadas. Se debe simplemente a que ahora están juzgando que él ya no es la vía al poder”.

Un colega de Wehner en la Casa Blanca de Bush, John Bridgeland, adoptó un tono más optimista.

“Después de violar tantas normas y valores democráticos, y de malinterpretar nuestras instituciones democráticas, quizás el presidente Trump pueda mirarse en el espejo, respetar por fin la voluntad del pueblo y renunciar a sus ambiciones”, dijo Bridgeland el martes, antes del anuncio de Trump.

A la luz de lo que se desarrolló en Mar-a-Lago, eso parecía más el deseo de un optimista empedernido que el juicio de un experimentado estudiante de Trump.

“Mucha, mucha gente le ha dicho antes que su carrera política estaba acabada”, dijo Mulvaney. “Y todos ellos se han equivocado hasta ahora”.

© 2022 The New York Times Company