Brigid Baker explora formatos y revaloriza un viejo truco en ‘Cloud9’

Miami está de fiesta. Brigid Baker acaba de reafirmar su posición cimera en la danza local estrenando una obra espléndida en el On.Stage Black Box del Miami-Dade County Auditorium, llenando el lugar, regalando cuatro funciones seguidas a sus seguidores y recibiendo ovaciones de pie.

En una ciudad donde la mayoría de las agrupaciones de danza, con la excepción de Miami City Ballet, apenas ofrecen una o dos presentaciones de cada programa, el éxito de público y crítica que alcanzan las actuaciones de brigid baker wholeproject-la compañía de ballet contemporáneo que Brigid fundó en 2004- es una de esas historias que se celebran con regocijo.

La nueva creación de Brigid se llama “Cloud9” (la nube más perfecta o un estado insuperable de felicidad) y utiliza la música del “Canto Ostinato” del compositor holandés Simeon ten Holt.

Como ya es costumbre, Brigid es responsable de la coreografía, la instalaciones, el vestuario y las películas que siempre forman parte de sus proyectos. El sonido, la fotografía y la proyección de videos son de Justin Trieger. El diseño de iluminación es de Quanikqua “Q’ Bryant.

Tres intérpretes magníficos por derecho propio: Amy Trieger, Isaiah González y Meredith Barton (de izquierda a derecha) en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject
Tres intérpretes magníficos por derecho propio: Amy Trieger, Isaiah González y Meredith Barton (de izquierda a derecha) en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject

Los bailarines encargados de proyectar la inefable coherencia que define la serenidad del “estilo Brigid Baker” -“danza de autor” en todo su esplendor- son Meredith Barton, Isaiah González y Amy Trieger. Tres ejecutantes entrenados por ella hasta la saciedad y tres intérpretes magníficos por derecho propio.

Diez minutos antes del inicio del espectáculo -programado para las 8 de la noche- comienzan las proyecciones. Al principio, son mayormente exteriores… y nubes. Hay instalaciones a ambos lados del escenario.

Poco a poco, se van añadiendo imágenes de personalidades de la política y la cultura, mientras escuchamos la sección 10 de la primera parte de “Canto Ostinato”. Aparecen, entre otros, Edith Piaf, Maria Callas y Judy Garland, Bob Fosse y Pina Bausch. Todo esto ocurre mientras el público ocupa los asientos. Reconocemos a Divine y a Nina Hagen. La lista es enorme y las referencias se acumulan.

Meredith Barton (en el aire), Isaiah González y Amy Trieger en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Julien Hyvrard/Cortesía brigid baker wholepoject
Meredith Barton (en el aire), Isaiah González y Amy Trieger en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Julien Hyvrard/Cortesía brigid baker wholepoject

No es hasta las 8:15 pm que entran a escena los tres bailarines. Envueltos en trajes blancos voluminosos, atraviesan el espacio de derecha a izquierda y se detienen para quitarse los adornos de cabeza, que parecen ser nubes de algodón. Los guardan en una caja enorme. Se despojan también de sus trajes y quedan vistiendo solamente leotardos de danza que proyectan miles de pequeños destellos.

No hay nada casual en las obras de Brigid e inmediatamente recordamos una afirmación que aparece en las notas del programa, “… después de todo, estamos hechos de estrellas”.

El tema primero de la sección 74 de la misma composición – melódico, a medio camino entre minimalismo y romanticismo- inunda ahora el ambiente sonoro. En términos coreográficos, es en este momento cuando realmente comienza “Cloud9”, que rápidamente proclama su autoridad como ejercicio hipnótico donde la serenidad es virtud alucinante y la repetición es aliteración arrulladora. A las 8:50 p.m. el público ya ha emprendido el regreso a casa.

Meredith Barton, Isaiah González y Amy Trieger, en “Cloud9”, encargados de transmitir la inefable coherencia que define la serenidad del “estilo Brigid Baker”. Foto Julien Hyvrard/Cortesía brigid baker wholepoject
Meredith Barton, Isaiah González y Amy Trieger, en “Cloud9”, encargados de transmitir la inefable coherencia que define la serenidad del “estilo Brigid Baker”. Foto Julien Hyvrard/Cortesía brigid baker wholepoject

Cada año, brigid baker wholeproject ofrece dos temporadas en el Miami-Dade County Auditorium, en los meses de mayo y noviembre.

Con solo tres bailarines después de la pandemia, Brigid se ha entregado de lleno a explorar los formatos que le permitan trabajar con ellos sin perder frescura y la hemos visto transitar de una coreografía concebida como un “intermedio” donde intervienen tres intérpretes (“ABRACADABRA”), a una propuesta armada como un trío (“arbadacarba”) para arribar ahora a “Cloud9”, donde ensaya la paráfrasis absoluta del pas de trois clásico (una obra para tres bailarines organizada en cinco partes: entrada, tres variaciones y una coda).

En “Cloud9” esas cinco partes se han fragmentado, sus restos se han diseminado y se repiten con frecuencia en el trazo coreográfico. Brigid hace que un bailarín se siente a esperar en una de las instalaciones mientras los otros dos llevan a cabo un brevísimo encuentro. En otras ocasiones, son dos lo que esperan mientras tiene lugar un solo del tercer participante. Los solos parecen ser reminiscencias de variaciones atesoradas en la mente del coreógrafo.

Amy Trieger, Isaiah González y Meredith Barton (de izquierda a derecha) en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject
Amy Trieger, Isaiah González y Meredith Barton (de izquierda a derecha) en “Cloud9”, de Brigid Baker. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject

Así las cosas, y sin contar con la música descriptiva “para danza” compuesta por autores como Adam, Pugni, Minkus y Tchaikovsky – todos ellos le facilitaron la tarea a Marius Petipa– Brigid debe haberse dado cuenta que necesitaba encontrar un buen final para “Cloud9”, independiente de la interminable obstinación de ten Holt.

En un arrebato de audacia, su solución parece haber sido resucitar y revalorizar el famoso truco deus ex machina (“el dios de la máquina”), un recurso cuyo origen se remonta al teatro clásico griego, cuando se hacía bajar a un actor en el papel de un dios, para darle buen término a la historia con una sorpresiva “intervención divina” que, además, aseguraba el agrado de los espectadores.

En este caso, el deus ex machina son los vestidos que descienden de las nubes. Y en manos de Brigid, desaparece la gratuidad aparente del recurso, que se transforma en coda, epílogo y motivación para la reflexión (en inglés diríamos “food for thought”).

Amy Trieger en el momento ‘deus ex machina’ de “Cloud9”. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject
Amy Trieger en el momento ‘deus ex machina’ de “Cloud9”. Foto Justin Trieger/Cortesía brigid baker wholepoject

Como “Cloud 9” es un ballet sin argumento, no hay que resolver conflicto dramático alguno, pero el deus ex machina concebido para la ocasión cumple la función de deslumbrar y emocionar al espectador, como un cierre hermosísimo encaminado a permanecer en la memoria.

“Cloud9” es, sobre todas las cosas, “un Brigid Baker” y se vale inferir, de todas formas, que su final debe encerrar algún mensaje. Ya sea “la ropa no significa nada hasta que alguien vive en ella” (la afirmación es de Marc Jacobs) o “los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro”, citando a Virginia Woolf y recordando que estamos hechos de estrellas. Pero quizás estamos complicando demasiado el asunto y lo importante aquí es que no nos ha dejado indiferentes.

Una vez más, analizando solo lo que aparece en escena, es prácticamente imposible precisar de donde proviene el júbilo que produce una obra de danza. En el caso de “Cloud9”, la clave se encuentra en su proceso de creación.

Todo el que ha estado alguna vez en un ensayo de Brigid Baker -en ocasiones, abiertos al público- sabe que ella y sus bailarines disfrutan lo que hacen, con un regocijo sumamente contagioso que permanece intacto al ser transferido a escena.

Precisamente, eso es lo que hace de “Cloud9” una puesta en escena destinada a ser recordada por mucho tiempo, con una expresión placentera dibujada en el rostro.

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