Cuando Brad fotografió a Gwyneth

Gwyneth Paltrow, fotografiada por su marido, Brad Falchuk. (vía Valentino vía The New York Times)
Gwyneth Paltrow, fotografiada por su marido, Brad Falchuk. (vía Valentino vía The New York Times)
Frances McDormand, fotografiada por el cinematógrafo Bruno Delbonnel. (vía Valentino vía The New York Times)
Frances McDormand, fotografiada por el cinematógrafo Bruno Delbonnel. (vía Valentino vía The New York Times)

La relación entre fotógrafo y sujeto ha sido tensa desde mucho antes de que Susan Sontag la caracterizara como parte del “comercio turbio entre el arte y la verdad” en “Sobre la fotografía”, su colección de ensayos publicada en 1977. Pues, después de todo, los fotógrafos hacen que el concepto de la mirada del observador se vuelva literal, e invariablemente ponen al sujeto a su merced para ser idealizado, desnudado o, si no, interpretado por el mundo como a este le plazca.

En la industria de la moda, los sujetos son retocados cada vez más hasta que adquieren una perfección hiperartificial, casi robótica. O al menos así era antes. Ahora, gracias al coronavirus, todo eso se ha alterado, pues las revistas de moda han recurrido a selfis caseras que se vean naturales, o a videos de FaceTime y Zoom.

O bien, en el caso de Pierpaolo Piccioli de Valentino, quien reclutó a 23 de sus amigos famosos junto con algún ser querido para que jugaran a sujeto y traductor en su campaña publicitaria más reciente: retrato tomado por el compañero de encierro.

“Pensé en pedirle a mis amigos que le pidieran a la gente que aman que les tomara fotos, para mostrarlos no como lo que hacen sino quiénes son”, dijo por Zoom (obviamente) desde Roma. Hablaba por experiencia, pues su hija de 14 años, Stella, lo fotografió para la campaña. En la foto, está de pie en su jardín sosteniendo un cartel con la palabra “empatía” garabateada con el lápiz labial de su esposa.

“Creo que me veo diferente”, dijo Piccioli, refiriéndose a la forma en que se ve en las sesiones fotográficas profesionales con fotógrafos como Juergen Teller, quien fotografió su campaña de primavera 2019. Stella “me mira con ojos diferentes, y yo la veo con ojos de padre”.

En lugar de ser remunerados por su trabajo, todos los sujetos de Valentino donaron sus honorarios (un total de 1 millón de euros) al hospital Lazzaro Spallanzani en Roma, el centro de la lucha italiana contra el COVID-19. A cambio, pudieron elegir quién capturaría su imagen, así como qué palabra pensaban que representaba los valores que necesitamos en este momento.

Las elecciones en sí mismas son reveladoras. Gwyneth Paltrow le pidió a Brad Falchuk, su esposo y cocreador de su programa de Netflix, “The Politician”. El actor y modelo Rafferty Law, hijo de Jude Law y Sadie Frost, le pidió a su madre, con quien estaba en cuarentena a las afueras de Londres, junto con todos sus hermanos, amigos varios y la pareja de su madre y los hijos de él (diez niños en total). Laura Dern eligió a su hijo, Ellery Harper. Ellery, a su vez, propuso a su hermana menor, Jaya.

Frances McDormand le pidió a Bruno Delbonnel, el cinematógrafo francés que ha trabajado desde hace mucho tiempo con su marido, Joel Coen. Estaban rodando una nueva versión de “Macbeth” cuando fueron interrumpidos por la pandemia. Delbonnel estaba viviendo al lado de ellos en el norte de California hasta que se reanudara la producción; le preocupaba que, si volvía a casa, “el tipo de la Casa Blanca ya no me permita volver”, comentó.

Janet Mock le pidió a la maquillista Wendi Miyake, que ha sido su mejor amiga desde la escuela secundaria en Hawái. Y así sucesivamente.

Casi todos los fotógrafos usaron iPhones. Casi todos se peinaron y maquillaron ellos mismos y no tenían ninguna iluminación especial. Editaron las fotos antes de enviárselas a Valentino, así que en los productos finales los sujetos pueden verse como ellos quieren que los vean y no como una marca quiere que sean vistos. Ese es un cambio bastante grande.

McDormand, por ejemplo, que no se peinó ni se maquilló, envió una sola foto a Valentino; Mock envió 20, de “aproximadamente trescientas” que tomaron, dijo Miyake. Piccioli afirmó que las entregas finales apenas fueron retocadas.

McDormand, que fue fotografiada en su ducha al exterior (“uno de los lugares en los que soy más feliz”) con un elaborado sombrero de avestruz color rosa pálido, no había posado para un retrato desde que Annie Leibovitz la capturó hace tres años en la época de “Tres anuncios por un crimen”. Tampoco había hecho ningún trabajo de publicidad desde un anuncio de Pabst Blue Ribbon en los ochenta y una narración en off para Carmex.

Rafferty Law, que se parece mucho a su padre, dijo que él y su madre habían estado ocupados durante el encierro haciendo pequeñas películas, así que le pareció que tenía sentido pedirle que le tomara una foto, aunque, Frost contó: “Tomé prestada una Olympus y no sabía realmente cómo usarla”.

Ella le pidió que posara sobre todo en las puertas porque dijo que le gustaba el “enmarcado”. Al final, solo se puso la camisa que Valentino le había enviado sin abotonarla porque Frost quería algo que minimizara la idea de celebridad y se centrara más en la idea de este chico creativo en su casa.

“A ella tal vez le haga una expresión que probablemente evite hacerle a otro fotógrafo”, dijo Law, que salió en la foto sosteniendo con los dientes su letrero con la palabra “conexión”.

Miyake caracterizó toda la experiencia como una especie de juego de disfraces para adultos. (Vistió a Mock en un vestido de noche de lentejuelas verdes en medio de una frondosa vegetación). Mock, dijo, “ha sido mi pequeña musa desde que éramos niñas y ensayaba peinados y maquillaje en ella”. Toda la experiencia, contó, fue tan buena que le gustaría volver a hacerlo.

“Pero con un equipo y un presupuesto más grande”, dijo Miyake.

This article originally appeared in The New York Times.

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