Bosques diminutos con grandes beneficios

Andrew Putnam, superintendente de silvicultura y paisajes urbanos de la ciudad de Cambridge, Massachusetts, en el parque Danehy, cerca de la Universidad de Harvard, el 26 de julio de 2023. (Cassandra Klos/The New York Times).
Andrew Putnam, superintendente de silvicultura y paisajes urbanos de la ciudad de Cambridge, Massachusetts, en el parque Danehy, cerca de la Universidad de Harvard, el 26 de julio de 2023. (Cassandra Klos/The New York Times).

Este pequeño bosque vive sobre lo que fue un basurero de la ciudad de Cambridge, Massachusetts. Aunque aún es pequeño, ya parece bastante mayor de lo que es en realidad, apenas tiene dos años.

Sus álamos crecen al doble de velocidad de lo normal y los aromáticos zumaques y tuliperos se apresuran a alcanzarlos. Absorbió las aguas pluviales sin encharcarse, suprimió muchas malas hierbas y se mantuvo frondoso durante la sequía del año pasado. El pequeño bosque ha conseguido todo esto gracias a su suelo enriquecido y a su densidad y, a pesar de su diminuto tamaño de 1400 arbustos y árboles jóvenes endémicos, prospera en una superficie del tamaño aproximado de una cancha de baloncesto.

Forma parte de un movimiento que está transformando los acotamientos polvorientos de las autopistas, los estacionamientos, los patios escolares y los tiraderos de chatarra en todo el mundo. Se han plantado bosques miniatura en Europa, África, Asia, Sudamérica, Rusia y el Medio Oriente. En la India hay cientos y en Japón, donde todo empezó, miles.

Ahora los bosques diminutos están apareciendo a paso lento pero seguro en Estados Unidos. En los últimos años, se han plantado junto a un centro penitenciario en la reserva Yakama del estado de Washington, en el parque Griffith de Los Ángeles y en Cambridge, donde el bosque es uno de los primeros de su clase en el noreste.

“Es simplemente fenomenal”, comentó Andrew Putnam, superintendente de silvicultura y paisajes urbanos de la ciudad de Cambridge, en una visita reciente al bosque, que se plantó en otoño de 2021 en el parque Danehy, un espacio verde construido sobre el antiguo vertedero de la ciudad. Entre libélulas y mariposas blancas, Putnam señaló que, en unos pocos años, muchos de los arbolitos de cuatro metros de altura serán tan altos como un poste telefónico y el bosque será autosustentable.

Los bosques sanos absorben dióxido de carbono, limpian el aire y albergan vida silvestre. Pero estos pequeños bosques prometen aún más.

Según sus creadores, pueden crecer a una velocidad diez veces superior a la de las reforestaciones convencionales, lo que les permite albergar más aves, animales e insectos y capturar más carbono, sin que sea necesario quitar malas hierbas ni regarlos después de los tres primeros años.

Y lo que es más importante, en las zonas urbanas, los bosques miniatura pueden ayudar a disminuir las temperaturas en lugares donde el pavimento, los edificios y las superficies de hormigón absorben y retienen el calor del sol.

“No se trata de un simple método de plantación de árboles”, explicó Katherine Pakradouni, horticultora de plantas endémicas que supervisó la plantación del bosque en el parque Griffith. “Se trata de todo un sistema de ecología que sustenta todo tipo de vida, tanto en la superficie como bajo tierra”.

Pakradouni explicó que el bosque del parque Griffith ocupa una superficie de 92 metros cuadrados y atrae a todo tipo de insectos, lagartijas, aves y ardillas de tierra, además de sapos occidentales que viajan desde el río Los Ángeles. Para llegar al bosque, los sapos tuvieron que trepar por un terraplén de hormigón, atravesar una ciclovía, aventurarse por otro terraplén de tierra y cruzar un sendero para caballos.

“Tienen todo el alimento que necesitan para sobrevivir y reproducirse, así como el abrigo que necesitan como refugio”, dijo Pakradouni. “Necesitamos refugios de hábitat, e incluso uno diminuto puede, en un año, significar la vida o la muerte de toda una especie”.

Conocidos como bosques diminutos, bosques miniatura, bosques de bolsillo y, en el Reino Unido, bosques “wee”, sus orígenes se remontan al botánico y ecologista japonés Akira Miyawaki, que en 2006 ganó el premio Planeta Azul, considerado el equivalente medioambiental del premio Nobel, por su método de creación de bosques endémicos de rápido crecimiento.

Miyawaki, quien falleció en 2021 a la edad de 93 años, desarrolló su técnica en la década de 1970, tras observar que los matorrales de árboles nativos alrededor de los templos y santuarios de Japón eran más sanos y resistentes que los de las plantaciones de monocultivo o los bosques que crecían tras la tala. Quería proteger los bosques antiguos y fomentar la plantación de especies autóctonas, con el argumento de que proporcionaban una resistencia vital en medio del cambio climático, además de reconectar a las personas con la naturaleza.

“El bosque es la raíz de toda vida; es la matriz que reaviva nuestros instintos biológicos, que profundiza nuestra inteligencia y aumenta nuestra sensibilidad como seres humanos”, escribió.

La receta de Miyawaki implica una intensa restauración del suelo y la plantación de mucha flora autóctona muy junta. Se siembran varias capas, desde arbustos hasta árboles, en una disposición densa de tres a cinco plantas por metro cuadrado. Las plantas compiten por los recursos en su carrera hacia el sol, al tiempo que proliferan las comunidades subterráneas de bacterias y hongos. Sus promotores afirman que, mientras que un bosque natural puede tardar al menos un siglo en madurar, los bosques de Miyawaki solo necesitan unas cuantas décadas.

A pesar de todo, hay escépticos. Dado que un bosque Miyawaki requiere una intensa preparación del terreno y del suelo, así como el suministro exacto de muchas plantas endémicas, puede resultar caro. El bosque del parque Danehy costó 18.000 dólares por las plantas y la preparación del suelo, según Putnam, mientras que la empresa de bosques de bolsillo SUGi cubrió los honorarios de consultoría de los creadores del bosque, que ascendieron a unos 9500 dólares. Solo para comparar, un árbol de una calle de Cambridge cuesta 1800 dólares.

Kazue Fujiwara, colaboradora de Miyawaki durante muchos años en la Universidad Nacional de Yokohama, comentó que las tasas de supervivencia eran de entre un 85 y un 90 por ciento en los primeros tres años, y luego, a medida que crecen las copas de los árboles, disminuyen hasta el 45 por ciento al cabo de 20 años, con la caída de los árboles muertos que alimentan el suelo. La densidad inicial es fundamental para estimular un crecimiento rápido, afirmó Hannah Lewis, autora de “Mini-Forest Revolution”. Los árboles crean un follaje que da sombra a las malas hierbas y protege el microclima inferior del viento y el sol directo.

A lo largo de su vida, Miyawaki plantó bosques en emplazamientos industriales de todo el mundo, incluida una planta de piezas automotrices en el sur de Indiana. El punto de inflexión llegó cuando un ingeniero llamado Shubhendu Sharma participó en una plantación de Miyawaki en la India. Entusiasmado, Sharma convirtió su propio patio trasero en un bosque miniatura, creó una empresa de plantación llamada Afforestt y, en 2014, dio una charla TED que, junto con una continuación en 2016, acabó atrayendo millones de visitas.

Los conservacionistas de todo el mundo tomaron nota.

En los Países Bajos, Daan Bleichrodt, educador medioambiental, planta bosques diminutos para acercar la naturaleza a los habitantes de las ciudades, sobre todo a los niños. En 2015, encabezó el primer bosque Miyawaki del país, en una comunidad al norte de Ámsterdam, y desde entonces ha supervisado la plantación de casi 200 bosques.

Según Bleichrodt, un estudio universitario de 2021 sobre 11 bosques miniatura neerlandeses descubrió más de 1100 tipos de plantas y animales en los lugares: martines pescadores, zorros, erizos, escarabajos araña, hormigas, lombrices de tierra y cochinillas.

“Un bosque Miyawaki puede ser como una gota de lluvia que cae en el océano”, escribió Fujiwara en un correo electrónico, “pero si los bosques Miyawaki regeneraran los desiertos urbanos y las zonas degradadas de todo el mundo, se crearía un río”.

“No hacer nada”, añadió, “es lo más inútil”.

El bosque Miyawaki del parque Danehy, que costó 18.000 dólares por las plantas y la preparación del suelo, más unos 9500 dólares por los honorarios de consultoría de los creadores, en Cambridge, Massachusetts, el 26 de julio de 2023. (Cassandra Klos/The New York Times).

c.2023 The New York Times Company

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