El Borussia Dortmund y la idea de que todo es posible

La plantilla del Borussia Dortmund contiene un sinfín de casos de estudio viables para ilustrar lo entramado de su carácter, pero como capitán —el hombre con el honor de liderar el sábado en Wembley al finalista más improbable de la Liga de Campeones en 20 años— Emre Can puede ser el más convincente.

Hace menos de cinco años, cuando estaba concentrado con la selección de Alemania, sonó el teléfono de Can. Del otro lado de la línea había un ejecutivo de la Juventus, el equipo italiano que lo había fichado la temporada anterior. Mantuvieron lo que podría describirse como una conversación cortante, aunque cualquiera de esas palabras podría ser exagerada.

El directivo de la Juventus tenía una buena y una mala noticia. La mala era que el entrenador del club, Maurizio Sarri, había dejado a Can fuera de su lista de convocados para la Liga de Campeones, es decir que no podría jugar esa temporada en la competición de élite en Europa. ¿La buena noticia? Al menos podría tener unas cuantas noches libres. (Lo más seguro es que no dijo esto).

Es razonable pensar que Can no se lo tomó bien. “Estoy furioso”, declaró cuando se hizo pública la noticia de su exclusión. Comentó que había rechazado la oportunidad de dejar la Juventus porque creyó que iba a jugar la Liga de Campeones. Y ahora le habían dicho que no sería así, en una “llamada telefónica que no duró ni siquiera un minuto”.

Esa conversación marcó el final de la etapa de Can en Italia —en pocos meses, se había sumado a las filas del Dortmund, en un inicio en calidad de préstamo—, pero pareció marcar un punto de inflexión más significativo. A Can ya se le había permitido dejar el Liverpool cuando había cobrado fuerza la revolución de Jürgen Klopp. Ahora también se le consideraba un peso muerto en Italia.

El mensaje era claro. La élite del fútbol había juzgado y evaluado a Can —a la madura edad de 25 años— y lo había encontrado insuficiente.

Por lo tanto, habría que perdonarle sentir una satisfacción personal considerable por cómo va a pasar este fin de semana. Ahora, a sus 30 años, Can ha sido una figura central en la trayectoria improbable del Dortmund hasta la final de la Liga de Campeones, actuando como una presencia formidable en el medio campo, un refuerzo ocasional en defensa y un líder sereno y carismático.

Hay bastantes historias como esa en la plantilla de huérfanos y extraviados que han llevado al Dortmund hasta Wembley: Julian Ryerson, el lateral derecho noruego rescatado de la relativa oscuridad del Union Berlin en medio de una crisis de lesiones; Niclas Füllkrug, el delantero potente y de florecimiento tardío que ha logrado prominencia de manera repentina e inesperada; Jadon Sancho, un refugiado del Manchester United al que se le ofreció asilo en Alemania.

Este no es el Borussia Dortmund del imaginario colectivo, una escuadra impulsada por una o dos de las promesas más brillantes del fútbol europeo: un Erling Haaland, un Jude Bellingham, un joven Robert Lewandowski. Este es un equipo de despedidos y descartados, de los que iban cuesta abajo y pasaban desapercibidos.

Por primera vez en una década, tal vez más, el Dortmund no es el hogar de un equipo que está a la espera de que lo destrocen los depredadores alfa del deporte. Quizá su mejor jugador en la contienda hacia la final fue Mats Hummels, quien ahora está en la fase de su carrera en la que es un veterano sin pelos en la lengua. Uno de sus activos más valiosos, el vigoroso lateral izquierdo Ian Maatsen, de hecho, es un préstamo del Chelsea.

Ese estatus de un equipo que roza, pero no alcanza la élite ha quedado claro en su nivel en la Bundesliga, donde terminó en una decepcionante quinta posición, a 27 puntos de un Bayer Leverkusen que sin duda ha sido excepcional y —tal vez más condenatorio— a nueve de un Bayern de Múnich que vive su peor temporada en una generación

El Dortmund cayó en casa y de visitante con el RB Leipzig y el Stuttgart. No pudo ganar ninguno de sus dos partidos contra el recién ascendido Heidenheim, uno de los clubes más pequeños que ha pasado por la primera división alemana. Hummels reconoció esta semana que se había enfurecido tanto con el rendimiento del equipo que, al menos una vez, había dejado claras sus quejas al entrenador del club, Edin Terzic.

Por supuesto que nada de esto indicaba que la temporada del Dortmund pudiera concluir con la posibilidad de ganar el mayor honor del fútbol europeo.

Enfrentar al Real Madrid con el quinto mejor equipo de Alemania, desde luego, parece una prueba poco probable para identificar al mejor equipo de Europa. Más que cualquier otra final de este siglo, parece demasiado desigual para tener la calidad épica que caracteriza a una final de la Liga de Campeones. Habrá quienes, tanto en la UEFA como en sus televisoras asociadas, piensen que el París Saint-Germain, el Barcelona o incluso el Atlético de Madrid pudieron haber sido un candidato más apetecible.

Sin embargo, el deporte en su conjunto debería disfrutar de la presencia del Dortmund. No solo porque demuestra, una vez más, que el fútbol resiste todos los intentos de reducirlo a una simple fórmula financiera. No solo porque nos recuerda que hay más de una manera de triunfar. No solo porque refuerza la perogrullada de que no existe un mal jugador, sino un jugador en el contexto equivocado.

Más que nada, el deporte debería divertirse porque en realidad el fútbol europeo necesita con desesperación creer —en una era de precipicios, Estados propietarios y una élite cada vez más reducida— que todo es posible, que el triunfo no ha sido monopolizado por unos pocos, que todavía puede haber un día para un subestimado.

Por supuesto que esos días son cada vez más raros. La próxima temporada, los octavos de final de la Liga de Campeones se disputarán por cabezas de serie, en otro intento para que el pequeño grupo de equipos que ven esta competencia como su patio de recreo amarre una mayor parte del botín y para garantizar que solo los más grandes y los mejores puedan completar el recorrido.

Y, a pesar de todo, el sábado, cinco años después de su ostracismo en la Juventus, Can liderará al Borussia Dortmund —el quinto mejor equipo de Alemania, lo más cercano a un grupo variopinto de valientes aspirantes que tendrá el fútbol europeo de élite— sobre el césped de Wembley para la final de la Liga de Campeones. Todo es posible. Y eso es algo que vale la pena apreciar, además de proteger.

Una escoba nueva, el Manchester United de siempre

La línea entre el “emprendedor de alto rendimiento” y el “tirano lunático que nombra a un caballo como cónsul” es un poco más delgada de lo que se podría esperar. Por ejemplo, no es del todo imposible imaginar que uno de los autoproclamados reyes filósofos de Silicon Valley declare a Calígula como un alborotador audaz, un líder sin miedo a desafiar el statu quo antropocéntrico de la política.

Vale la pena recordar esto cuando se trata del régimen casi nuevo del Manchester United, pues el multimillonario petroquímico Jim Ratcliffe —orgulloso dueño de una cuarta parte del club— y su “consigliere” Dave Brailsford parecen emitir un decreto draconiano cada 72 horas.

Algunos, como exigir oficinas ordenadas, parecen razonables. Otros —como no más trabajo desde casa— parecen mezquinos y un tanto hipócritas, si consideramos el estilo de vida de Ratcliffe. Uno o dos, como la declaración de esta semana de que cualquiera tiene la libertad de renunciar, son tan preocupantes que uno se pregunta cuánto nos falta para que empiece la construcción de una estatua del perro de Ratcliffe.

No obstante, es curioso que nada de esta urgencia dinámica parezca aplicarse al entrenador del club, Erik Ten Hag, a quien se le ha dejado a la deriva durante buena parte de los últimos seis meses. Hay argumentos para concederle una tercera temporada. Sin embargo, hay mejores para no hacerlo.

En cualquier caso, no es muy alentador que las personas influyentes del United todavía no se hayan decidido. Desde fuera, debemos admitir que ser meticuloso puede lucir muy similar a ser indeciso. No obstante, la percepción de que el resultado de un solo partido podría alterar la renovación supuestamente dura del United es perjudicial en sí misma.

Después de todo, parece el tipo de cosas que el club solía hacer, un nuevo y feliz amanecer que termina en esencia con el mismo sol en el cielo.

Un hombre solitario y sus récords

Si todos somos completamente sinceros con nosotros mismos, la producción en redes sociales de Cristiano Ronaldo alcanzó su cúspide en 2017, cuando nos hizo —como especie— la pregunta más punzante de todas: ¿alguna vez han relacionado el acero con lo ecológico? Porque, deberías saberlo, él sí lo ha hecho. Claro que lo ha hecho. Es Cristiano Ronaldo. Y se asoció con Egyptian Steel.

A pesar de todo, ni siquiera para esos estándares, no digamos, elevados, esta semana fue mala para Ronaldo. Para contextualizar: tiene 39 años; es millonario multiplicado por mucho; es un héroe para millones de personas; es uno de los mejores atletas de todos los tiempos y una de las personas más famosas en la historia de los deportes.

Por lo tanto, es difícil entender por qué siente la necesidad de vender NFT, tres años después del estallido de esa burbuja particular. Al parecer, ahora tiene cuatro colecciones. Incluso según un estimado conservador, son al menos tres de más.

Sin embargo, de cierto modo, esa no fue la peor parte. Ronaldo, para molestia de muchos, tiene razón al declarar que es el primer jugador de la historia que se convierte en máximo goleador de cuatro ligas nacionales distintas. (Hasta donde se sabe, la mejor marca anterior es de tres, compartida con Romário y Ruud van Nistelrooy, entre otros). También tiene razón en sentirse orgulloso de ello.

No obstante, hay un anticlímax ineludible en la manera en que Ronaldo glorifica estos logros. Una lectura amable —y podemos concederle eso— sugeriría que ha tocado tales alturas que todo lo que sigue, en el otoño de su carrera, se siente algo descolorido y un poco insignificante. Quiere que los añadamos a su legado para pulirlo. Parece ignorar felizmente que eso tiene justo el efecto contrario.

c.2024 The New York Times Company