El grave y ardiente problema de EEUU con sus desechos nucleares
Estados Unidos tiene un problema literalmente ardiente y radioactivo: carece de un lugar apropiado para confinar de modo permanente, podría decirse que para la eternidad, el cuantioso flujo de combustible nuclear que desechan los reactores atómicos del país, en específico los de las plantas de generación de energía que operan a base de uranio y que son críticos para el abastecimiento energético nacional.
Y el problema es para largo, pese a que la infraestructura de almacenamiento temporal de desechos nucleares actualmente disponible ya no da para mucho más: actualmente, como reveló un informe de la Oficina de Fiscalización Gubernamental (OFC), los retos en materia técnica, legislativa y de opinión pública para hallar una solución de largo plazo al problema del desperdicio de material radioactivo van, literalmente, cuesta arriba.
En tanto, los desechos nucleares se acumulan y sus tumbas actuales no son lo óptimo para ponerlas a descansar de modo duradero y seguro para la población y el medio ambiente estadounidenses.
De acuerdo a cifras oficiales del Instituto de Energía Atómica, cada año se generan en Estados Unidos entre 2,000 y 2,300 toneladas de combustible nuclear usado, el cual si bien ya no tiene el poder radioactivo original sigue siendo una fuente de contaminación enorme. En las últimas cuatro décadas el país ha generado casi 75,000 toneladas de esos desechos, cifra que continuará creciendo año con año por decenas de años en el futuro.
Y, a diferencia de otros países, en Estados Unidos está prohibido el reciclaje de residuos nucleares y se prefiere confinarlos, por temor a que esos materiales puedan acabar impulsando la proliferación de armas atómicas.
Por mandato legal, el gobierno federal tiene responsabilidad en el manejo de esos desechos y, cuando no puede gestionarlos por sí mismo, debe pagarle a las empresas que operan los reactores los costos de confinar sus desechos radioactivos. Por ello, actualmente gran parte de los desechos nucleares se almacenan en 75 cementerios “provisionales” (que son instalaciones de grandes contenedores de acero reforzado colocados dentro de gruesas estructuras de concreto). Pero el espacio en ellos es limitado y se carece de una estrategia de largo plazo para reemplazarlos.
Por ejemplo, como relata el periódico VT Digger, en Vernon, Vermont, simplemente ya no tienen dónde colocar el combustible nuclear de desecho que aún permanece allí luego de que la planta nuclear de generación eléctrica del lugar dejó de operar a finales de 2014. Eso se repite en muchos estados del país.
Con todo, el asunto no tiene fácil solución. La construcción de un cementerio nuclear permanente es un proyecto que el gobierno federal ha ido desarrollando por muchos años, pero a la fecha no ha podido concretarse. El plan fue crear uno en un área remota y geográficamente estable conocida como Yucca Mountain, en Nevada, donde se construiría un enorme depósito subterráneo en donde serían colocadas las miles y miles de toneladas de desechos nucleares del país y que tendría suficiente capacidad para recibir las descargas futuras.
Pero ese proyecto, como indica la OFC, no progresó y dejó de recibir fondos del propio gobierno federal. En tanto, la acumulación de combustible nuclear gastado sigue creciendo (y eso sin contar las muchas cantidades adicionales de materiales contaminados de radiación que no son material nuclear en sí pero que también requieren ser confinados por siglos para evitar causar daños a la población y al medio ambiente) y los pagos a entidades privadas por el manejo de desechos radioactivos en instalaciones que están cerca de la saturación suman cada año miles de millones de dólares.
Y el problema es que el margen de maniobra es muy limitado, y las soluciones no están claras o no son viables en las condiciones actuales.
Por ejemplo, la OFC indica que, para empezar, el marco legal no faculta necesariamente al gobierno federal para manipular y consolidar desechos nucleares en un sitio que no sea Yucca Mountain, pero dado que a la fecha esa opción está “dormida”, no habría mucho margen de maniobra legal sin acción previa del Legislativo. Además, expertos han recientemente alertado sobre problemas potenciales que podrían experimentarse al transportar material radioactivo de sus confinamientos temporales al cementerio nuclear permanente: se afirma, por ejemplo, que cierto material de desecho relativamente nuevo tendría temperaturas elevadas que son manejables en los contenedores de acero y cemento, pero no necesariamente en un transporte. En pocas palabras, mover mucho del desecho nuclear relativamente reciente implica riesgos de que, literalmente, arda en el camino. Para colmo, la misma infraestructura de transporte, en especial la ferroviaria, podría requerir cuantiosas ampliaciones e inversiones para ser adecuada para movilizar el combustible nuclear gastado hacia su última tumba.
Y, por añadidura, la opinión pública es muy poco receptiva a la idea de masas de ardiente material radioactivo cruzando el país, atravesando quizás áreas pobladas o naturales. Por ejemplo, grupos ambientalistas y de habitantes de Nevada se opusieron a la creación del repositorio nuclear en Yucca Mountain y a nadie le agrada la idea de que un sitio así se coloque en sus cercanías, así haya muchas millas de por medio.
Y el problema es que las enormes incertidumbres en el esquema del gobierno en la materia, que ni siquiera tiene un sitio avalado para crear un cementerio nuclear permanente, solo genera desconfianza. Por ejemplo, en el caso de Yucca Mountain, grupos nativoamericanos criticaron al gobierno de practicar un “racismo ambiental” al dar pasos para posiblemente reabrir el proyecto de cementerio nuclear en ese lugar. Afirman que la creación de esa instalación en Yucca Mountain implica el “desmantelamiento de las formas de vida del pueblo shoshone”, de acuerdo al periódico Review Journal.
Por lo pronto, mientras cobra fuerza la posibilidad de reanudar el plan en ese lugar de Nevada, el tiempo pasa y los desechos nucleares aumentan en el país día a día en un asunto que, dada su misma naturaleza, literalmente es cosa de milenios.