El agresor de Rafinha tiene un lamentable antecedente

La violencia en el fútbol no tiene fronteras. Y no precisamente del lado de afuera de la línea de cal, es decir, cuando hablamos de las tristemente célebres barras bravas (o como quieran llamarlas).

La violencia también se genera dentro del campo de juego, con futbolistas que van a una pelota sin medir riesgos, sin tener en cuenta que enfrente hay un colega. Una cosa es ir fuerte, otra muy distinta es ir con mala intención.

Y eso es lo que hizo hace un par de días el belga Radja Nainngolan, jugador de la Roma, quien en una dura entrada le rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha al brasileño Rafinha del Barcelona.

Muchos dirán que fue un accidente de trabajo. Tal vez algo de cierto haya en esa afirmación. Pero cuando el mismo jugador tuvo un antecedente cercano de agresión a un colega ya la cosa cambia de color.

El propio Nainngolan le provocó la rotura de tibia y peroné a Federico Mattiello, jugador del Chievo, el pasado mes de marzo tras una terrible patada.

Si bien el belga se disculpó en ambas ocasiones, queda en claro que su accionar es temible y que merece tener una sanción ejemplar.

Este tipo de situaciones no deben ser toleradas en el fútbol. Es hora de aplicar leyes duras, como por ejemplo que el agresor sufra el mismo tiempo de suspensión que le toma al agredido recuperarse. Tal vez así aprendan a que esto es un juego y que la víctima es un colega de profesión.

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