Vida y leyenda de Sandino

Algo de megalomanía debió haber en el líder guerrillero nicaragüense Augusto Calderón Sandino cuando completó su nombre de pila (César) para hacerse el homólogo del primer emperador de los romanos. Había nacido a fines del siglo XIX como hijo natural de un terrateniente y una india. A la conciencia de este “cruce” puede atribuírsele el orgullo que lo caracterizó desde joven y el profundo resentimiento que albergaba contra los que oprimían a la pobreza que conoció en su primera infancia, aunque, a los 9 años, su padre se lo llevó consigo y se ocupó de proporcionarle alguna educación.

Tenía 17 años cuando las tropas de Estados Unidos desembarcaron en Nicaragua para quedarse por dos décadas. Sandino no tardaría en identificar a los norteamericanos —que, en defensa de una estabilidad que favoreciera sus intereses, apoyaban a la oligarquía local— con los enemigos de la justicia y la prosperidad de los suyos. Debe haber tenido un temperamento iracundo cuando atacó e intentó matar al hijo de un importante ciudadano de su pueblo que hizo un comentario ofensivo de su madre.

El asalto lo convirtió en prófugo y terminó como exiliado en México, de donde regresó a Nicaragua cuando ya su delito había prescrito. Para entonces el país vivía el clima de un conflicto civil que pronto se convertiría en la guerra constitucionalista entre los liberales, encabezados por el general José María Moncada —que había declarado su apoyo al ex vicepresidente Juan Bautista Sacasa— y el gobierno conservador de Adolfo Díaz — que había llegado al poder como producto de un golpe de Estado que los estadounidenses respaldaron.

Fue en esas circunstancias que Sandino organiza un grupo guerrillero y comienza una guerra por su cuenta contra las fuerzas conservadoras. Mientras lidera este grupo irregular, va hasta Puerto Cabezas —que era en ese momento la capital de los rebeldes liberales— a entrevistarse con Moncada, de quien solicita pertrechos y una comisión militar. Moncada desconfía de Sandino desde el principio y, de momento, el gobierno en armas le niega la ayuda; pero, gracias a que los guerrilleros le capturan algunas armas a los soldados del gobierno, el mando liberal le concede a Sandino una comisión.

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En los primeros meses de 1927, Sandino ya es reconocido como uno de los líderes de la resistencia y, en abril de ese año, desempeña un papel importante al prestarle apoyo a la columna liberal que ya avanza sobre Managua. El gobierno está a punto de caer, pero Estados Unidos, temiendo por un cambio de régimen, impone un cese al fuego que se firma el 4 de mayo. Ambas partes convienen en desarmarse. A Adolfo Díaz le permitirán terminar su mandato y se crea la Guardia Nacional, aunque los soldados norteamericanos han de permanecer en el país para garantizar el acuerdo.

Sandino juzgó ese acuerdo como una traición a los ideales revolucionarios y, en consecuencia, rehusó que sus hombres entregaran las armas y regresó a las montañas de Segovia, desde donde empezó una guerra contra la ocupación norteamericana y en la cual es perseguido sin descanso por los famosos “marines”.

A partir de ahí, su trayectoria se radicalizó, de la misma manera que se radicalizaron sus aspiraciones: de la simple liberación de Nicaragua de la ocupación extranjera, aspiraba a materializar de nuevo la unidad centroamericana hasta llegar a concebir que el sueño de Bolívar de una confederación continental es proyecto factible.

Ideológicamente, puede hablarse, no obstante, de dos períodos: el que llega hasta un breve exilio en México —de junio de 1929 hasta fines de abril de 1930— en que es aliado de los movimientos y partidos comunistas de la región, y el de sus últimos años en que rechazó por igual capitalismo y comunismo, y su discurso se tiñó de milenarismo religioso, conforme al cual él se ve a sí mismo como un caudillo que adelanta la justicia divina y el Día del Juicio Final.

Cuando, al fin, cesó la intervención norteamericana en 1933, Sandino reconoció al presidente Sacasa y decidió deponer las armas y acogerse a la vida civil; pero la Guardia Nacional no pareció perdonarle sus años de insurgencia ni la influencia que pudiera ejercer en Nicaragua y lo asesinaron en una emboscada (en febrero de 1934) sin que nunca se recobrara su cadáver. Después de eso, el movimiento que él lideró fue liquidado en poco tiempo; pero su leyenda tendría posteridad: más de 40 años después de su muerte, los rebeldes que derrocaron la dictadura somocista lo hicieron en su nombre.