Armando la escena sexual
"La reunión era agradable. Música suave y luz tenue. Acababa de llegar y una voz le resonó. Cierto perfume lo atrajo. Se dio vuelta y miró a una mujer que estaba junto a la ventana. Sus músculos se tensaron y su corazón se agitó. La mujer percibió su llegada, su presencia y baja la mirada. Busca distraídamente algo en su cartera, se acomoda el cabello y - como al pasar - cruza su mirada con la de él. Ambos tienen sus pupilas dilatadas. Se suceden las miradas y los gestos. Ella sabe, él sabe que ella sabe, pero ninguno evidencia demasiado su interés. Ambos disfrutan del juego".
Esta pareja estuvo jugando el juego de la atracción - seducción, dos fenómenos que se dan en forma sucesiva. La atracción tiene algo de mágico y de misterioso. Ocupa apenas unos pocos minutos - o tal vez segundos - en la realidad pero es el disparador.
Si entre ambos hay atracción mutua y voluntad de continuar, comienza el juego de la seducción, esa peculiar forma humana de cortejar, tan compleja, con abundancia de estrategias, con exhibiciones y defensas, con aperturas y cierres, acercamientos y distancias. Interesarse y desinteresarse son elementos típicos del comportamiento de coqueteo, que se manifiesta, al comienzo, por el lenguaje de los ojos.
A medida que la pareja avanza en el cortejo irá transitando diferentes escalones en los que se juegan códigos con el mismo tipo de señales.
Y, a lo largo de este juego de dos, de atracción - seducción, en el cual seduzco, me dejo seducir, él me corteja, yo coqueteo, charlamos, nos mimamos, la escena se va armando. El deseo se va encendiendo, el cuerpo va entrando en calor. Atraemos si estamos dispuestas a ser seducidas por el otro. Se trata de un proceso de mutuo descubrimiento en el cual las señales que emitimos producen conductas de temor y atracción, de deseo y desconfianza. A medida que se reafirma la sensación de seguridad con la persona que amamos nos animamos a mostrarnos tal como somos, más humanos y reales. Es el momento en el cual si bien termina la idealización comienza un gran desafío: mantener la pasión por el otro tal cual es, sin idealizaciones.
De este modo, la escena sexual no se arma por arte de magia en el preciso instante en que él y yo nos acostamos juntos. Se prepara antes. Muchas veces empieza con algo pequeño: una mirada, un gesto, un contacto fugaz con el cuerpo del otro. A veces un recuerdo compartido, un perfume, una melodía que nos sugiere cosas. Y el deseo se enciende. Recordamos escenas ya vividas, se imaginan otras, hay todo un ritual de sugerencias, galanteos, seducción y juego que necesariamente precede al acto sexual en sí.
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