Una huelga en Dubái, la ciudad del futuro

El sector de la construcción en Dubái depende de trabajadores emigrantes (Imre Solt - Wikimedia Commons)
El sector de la construcción en Dubái depende de trabajadores emigrantes (Imre Solt - Wikimedia Commons)

La efímera huelga de los trabajadores de la construcción en Dubái apenas ocupó espacios en la prensa la semana pasada. La magnificencia del hotel Burj Al Arab, que entrega un iPad de oro de 24 quilates a sus clientes, o las adquisiciones de un Lamborghini, varios Ferrari y otros autos de lujo por la policía local, eclipsaron la historia de los emigrantes cuyos brazos levantan esa fabulosa ciudad en el Golfo Pérsico.

En apenas dos décadas Dubái ha emergido como una de las urbes más espectaculares del planeta por el auge del turismo, el sector inmobiliario y los servicios financieros. Los expertos la consideran la capital de las compras en el Medio Oriente, debido a la profusión de centros comerciales, entre ellos el mayor del mundo: el Dubai Mall. De una economía dependiente del petróleo, este emirato se ha transformado en un poderoso imán para los negocios a escala global.

Una inusual huelga

El 18 de mayo se inició la huelga en los campamentos de la compañía Arabtec. En vez de perturbar el tráfico o manifestarse en los sitios donde se erige la nueva terminal aérea de Dubái o la sede del Museo del Louvre en los Emiratos Árabes Unidos (EAU), los trabajadores decidieron simplemente no presentarse a los sitios de construcción.

Un empleado contó a la agencia británica Reuters que sus colegas demandaban un aumento de salario y el pago de las horas extras. Otras fuentes señalaron que los huelguistas exigían la entrega de alimentación gratuita prometida por la empresa. Según reportes de la televisora Al Jazeera, miles de obreros se sumaron al paro, también extendido a la vecina Abu Dabi.

Pero el miércoles todo había terminado. Los ejecutivos de Arabtec pidieron el auxilio de la policía, que intervino en los albergues situados en las afueras de la ciudad. “Esa paralización injustificada de las labores ha sido instigada por un grupo minoritario que rendirá cuenta por sus acciones”, afirmó la compañía en un comunicado. Sus acciones en la bolsa de Dubái cayeron ligeramente antes de reponerse luego del fin del fugaz conflicto.

El jefe de la policía, Dahi Khalfan, aseguró que sus efectivos no suelen intervenir en asuntos internos de las empresas, sin embargo unos 200 trabajadores habían expresado su voluntad de abandonar sus empleos en Arabtec y las autoridades se estaban encargando de la deportación. Otras versiones de los hechos indican que esas repatriaciones son el castigo para quienes incitaron a la desobediencia. Las cartas de terminación de los contratos enviadas por la empresa a los inconformes calmaron los ánimos en los campamentos. Las leyes de Dubái prohíben las huelgas y la organización de sindicatos.

Arabtec cuenta en su portafolio con algunos de los proyectos renombrados de la ciudad: el archipiélago artificial Palm Jumeirah, el rascacielos Burj Khalifa –el más alto del mundo—,y ahora forma parte de un consorcio de empresas que construirá una filial del Museo del Louvre, un proyecto valorado en 653 millones de dólares. La compañía emplea a más de 52.000 personas y posee una cartera de encargos superior a los 7.700 millones de dólares.

Sus obreros, la mayoría provenientes de India, Pakistán, Bangladesh, Sri Lanka y Nepal, aspiraban a un alza de entre 50 y 130 dólares. Como promedio estos trabajadores ganan alrededor de 200 dólares al mes, una suma que muchos envían casi en su totalidad a sus empobrecidas familias en los países de origen.

De acuerdo con un reporte de la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW), en enero de 2011 el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) deportó a 71 bangladesíes por su participación en una huelga que afectó también a Arabtec. Los manifestantes en aquella ocasión demandaban incrementos de salario, la retribución por las horas extras y el pago a tiempo.

Trabajadores emigrantes construyen el paraíso

Lejos de los lujosos hoteles, centros comerciales y rascacielos que hacen de Dubái una ciudad futurista, miles de trabajadores de la construcción sobreviven en campamentos miserables. En las barracas predomina el hacinamiento y las pésimas condiciones higiénicas. Según testimonios recogidos por Al Jazeera, medio centenar de hombres pueden depender de un solo baño. Rodeados por guardias privados, esas pequeñas ciudades multinacionales recuerdan los campos de trabajo forzado de algunos regímenes totalitarios del siglo XX.

“Los gobiernos (de los EAU) y los empleadores tienen que respetar los derechos de los trabajadores a la negociación colectiva”, afirmó Sharan Burrow, secretario general de la Confederación Internacional de Sindicatos. La sindicalista acusó a las autoridades de Dubái y los demás estados del Golfo de abusar de la mano de obra emigrante y mantenerla bajo condiciones de esclavitud.

En su informe de 2012, HRW explica que los trabajadores emigrantes de Dubái –alrededor del 90 por ciento de la fuerza laboral en la construcción— están expuestos al poder de sus empleadores, que retienen sus documentos de identidad, les impiden negociar sus contratos u organizarse para exigir sus derechos. Las mujeres empleadas en labores domésticas sufren la peor situación, pues deben soportar salarios no pagados, privación de alimentos, largas horas de trabajo, el confinamiento forzado, y el abuso físico y sexual.

Las autoridades de los EAU rechazan cualquier señalamiento sobre las violaciones de los derechos humanos en su territorio. En sucesivas declaraciones han calificado los reportes de organizaciones internacionales y gobiernos como una intromisión en sus asuntos internos y ejemplos de una conspiración externa para atentar contra el desarrollo económico de la región.