Un hombre reforma a los jóvenes más violentos de Sudáfrica tras instalar un gimnasio en su jardín

El gimnasio más célebre de Rusthof, un suburbio sudafricano, no tiene duchas, ni baños ni espejos. A su dueño, Frank Hendricks, no le importa tener diez o mil miembros (tiene 80). Él cobra unos cinco dólares a los que tienen trabajo y nada a los que están desempleados. El propósito del gimnasio improvisado por este culturista de 65 años no es hacer dinero sino algo más profundo: reparar el caos que se vive a diario en un barrio al que sus propios vecinos han apodado Gaza, que en Ciudad del Cabo significa baño desangre.

Se trata de reparar un daño en particular: el que sufrió el hijo de Hendricks una noche de 2008 en la que fue apuñalado 12 veces por defender a una chica a la que un grupo de maleantes que se hace llamar Colegiales estaba a punto de violar.

Frank no llevó a los Colegiales a juicio. En su lugar, escuchó lo que su hijo, que entonces acababa de estrenar la veintena, le dijo desde el hospital: "Papá, no mandes a estos chicos a la cárcel. No solucionará nada".

Fue ahí, sentado en el borde de la cama del hospital, cuando Frank tuvo su gran idea: abriría un gimnasio para que los maleantes, que en el fondo no eran más que jóvenes llenos de energía que no podían dedicar a nada, se desahogaran. Consiguió que el líder de la banda supiera que quería verle. Al poco, 30 jóvenes se plantaron en su casa. "La gente me dijo entonces: 'Vas a morir esta tarde", recuerda Hendricks. "Les dije: 'Eso no va a pasar".

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En lugar de huir, Frank le pidió a su mujer que hiciera bollos para todos. Luego se sentó en su sofá, rodeado de los trofeos que había acumulado tras una vida entera dedicada a la musculación y al entrenamiento de otros. Al poco, había convencido a los vándalos.

"Después de comer, hablamos de la vida y por qué hacían daño a otros chicos. Muchos de ellos lloraron", narra. Les dijo que iba a abrir un gimnasio en el jardín de su casa. "Les dije que no se preocuparan por el dinero. Que tan solo vinieran". Y lo hicieron. Máquina a máquina, pesa a pesa, Frank consiguió un rudimentario gimnasio al que los jóvenes empezaron a acudir con asiduidad. Al poco los estaba enviando a campeonatos nacionales. Algunos han ganado.

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De sus discípulos, hay uno que le tiene especialmente orgulloso: Mark April. Es el último en dejar el gimnasio por las noches. Hace ya dos años que su madre se plantó en el gimnasio que metía la vida de los demás en vereda y describió cómo las drogas y la violencia estaban destrozándole la juventud. Ahora es uno de los ganadores del último campeonato provincial. "Conozco al tío Frank desde hace años y siempre le he respetado", ilustra ahora. "Me ha alejado de la cárcel y del crimen".

Otro ejemplo brillante es el General, un chico que comanda la banda de los Números y cuya asistencia al gimnasio es parte de su libertad condicional. Hay otros que no tienen un pasado en las drogas pero que aún así acuden ahí buscando la redención, como quien va a una iglesia. Es el caso de Howard Grieslaar, un exjugador de rugby. "Tuve un accidente de coche un día y pensé que nunca podría volver a usar el brazo", recuerda. "Ahora mírame".

Fuente: Yahoo! España/Un hombre reforma a los jóvenes más violentos de Sudáfrica tras instalar un gimnasio en su jardín