Hazte la cama y otras lecciones para la vida del jefe de los mejores soldados de EEUU

Marines toman posiciones en un ejercicio militar en una playa de Filipinas.
Marines toman posiciones en un ejercicio militar en una playa de Filipinas.

Es final de curso y época de graduaciones. En Estados Unidos son grandes fiestas y las universidades escogen a un personaje para que haga un discurso. Son charlas que animan a los licenciados a cambiar el mundo. Tienen sabor de autoayuda juvenil -y probablemente lo son-, pero este año ha habido una interesante.

El almirante William McRaven cerró el curso en la Universidad de Texas, donde se graduó hace 37 años. McRaven organizó la misión de los Navy Seals que acabó con Osama bin Laden en 2011. Hoy es el comandante de todas las Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Las fuerzas especiales son los comandos: sus objetivos son concretos -matar, rescatar, secuestrar- que deben cumplirse rápido y en territorio enemigo.

La preparación de los Navy Seals es legendaria: seis meses en una base en Coronado, al sur de California. El nombre de ese curso lo dice todo: Demolición Básica Submarina (BUD, en inglés). En este vídeo uno puede hacerse idea de qué significa querer ser Navy Seal (y es solo la primera parte).

McRaven recuerda su preparación como Navy Seal en 1977 para sacar diez lecciones de vida para los graduados -que son civiles- en Texas.

1. Hazte la cama

La primera tarea cotidiana de los instructores en la base es examinar la cama de los aspirantes. “Cada mañana debíamos hacer la cama a la perfección”, dice McRaven.

Esta es la lección de la cama:

Si cada mañana haces la cama habrás hecho la primera tarea del día. Te dará una pequeña sensación de orgullo y te animará a hacer otra tarea y otra. Al final del día, esa tarea se habrá convertido en muchas tareas hechas. Hacer la cama reforzará el hecho de que las cosas pequeñas importan.

2. Busca alguien que te ayude a remar

Una parte del entrenamiento de los Seals es en equipos y en un bote. Deben salir a remar varias millas por la costa. En invierno, dice McRaven, las olas en la zona pueden ser de hasta 3 metros:

Cada remada debe estar sincronizada con el conteo del timonel. Todos deben ejercer la misma fuerza o el bote volcará por la ola y lo enviará de nuevo a la playa. Para llegar a destino, todos deben remar. El trabajo en equipo cuenta.

3. No te dejes llevar por las apariencias

El curso de McRaven empezó con 150 aspirantes. En unas semanas quedaban 35. Los equipos estaban divididos por alturas. McRaven iba con los altos. Había otro equipo donde ninguno pasaba de 1,65 metros. Les llamaban los “nenes”.

Eran de diferentes orígenes: indio, negro, polaco, griego, italiano y dos del centro de Estados Unidos. “Nos ganaban en remo, en carreras y a nado a todos”, dice McRaven. “Los grandullones se reían siempre de las mini aletas que los ‘nenes’ se ponían en sus piececitos antes de nadar, pero siempre reían los últimos”.

Estas es la lección: “El entrenamiento de los Seals es un gran igualador. No importa nada más que tu voluntad de éxito. Ni el color, ni el origen, ni la educación, ni el estatus”.

4. No seas un galletitas y sigue adelante

Igual que la cama, los uniformes debían estar perfectos. Pero tenían trampa: “No importaba el tiempo que habías almidonado tu gorra, o planchado tu uniforme o pulido tu hebilla: no era suficiente”.

Nada nunca evitaba a los aspirantes sufrir las consecuencias de una decisión injusta. El castigo por llevar mal el uniforme -fuera o no justo- era ir corriendo al agua, mojarse enteros y rodar por la playa hasta que todo el cuerpo estuviera cubierto. Había que estar así el resto del día. El efecto se llamaba “galleta de azúcar”.

La lección era esta, según McRaven:

Había muchos estudiantes que no podían aceptar que su esfuerzo fuera en vano, que no importara que todo el trabajo en hacer que el uniforme estuviera perfecto no fuera apreciado. Esos estudiantes no acababan el curso. No habían entendido el propósito de la prueba. Nunca vas a lograrlo. Nunca vas a tener un uniforme perfecto. Hagas lo que hagas, a veces acabas como una galletita de azúcar.

5. No tengas miedo de los circos

Los entrenos diarios -carreras, natación, obstáculos- tenían un tiempo mínimo. Quien no lo cumplía, al final del día le tocaba el circo. Eran dos horas de ejercicios suplementarios, “diseñados para hundirte, romperte el espíritu, hacerte abandonar”.

Nadie quería acabar en el circo, claro. Eran dos horas más de ejercicio y al día siguiente ibas a estar más cansado y era más probable que acabaras de nuevo en el circo. Pero todos pasaban alguna vez por el circo, dice McRaven. “Aunque ocurría algo interesante a los que siempre estaban en la lista. Con el tiempo esos estudiantes se hacían más fuertes. El dolor de los circos elevaba su resistencia física”.

La lección está clara: “La vida está llena de circos. Fracasarás. Fracasarás a menudo. Será doloroso. Será decepcionante. A veces te probará hasta tu límite”. Eso es el circo.

6. Hazlo de otra manera

La carrera de obstáculos era un clásico. El reto más difícil era el tobogán por la vida. Es esto: subir y descender por una cuerda de 60 metros.

Una de las clásicas pruebas en entrenamientos del ejército de Estados Unidos.
Una de las clásicas pruebas en entrenamientos del ejército de Estados Unidos.

El récord de tiempo de ese ejercicio llevaba años sin ser batido. Hasta que llegó un día que un compañero de McRaven bajó la cuerda de cabeza: “Era peligroso, casi tonto y lleno de riesgos. Si fallaba y se lesionaba se acababa el curso. Pero sin dudar, peligrosamente rápido, en lugar de varios minutos, le llevó la mitad de tiempo”. A veces hay que probar otros métodos.

7. No tengas miedo de los tiburones

En los entrenamientos de los Seals, “tiburones” no es en sentido figurado. Una de las pruebas es el nado nocturno de larga distancia. Llevan a los aspirantes a la isla de San Clemente, lleno aparentemente de tiburones blancos. “Nos aseguraban que nunca un tiburón se ha comido a ningún estudiante -al menos no hacía poco”, dice McRaven.

Distancia entre la isla de Clemente y la base de Coronado, en la costa.
Distancia entre la isla de Clemente y la base de Coronado, en la costa.

Estas son las instrucciones que les dan: si un tiburón empieza a rondar tu posición, quédate quieto. No nades. No hagas ver que tienes miedo. Si el tiburón quiere un aperitivo de medianoche y va hacia ti, reúne toda tu fuerza, dale un puñetazo en el hocico y se irá.

Esta es la lógica lección de McRaven: “Hay muchos tiburones en el mundo. Si esperas completar la distancia, deberás ocuparte de ellos”.

8. Hay que dar lo mejor cuando es más difícil

Otra prueba loca. Dejan a dos buceadores a dos millas de un puerto enemigo de noche. Hay que llegar hasta un barco amarrado solo con un calibrador y una brújula. En mar abierto, por la superficie entra algo de luz. Pero en el puerto la estructura de los barcos impide ver nada.

A tientas deben encontrar la quilla del buque que buscan; es la parte más profunda. “No puedes ver la mano ante tu cara, el ruido de la maquinaria del barco es ensordecedor y es fácil desorientarse y fracasar”, dice McRaven.

Entonces, “en el momento más oscuro de la misión”, es cuando hay que mantener la compostura: “Toda la fuerza física e interior deben surgir”, concluye.

9. En los momentos más difíciles, canta

Peor hay aún pruebas más difíciles. El mayor reto es la semana infernal. Empieza después de llevar dos meses de entrenos y es la frontera entre quien resiste y no: “Son seis días sin dormir, de agresión física y mental constante”.

Otro Navy Seal, Howard Wasdin, cuenta en un libro sobre su vida de Navy Seal esta anécdota de la semana infernal. Están un buen rato atados tratando de sobrevivir a flote en el agua helada. Cuando les dejan salir, tienen que desnudarse y estirarse en un muelle metálico rociado de agua: “Sentía que me estiraba sobre un bloque de hielo”, escribe Wasdin. Les riegan de nuevo con agua y empiezan los espasmos. Tienen síntomas de hipotermia.

Entonces un amigo le dijo a Wasdin: “Tengo que mear”. “Mea aquí”, le contestó. Y puso las manos. “La calidez me hizo sentir tan bien. La mayoría de gente piensa que es asqueroso. Nunca han tenido frío de verdad”.

McRaven cuenta otra prueba distinta: las marismas. “Hay que meterse en las marismas y estar 15 horas intentando sobrevivir en el barro helado, el viento y la presión incesante para abandonar”, cuenta McRaven. Llevaban un buen rato. Quedaban ocho horas. Algunos no podían más e iban a dejarlo. “Solo se oía el castañeteo de dientes y los gemidos”, dice McRaven.

Uno empezó a cantar. Luego otro y otro. Hasta que fueron todos. “Los instructores nos amenazaban con más tiempo en el barro si seguíamos cantando -pero seguíamos cantando”, dice McRaven. “Es el poder de la esperanza”.

10. Nunca toques la campana

Durante todo este entreno inhumano, en el centro de la base hay una campana. Todo es voluntario, así que cuando alguien quiera dejarlo solo debe ir hasta allí y tocar la campana tres veces. Será libre de nuevo. “Solo hay que tocar la campana .Tócala y no deberás levantarte más a las 5. No tendrás que nadar en aguas heladas”, dice McRaven.

Las tentaciones para dejarlo son continuas y los instructores animan a hacerlo. Es el gran reto. Wasdin cuenta cómo el objetivo de todas estas locuras no es físico, sino anímico. Tiene incluso un nombre en psicología: autoeficacia.

Creer te permite ver el objetivo (completar la semana infernal) y dividirlo en objetivos más manejables (un progreso cada vez). Si el progreso es una carrera de botes, puede dividirse en objetivos más pequeños como remar. Creer permite buscar estrategias para cumplir los objetivos, como usar los músculos más grandes del hombro para remar en lugar de los más pequeños del antebrazo. Cuando la carrera se ha acabado, avanza al siguiente paso. Pensar demasiado en qué pasó y en lo que pasará te consume. Vive el momento y ve paso a paso.

El primero es, claro, hacer la cama.


Publicado originalmente en World Wide Blog