El nepotismo, esa vieja plaga arraigada en América Latina

Flores, Maduro y Cabello, los apellidos del poder en Venezuela.
Flores, Maduro y Cabello, los apellidos del poder en Venezuela.

Cuando una buena oportunidad de negocios se presenta, ¿quién mejor que nuestra familia para compartir los beneficios? Y si surge algún problema, ¡se soluciona puertas adentro! Así piensan aún muchos políticos y funcionarios en América Latina. Actúan como si el Estado perteneciera a una empresa familiar.

El nepotismo no se inventó ayer, ni a las camarillas latinoamericanas corresponde el “honor” de su creación. Sin embargo, desde los tiempos de la colonización española ese vicio se ha arraigado en el continente, a través de dictaduras, gobiernos más o menos democráticos, regímenes populistas, socialismos del siglo XX y XXI… Como si la devoción por la familia que nos caracteriza borrase también la ética inherente al servicio público.

Vicios coloniales, prácticas normales

Los estudiosos de la historia política latinoamericana sitúan el origen del nepotismo en la época colonial. Bajo la dominación de España, las elites económicas criollas, que remplazaron en el poder a los representantes de Madrid, se acostumbraron a utilizar los bienes públicos con fines privados. La independencia no cambió ese comportamiento.

Ranuccio Farnese, uno de los cardenales nepote, fue nombrado cuando apenas tenía 15 años (Wikimedia Commons)
Ranuccio Farnese, uno de los cardenales nepote, fue nombrado cuando apenas tenía 15 años (Wikimedia Commons)

Pero las raíces del término nepotismo se remontan a la Edad Media, cuando los papas de Roma implantaron la tradición de nombrar a los llamados “cardenales nepotes” (por “nipote”, sobrino en italiano). Estos sacerdotes elevados a la cúpula del clero eran por lo general sobrinos del Sumo Pontífice.

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A lo largo de los siglos XIX y XX las inestables repúblicas latinoamericanas no lograron erradicar esa tendencia a otorgar favores a la parentela. Aunque en algunos países existen disposiciones constitucionales o leyes específicas que prohíben ese trato preferencial, en la práctica se acumulan los casos. Al punto de que una parte importante de la ciudadanía lo considere normal.

Poderosas (y revolucionarias) familias

El renacer de la izquierda latinoamericana, que comenzó con los albores de este siglo, prometió desterrar los vicios de los viejos partidos políticos. En realidad solo ha cambiado el apellido de las dinastías en el poder. Tres familias “bolivarianas” se reparten el pastel en Venezuela: Chávez, Maduro Flores y Cabello.

En la primera resalta María Gabriela, hija del ex presidente, quien fue designada en 2014 como embajadora alterna en Naciones Unidas, a pesar de su falta de experiencia en el terreno diplomático. La delgadez de currículo tampoco impidió el nombramiento de Nicolás Maduro, uno de los hijos del actual mandatario, como director del Cuerpo de Inspectores Especiales de la Presidencia y coordinador del proyecto de Escuela Nacional de Cine. Mientras, la esposa del gobernante, Cilia Flores, ha extendido su generosidad hasta su ex cónyuge, Walter Gavidia, presidente la “Misión Negra Hipólita”. Y para completar el retrato de esta familia, Marleny Contreras, consorte de Diosdado Cabello, designada ministra de Turismo en abril pasado.

Ortega y Murillo han beneficiado a su parentela con los privilegios del poder (AP Foto/Adalberto Roque, Pool)
Ortega y Murillo han beneficiado a su parentela con los privilegios del poder (AP Foto/Adalberto Roque, Pool)

En Nicaragua, luego de una pausa de tres lustros, Daniel Ortega ha consolidado la influencia de su familia en los asuntos del Estado. Su compañera, Rosario Murillo, ha ocupado varios cargos en el gobierno, desde la coordinación del Consejo de Comunicación y Ciudadanía –un organismo con extensos poderes sobre el aparato gubernamental—hasta su nombramiento como “canciller en funciones” para una cumbre regional. El líder sandinista mantiene, además, al menos cuatro de sus hijos como asesores de la presidencia. El gobernante nicaragüense ha sido acusado de violar disposiciones contra el nepotismo vigentes en la Constitución y la Ley de Probidad de Funcionarios Públicos.

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Y no se puede olvidar, claro, a los Castro, la familia en el poder en Cuba desde 1959. Apenas 13 días después de su entrada triunfal en La Habana, Fidel propuso a su hermano Raúl como su sucesor “no porque sea mi hermano —que todo el mundo sabe cuánto odiamos el nepotismo— sino porque, honradamente, lo considero con cualidades suficientes para sustituirme”.

En aquel discurso el ahora retirado comandante descartó que el nombramiento representara un privilegio, porque “la patria para nosotros es agonía y deber, no placer, no vanidad, no satisfacciones de tipo personal; para nosotros este trabajo es el trabajo de un esclavo que sabe servir a su pueblo”. La historia posterior demostró que el sacrificio de los Castro no incluía las privaciones que han sufrido millones de cubanos durante casi seis décadas.

El asunto pasaría como anécdota pintoresca si el caprichoso acceso de familiares de políticos a puestos en el aparato estatal no costase millones de dólares a los contribuyentes. Además de los salarios, pensemos en la incompetencia de estos funcionarios improvisados, que ascienden al margen de los procedimientos de elección de candidatos a cargos públicos (donde este mecanismo exista). ¿Y a quién favorecerán en sus decisiones? ¿A los intereses del país o a los de la elite consanguínea?

El nepotismo es, en una frase, otra de las caras de la corrupción en América Latina.