De Hunza a Okinawa: los secretos de una larga vida
¿De qué depende la longevidad? ¿Genética, suerte, estilo de vida, alguna mágica alquimia quizás…? ¿Dónde encontrar el secreto para una existencia larga y plena? A juzgar por su cantidad de longevos, el valle de Hunza, la isla de Okinawa y las montañas de Cerdeña son los sitios ideales para empezar a buscar el elixir de la eterna juventud.
Los Hunza… ¿longevos o sabios?
El valle de Hunza, en la región pakistaní de Gilgit-Baltistán, es un remanso de vida larga y apacible, bienestar y altos niveles de escolaridad. Sus habitantes se creen descendientes de Alejandro Magno y llegan a vivir 120 años. Enferman poco, mantienen la lozanía hasta una edad avanzada e invariablemente se bañan con agua fría, incluso en las temporadas más gélidas.
Para el médico escocés Robert McCarrison, el secreto radica en su dieta: frutas y verduras crudas en verano, y albaricoques secos, granos germinados y queso de oveja en invierno. Cocinan bajo de sal y su aporte calórico no alcanza las 2.000 calorías al día.
Además, intentan llevar una vida activa y sin estrés. Dueños de un gran temple, los hunza no discuten ni pierden la paciencia ante las adversidades, que enfrentan con una sonrisa. No obstante, otros investigadores dudan que este pueblo sea especial. En su libro "Lost Kingdom of the Himalayas", John Clark afirma que los hunza carecen de calendario y calculan su edad según la sabiduría o liderazgo logrado.
El sosiego de Cerdeña
La gente ya no vive tanto como antes en Cerdeña. Sin embargo, aún desandan sus trillos y colinas viejos pastores con ocho o más décadas de vida, seres bendecidos por la genética y el ambiente sosegado. Para muchos, el trabajo fuerte y la familia explican una larga existencia.
Asimismo, su dieta rica en frutas y vegetales como el zucchini, los tomates y las berenjenas reduce el riesgo de morir del corazón o de cáncer de colon. En su mesa tampoco falta el queso pecorino, la leche de oveja, el pescado fresco y el vino de uva. Sin embargo, con la modernidad cada vez se camina menos, aumenta la obesidad y los jóvenes se interesan menos por la tradición.
Ikigai, la piedra filosofal de Okinawa
Japón alberga, por mucho, la mayor población de longevos: 58.820 personas rebasan el siglo de vida en la Tierra del Sol Naciente, entre ellos el hombre y la mujer más viejos con vida, Sakaro Momio (111 años) y Misao Oaka (116). Muchos apuntan al “ikigai”, o sea, tener una razón para vivir como el secreto. Y al parecer en Okinawa hay muchos y poderosos motivos para mantenerse vivo.
De hecho, los ancianos de esta isla mantienen una actitud ante la vida que contrarresta el estrés, se brindan apoyo físico, emocional y financiero. Se alimentan de hortalizas cosechadas en la huerta familiar, acompañadas de sopa, tofu, pescado fresco, calamar y boniatos, siguiendo invariablemente el adagio confuciano de “hara hachi bu”: come hasta que tu estómago esté un 80% lleno.
Como resultado, la esperanza de vida en Okinawa ronda los 82 años de edad, y sus ancianos exhiben índices de enfermedades oncológicas, mentales y del corazón inferiores al de naciones desarrolladas, como Estados Unidos.
Improbables recordistas
Cuenta la Biblia que Matusalén vivió 969 años, una edad al parecer calculada por los ciclos lunares. Sacando la cuenta según el sol, el abuelo de Noé vivió entonces 72 años, demasiados para su época. Según documentos más históricos que religiosos, la persona más longeva ha sido la francesa Jeanne Calment (1875–1997), quien murió a los 122 años y 164 días de edad.
Aún aparecen “recordistas” cuya edad resulta difícil de comprobar: el brasileño Jose Aguinelo dos Santos afirma que nació el 7 de julio de 1888 y recién cumplió 126 años. Algo mayor dice ser la mexicana Leandra Becerra Lumbreras, quien supuestamente vino al mundo el 31 de agosto de 1887, pero perdió sus documentos en un incendio.
¿Qué hacer entonces con Dhaqabo Ebba, un campesino etíope que supuestamente tiene 160 años? Quizás si pudiera practicarse la prueba del Carbono 14…