¿Qué pasará si los humanos desaparecemos de la faz de la Tierra?
¿Cómo sería un planeta sin humanos? La respuesta a esa pregunta, que algún lector podría tachar de especulación inútil, no estaría tan distante a juzgar por la inquietud de una parte de la comunidad científica. La desaparición de nuestra especie tendría enormes consecuencias sobre la Tierra, cuyo destino ha marcado nuestra civilización como ningún otro animal hizo jamás.
No necesitamos una bola de cristal para adivinar cómo luciría ese futuro. El retiro de la presencia humana ha moldeado algunos paisajes terrestres y nos ha dejado advertencias claras sobre el poder insuperable de la naturaleza. Ella no necesita de nosotros para proliferar.
¿La extinción inevitable?
Durante siglos, augures de toda laya han anunciado el fin del mundo. Pero el Armagedón ha faltado siempre a la cita. El incremento descontrolado de la población mundial y el consumismo frenético podrían finalmente dar la razón a los pesimistas y lanzarnos al abismo. Al menos eso creía Frank Fenner, un reconocido profesor que hace un par de años pronosticó la extinción de los hombres.
Cinco meses antes de morir, Fenner sorprendió a la opinión pública con una declaración tajante: “Vamos a extinguirnos”, dijo al diario The Australian. “No importa lo que hagamos, es demasiado tarde”, sentenció. Aunque el pesimismo del microbiólogo australiano no despertó el apoyo unánime de sus colegas, ninguno se atrevió a cuestionar el valor de sus palabras.
Por sus trabajos sobre epidemiología e investigaciones ambientales, Fenner había ascendido a la cúspide de la comunidad científica, donde era reverenciado en particular por su aporte a la erradicación del virus de la viruela.
Uno de sus amigos, el ecologista Stephen Boyden, afirmó entonces que aún podíamos alcanzar el equilibrio ambiental. “Tenemos el conocimiento científico, pero nos falta la voluntad política”, reconoció el profesor británico.
Al margen de la discusión entre pesimistas y optimistas, la humanidad debe de superar los 9.000 millones de individuos a mediados de este siglo, mientras continúa el deterioro del planeta por el cambio climático. El futuro, ciertamente, no ofrece demasiado espacio a la esperanza.
El retorno de la naturaleza
Un reciente video del canal de la BBC en Youtube, Earth Unplugged, resume las consecuencias de una súbita extinción de la humanidad: desaparecían los animales que dependen de los humanos o sus desechos (insectos, roedores); nuestras mascotas cambiarían radicalmente al volver a la vida salvaje; las especies modificadas por el hombre retrocederían a su estado original; las grandes ciudades sucumbirían bajo una invasión vegetal, mientras las poblaciones de peces y mamíferos marinos se recuperarían, entre otros efectos más o menos positivos.
Si quisiéramos vislumbrar ese porvenir, bastaría con observar algunas regiones del planeta. La naturaleza ha tomado por asalto el paisaje en torno a la planta nuclear de Chernóbil, Ucrania, que sufrió el peor desastre nuclear de la historia en 1986. La llamada zona de exclusión, cinco kilómetros en torno al reactor, se ha convertido en un santuario para la biodiversidad, que se ha adaptado a los altos niveles de radiación.
Otra franja de tierra sanada por la naturaleza se extiende entre las dos Coreas. La zona desmilitarizada –unos 250 kilómetros de largo por cuatro de ancho—acoge hoy bandadas de grullas de Manchuria, grullas de cuello blanco, leopardos de Amur, osos negros y el rarísimo tigre coreano. Además, han proliferado otras especies de clima templado que encuentran en la ausencia humana un hábitat ideal.
Más cerca en la geografía, pero remoto en el tiempo, el declive de las ciudades-estado mayas en Yucatán intriga aún a los arqueólogos. Al margen de las interrogantes sobre las causas de este rápido colapso, la selva no tardó en recuperar el terreno perdido y ocultar las prodigiosas edificaciones hasta su redescubrimiento siglos después.
En resumen, el planeta seguiría su evolución sin nosotros, que somos una parte prescindible de este proceso, como los dinosaurios hace millones de años. Incluso algunos grupos radicales apuestan por una extinción voluntaria de la humanidad, como única salida para salvar al planeta de la debacle ambiental. Lo paradójico de esa solución sería que, entonces, nadie viviría para contar la historia.