Así es Lindsay Sandiford, la abuela condenada a muerte en Indonesia

Si todo sale como han decretado los jueces, Lindsay Sandiford será llevada a una jungla en una isla conocida como La Alcatraz de Indonesia, se le taparán los ojos, será atada a un poste y ejecutada a tiros. Así lo ha decretado un juez de Bali (Indonesia), como castigo al crimen cometido en mayo del año pasado por esta abuela británica de 56 años: llevar casi cinco kilos de cocaína de gran pureza en la maleta con la que entró en el país desde Bangkok (Tailandia).

Para desgracia de Sandiford, la pena por traficar con estas cantidades de droga en el sureste de Asia es la de muerte y no los 15 años de cárcel que pedía la acusación para ella. Al oír su sentencia, la mujer rompió a llorar y a gemir gritos de "No, no, no".

En opinión del panel de jueces presidido por Amser Simanjutak, había dañado la imagen de Bali como destino turístico y debilitado la lucha del país contra las drogas y por eso no podía recibir la clemencia que había pedido por su edad, por su cooperación y porque, según ella, solo había accedido a portar la cocaína porque la vida de sus dos hijos estaba en peligro.

Sus únicas opciones para no sumarse a los otros 114 condenados a muerte en Indonesia (40 años extranjeros, generalmente por tráfico de drogas) será aprovechar primero el periodo de 14 días para recurrir la sentencia, aunque eso desembocaría en una serie de desafíos legales cuyo resultado es difícil de predecir, o, en última estancia, pedirle clemencia al presidente del país.

Tendrá que hacerlo así porque en su país encuentra poco apoyo más allá del que merece todo ciudadano británico por parte de su Estado. Esta madre de dos hijos, que durante un tiempo ejerció de secretaria, ha ido dejado una reputación poco decorosa allá por donde ha ido en Inglaterra.

Los vecinos que tuvo en Cheltenham (Gloucestershire), donde alquiló una lujosa casa de la que fue desahuciada a los cinco años por impago de alquiler, la han descrito como "una mujer del demonio". "No era una buena persona", describe uno de ellos, que solicita permanecer bajo el anonimato.

"Generó muchos problemas, ella y también sus hijos. No era una ama de casa normal. No sé por qué se se ha metido en ese lío de drogas pero ha roto la ley y tiene que pagar el precio".

Otro vecino añade que la casa de Sandiford siempre estaba desorganizada y su jardín, siempre lleno de basura. "No había cortinas en las ventanas, y una de ellas tuvo durante mucho tiempo un agujero muy grande en una de ellas. Nunca me pareció una casa muy feliz, si entiendes a lo que me refiero. Siempre había gente entrando y saliendo, entre ellos la policía, un par de veces".

Ni la madre de Sandiford quiere saber nada de ella: está viviendo fuera de Inglaterra (no quiere decir dónde) y hace años que no habla con su hija. "Me harté de ser un cajero automático y me di cuenta de que estaba mejor sin ella", dijo en junio.

La mujer insiste en que formaba parte de un grupo de cuatro británicos detenidos por tráfico de drogas: un restaurador de antigüedades de 43 años llamado Julian Ponder, su pareja de 39, Rachel Dougall, y Paul Beales, de 39. Es cierto que fueron detenidos como sospechosos en la misma escena, pero no hay pruebas físicas de estén conectados.

Según la versión Sandiford, todo es un complot para que ella haga de chivo expiatorio: las drogas, afirma, son propiedad de Dougall y fue ella quien las metió en la maleta, algo que la propia Dougall ha negado.

De hecho, Sandiford es la única condenada a muerte: Dougall ha sido condenada a un año (descontando los ocho meses que ha estado en la cárcel, podría salir en abril), Beales, cuatro años por posesión de una cantidad pequeña de hachís. La sentencia de Ponder se conocerá esta semana.

Fuente: Yahoo! España
Así es Lindsay Sandiford, la abuela narcotraficante condenada a muerte en Indonesia