Alimentos transgénicos, ¿a favor o en contra?
La poderosa industria de los alimentos enfrenta una creciente repulsa de consumidores y grupos de la sociedad civil en Estados Unidos y otros países. El punto más álgido de la disputa: la generalización de los organismos genéticamente modificados (GMO, según las siglas en inglés), cuyas consecuencias sobre la salud humana y el medio ambiente oponen a defensores y detractores de los transgénicos.
Frente a grandes compañías como Monsanto, DuPont y Syngenta, los activistas contrarios a la manipulación genética de los alimentos parecen impotentes. El lobby empresarial ha alcanzado resonantes victorias en el Congreso, mientras el presidente Barack Obama prefiere concentrarse en otros asuntos de su agenda. Y aunque la Agencia de Drogas y Alimentos (FDA) y el Departamento de Agricultura afirman que no hay peligro alguno, una pregunta persiste en la mente de muchas familias estadounidenses: ¿qué estamos comiendo?
Una protesta mundial contra los GMO
El pasado 25 de mayo la llamada “Marcha contra Monsanto” movilizó cientos de miles de personas en 52 países. El movimiento, iniciado apenas en febrero por el activista Tami Canal en Facebook, denuncia el consumo de los GMO producidos con las semillas de la compañía estadounidense porque “pueden conducir a problemas graves de salud, como el desarrollo de tumores cancerígenos, infertilidad y defectos congénitos.”
Además, los críticos de Monsanto acusan a la empresa de propagar plantaciones y pesticidas que serían responsables de “la muerte masiva de abejas alrededor del mundo”. Monsanto ha convocado a una “Cumbre sobre las abejas” en junio próximo para reunir investigaciones científicas sobre la inusual mortalidad de esos insectos en Estados Unidos, a un ritmo que podría poner en riesgo buena parte de la industria alimenticia norteamericana. Solo en los últimos siete años desaparecieron diez millones de colmenas, valoradas en 2.000 millones de dólares.
En su declaración, “Marcha contra Monsanto” señala cómo ex ejecutivos de la transnacional han ascendido dentro del gobierno estadounidense. Michael Taylor, ex director de Políticas Públicas de la compañía se desempeña ahora como Comisionado Adjunto de la FDA, mientras el biólogo Roger Beachy dirigió hasta 2011 el Instituto Nacional de Agricultura y Alimentación (NIFA), puesto que ocupó después de su carrera en el Centro Danforth, una institución muy cercana a Monsanto.
Los activistas cuestionan también los subsidios federales obtenidos por Monsanto, en detrimento de los productores pequeños y quienes apuestan por la agricultura orgánica. Según cables desclasificados por Wikileaks, durante la década pasada diplomáticos estadounidenses promovieron con particular entusiasmo el uso de plantaciones transgénicas alrededor del mundo, así como la apertura a la importación de los GMO provenientes de Estados Unidos.
Ciertamente a los representantes del lobby de los alimentos, y en especial a los transgénicos, no les ha ido nada mal en los últimos tiempos en Washington.
La “Ley Monsanto” y el etiquetado de alimentos
En mayo el Congreso estadounidense rechazó una enmienda que habría permitido a los estados exigir etiquetas especiales a los alimentos genéticamente modificados. Esa medida había sido impulsada por productores orgánicos y consumidores preocupados por el impacto ambiental y en la salud humana de los GMO.
El presidente Obama, cuando aún era senador por Illinois en 2007, manifestó su apoyo al etiquetado de alimentos “porque los estadounidenses deben saber de dónde viene su comida”. Sin embargo, la FDA no demanda esa información a las compañías comercializadoras de alimentos ni Obama ha vuelto a pronunciarse con tanta determinación sobre el tema.
El mandatario recibió fuertes críticas de los grupos opuestos al Monsanto luego de la firma de la “resolución de continuidad”, un acuerdo entre demócratas y republicanos para financiar el presupuesto federal hasta septiembre. La sección 735 de ese proyecto de ley autoriza a los agricultores a utilizar semillas cuestionadas por sus posibles perjuicios a los consumidores, hasta tanto el Departamento de Agricultura decida vetar esas simientes. Los detractores de la “Ley de Protección de Monsanto” aseguran que abre la puerta al empleo de los GMO sin importar las consecuencias sobre las personas.
Obama ha sido interpelado también por el financiamiento entregado a Monsanto y otras compañías para su plan contra el hambre el África Subsahariana. Esa iniciativa aspira a incrementar la producción de alimentos en ese hambreado continente. Una de las soluciones propuestas es la expansión del uso de las semillas transgénicas.
Una jugosa “cacería de brujas”
Monsanto no se ha quedado de brazos cruzados. La compañía tacha de “elitistas” a sus enemigos, mientras sostiene que sus investigaciones pretenden mejorar la productividad de la agricultura y combatir la escasez de alimentos. En África ha comenzado a introducir sus semillas de maíz resistentes a la sequía. Uganda, Kenia, Mozambique, Sudáfrica y Tanzania están realizando pruebas con estas simientes genéticamente manipuladas.
No obstante sus humanitarios propósitos, los ejecutivos de Monsanto no han negado su interés de convertir a los agricultores africanos en futuros clientes de sus productos.
En Estados Unidos el celo por el respeto de sus patentes ha llevado a la empresa a demandar a más de 400 agricultores y medio centenar de negocios pequeños. Esos pleitos han generado ingresos por una cifra superior a 23 millones de dólares.
En el caso más reciente, la Corte Suprema falló en contra de Vernon Bowman, un campesino de Indiana que usó semillas de soja de Monsanto compradas a un tercero, por lo que violó el contrato entre ambas partes. Bowman deberá pagar 84.456 dólares a Monsanto.
Los granjeros de EEUU, por su parte, también han emprendido acciones legales contra la compañía. Esta semana Clarmar Farms Inc., el productor Tom Stahl, y el Centro de Seguridad de Alimentos presentaron una demanda en la que se acusa a Monsanto de no proteger al mercado de trigo de la contaminación con cereal modificado no aprobado. El documento presentado en la corte del distrito Este del estado de Washington representaría a otros productores que, afirman, fueron afectados económicamente por los bajos precios del trigo luego de que algunos compradores extranjeros evadieran el cereal de producción nacional. Acciones similares se registraron en Kansas y en el distrito Oeste de Washington.
¿Qué son los GMO?
Los alimentos genéticamente modificados (GM) recibieron luz verde para entrar en la mesa de los estadounidenses en 1995. Esos productos contienen organismos cuyo genoma ha sido manipulado mediante técnicas de la biotecnología, con el objetivo de incorporar características de otros organismos y hacerlos, por ejemplo, más resistentes a determinada plaga, herbicida o a condiciones ambientales extremas.
El resultado de esos experimentos puede ser tan inofensivo como las rosas azules obtenidas por un equipo de científicos de Australia y Japón, o inquietante como la extendida alteración genética de las semillas de algodón, maíz y soja. Uno de los procedimientos más extendidos en la inserción de genes de bacterias –conocidas como “agrobacterias”—en las plantas.
Las semillas genéticamente modificadas representan hoy el 93 por ciento de la soja y el 85 por ciento del maíz cultivado en Estados Unidos. Solo tres compañías agroquímicas acaparan más de la mitad del mercado mundial de simientes: Mosanto, DuPont y Syngenta. Este monopolio sobre un componente esencial de la alimentación humana preocupa, incluso, a muchos de quienes defienden el uso de la ingeniería genética en esta industria.