Blanca de Castilla: esa extranjera que gobernó Francia
El fraile franciscano Guillaume de Saint-Pathus describió a la princesa hispana, madre de san Luis rey de Francia, como “la reina que tenía el coraje de un hombre en un corazón de mujer”. Lo hizo en una crónica en la que añadía referencias a su sabiduría, prudencia, generosidad y toda una serie de virtudes que justifican el calificativo de “la reina magnífica”. Otros cronistas destacaron, además, su belleza y elegancia.
Todas estas características probablemente motivaron a la reina Leonor de Aquitania a elegir a Blanca de Castilla entre sus nietas como candidata al trono francés a través del matrimonio con el heredero de dicha corona.
Desde Palencia a Normandía
En 1200, cuando Blanca, la tercera hija de Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, contaba solamente con doce años de edad, se vio obligada a hacer un largo viaje que la llevaría desde Palencia hasta Normandía, escenario de sus esponsales con el futuro rey galo Luis VIII. Los derechos de la princesa al trono de Inglaterra alimentaban la esperanza de unir ambas coronas y terminar con la discordia generada por el dominio inglés de los territorios continentales.
Conoció los reinados de su suegro Felipe Augusto (1180-1223), su marido Luis VIII (1223-1226) –junto al cual se coronó como reina en la catedral de Reims el 6 de agosto de 1223– y su hijo Luis IX (1226-1270). Pero Blanca no fue un personaje secundario en la gobernación; muy al contrario, se convirtió en una figura dominante en el paisaje político de su tiempo, especialmente tras la muerte de su esposo. Reinó en solitario durante la minoría de edad de su hijo y también cuando este fue a la cruzada. Siempre firmaba como reina junto a él y fue considerada como tal por encima de su nuera, Margarita de Provenza.
Algunos barones rebeldes opinaban que una mujer no debía gobernar el dominio real francés y trataron de vilipendiar a “esa extranjera que gobierna el reino”. Pero fue capaz de ganarse su respeto, tras someterlos en varias ocasiones con el apoyo militar de los burgueses.
Ejerció un matriarcado comparable al que otros miembros femeninos de su estirpe practicaron en sus respectivos territorios, utilizando la maternidad, la estrategia política y familiar y el mecenazgo religioso y cultural para asegurar su poder personal y promover su linaje. Así, no debió ser menor el papel que jugó en la construcción de un rey santo, su hijo Luis, quien se mantuvo siempre bajo la atenta mirada y los firmes principios de su madre.
La misión educadora de Blanca
La piedad de Blanca, su interés por la cultura y el arte y su misión educadora se aprecian en los libros que regaló a toda su familia: salterios para su esposo, su hijo y su nuera Margarita de Provenza, biblias y todo un conjunto de manuscritos destinados a la preparación religiosa y didáctica de ella misma y de sus descendientes, realizados en magníficos talleres parisinos de iluminación.
La representación de la reina junto a su primogénito en actitud de instructora la señala como patrona de la biblia moralizada de la catedral de Toledo –un fragmento de la cual se conserva en la Pierpont Morgan Library (Nueva York)– y deja entrever su papel activo en la formación del príncipe.
Además, en uno de los ejemplares conservados en Viena, la abundante presencia de personajes femeninos, como la Virgen María y las grandes mujeres del Antiguo Testamento, vinculadas con escenas de maternidad y crianza de los hijos, conducen a pensar que se trata de un manuscrito hecho por y para una mujer. Esto lleva a relacionar dichas imágenes con la figura de Blanca de Castilla, pieza importante en el orden de la dinastía capeta, perfecta regente y madre del heredero.
Contacto con Castilla
Blanca amaba a su marido y sirvió con absoluta entrega al país que la había acogido. Sin embargo, eso no impidió que mantuviera un estrecho vínculo con su familia castellana. La proximidad a sus hermanas se refleja en el envío de obsequios dirigidos tanto a Urraca, reina consorte de Portugal, como a Leonor, reina de Aragón y, muy especialmente, a Berenguela, reina de Castilla y madre de Fernando III el Santo. Con esta última mantuvo una relación epistolar de la que se han conservado interesantes testimonios.
Sin duda, esa relación explica la debilidad que Blanca sintió por la Orden del Císter. Alfonso VIII y su esposa Leonor habían fundado el Monasterio de Las Huelgas de Burgos, como panteón real y casa madre de las abadías femeninas cistercienses de Castilla. Del mismo modo, la reina de Francia concedió beneficios a distintas casas de la Orden y fundó la Abadía de Maubuisson con el deseo de ser enterrada allí e, incluso, de vestir el hábito monacal los últimos días de su vida. Lo hacía apelando, en el acta fundacional, a la memoria de sus padres.
Desgraciadamente, la mayoría de las obras de arte vinculadas a doña Blanca han desaparecido. Pero sus libros de cuentas dan noticia de un buen número de pagos por el encargo de libros iluminados, tejidos y vestiduras ricas, joyas y otras piezas de orfebrería, vidrieras, etcétera.
Las múltiples representaciones de la reina o de su heráldica castellana en edificios, miniaturas y vitrales, además de poner de manifiesto la relevancia del personaje, son indicativas de su probable implicación en la encomienda.
Y aunque la Sainte-Chapelle fue construida por deseo de Luis IX para albergar la corona de espinas de Cristo, que había adquirido en Constantinopla a un alto precio, la participación de su madre en el proyecto puede deducirse de la presencia de castillos heráldicos en las columnas del nivel inferior, en alternancia con los fustes que muestran la flor de lis de la monarquía francesa.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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María Victoria Herráez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.