‘Belmopán es un experimento social’: así es la capital multicultural de Belice

Michelle Kwan, embajadora de Estados Unidos en Belice, dijo que se había encariñado con Belmopán. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
Michelle Kwan, embajadora de Estados Unidos en Belice, dijo que se había encariñado con Belmopán. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

Cuando se menciona Belmopán, la capital de Belice, situada en lo profundo del interior del país, muchos beliceños la tachan como un bastión de burócratas que no solo es aburrida, sino que carece de vida nocturna.

“Me advirtieron: ‘Belmopán es para los recién casados o los casi muertos’”, dijo Raquel Rodriguez, de 45 años y propietaria de una escuela de arte, sobre los comentarios que le hicieron cuando dejó la costera y bulliciosa Ciudad de Belice para mudarse a Belmopán.

Belmopán, que no es precisamente un edén para jóvenes urbanitas, es una de las capitales más pequeñas de América. Tiene apenas unos 25.000 habitantes y un conjunto de edificios brutalistas de inspiración maya, muy pesados y de hormigón, a prueba de huracanes.

La capital de la única nación anglófona de Centroamérica puede parecer muy diferente de las frenéticas capitales de los países vecinos. En cuanto a sus orígenes y diseño, Belmopán tiene más en común con las capitales de otras antiguas colonias británicas, especialmente en África.

Pero Belmopán quizá sea un prisma para ver el desarrollo de Belice, que ha surgido como una especie de excepción en Centroamérica. En una región donde los gobernantes adoptan tácticas autoritarias, Belice se ha convertido en una democracia parlamentaria relativamente estable (aunque joven), con un historial de transiciones pacíficas en el poder.

La capital, que en general se caracteriza por una serena tranquilidad, presume de su reputación de seguridad y calidad de vida. En un país escasamente poblado, con menos de medio millón de habitantes, el ambiente acogedor de Belmopán también evidencia la extraordinaria diversidad étnica de Belice y su propensión a recibir migrantes de otras regiones de Centroamérica.

“Me advirtieron: ‘Belmopán es para los recién casados o los casi muertos’”, dijo Raquel Rodriguez, de 45 años y propietaria de una escuela de arte, sobre las reacciones cuando se mudó de Ciudad de Belice a Belmopán. (Alejandro Cegarra/The New York Times)
“Me advirtieron: ‘Belmopán es para los recién casados o los casi muertos’”, dijo Raquel Rodriguez, de 45 años y propietaria de una escuela de arte, sobre las reacciones cuando se mudó de Ciudad de Belice a Belmopán. (Alejandro Cegarra/The New York Times)

No hay más que ver el mercado al aire libre en el que muchos residentes compran sus alimentos. Los vendedores ambulantes saludan a los clientes en la lengua oficial de Belice, el inglés, o en criollo beliceño, la lengua que se formó hace siglos cuando los británicos trajeron africanos esclavizados a lo que hoy es Belice.

Otros vendedores hablan lenguas mayas como el quekchí, el mopán y el yucateco, muestra de los pueblos indígenas que desde hace mucho tiempo han vivido en Belice o que se trasladaron al país desde Guatemala o México. Otros realizan sus oficios y comercian en español, chino o plautdietsch, una lengua germánica arcaica influida por el neerlandés.

Como muchas otras personas en Belmopán, Johan Guenther, agricultor menonita de 71 años, vino de otra parte. Nació en el estado mexicano de Chihuahua, donde hay grandes comunidades menonitas, y llegó a Belice a los 16 años.

Después probó suerte en Bolivia durante un tiempo, pero decidió que prefería el estilo de vida más apacible de Belice. Vive con su esposa en un pequeño asentamiento agrícola a las afueras de Belmopán, y viene a la capital a vender queso, mantequilla, crema y miel en el mercado.

“No soy un hombre de ciudad, pero me gusta Belmopán”, dice Guenther en una mezcla de inglés, plautdietsch y español. “Es tranquilo, bueno para vender mi producción, fácil de entrar y fácil de salir”.

Convertir a Belmopán en el eje del desarrollo agrícola del interior de Belice y en un refugio frente a las catástrofes naturales era una prioridad cuando los colonialistas británicos desarrollaron los planes para construir la ciudad después de que, en 1961, el huracán Hattie arrasara Ciudad de Belice, la antigua capital, dejando cientos de muertos.

En esa época, las ciudades planificadas estaban surgiendo en diversas partes del mundo, una tendencia que se aceleró con la inauguración de la futurista capital brasileña, Brasilia, en 1960. En el imperio británico que se estaba desintegrando, especialmente en África, entre las nuevas capitales destacaban Dodoma, en Tanzania; Gaborone, en Botsuana; y Lilongüe, en Malaui. Los diseñadores las concibieron, al igual que Belmopán, como “ciudades jardín” con amplios espacios abiertos, parques y paseos peatonales.

Las tensiones políticas determinaron los planes de la ciudad. George Price, el arquitecto de la independencia de Belice, veía la construcción de Belmopán como una manera de forjar un sentimiento de identidad nacional que trascendiera las diferencias étnicas. Y como Guatemala reclamaba Belice en una disputa territorial que persiste hasta hoy, los gobernantes coloniales del país eligieron un emplazamiento a medio camino entre Ciudad de Belice y la frontera guatemalteca, en un intento de poblar hacia el interior.

Los robustos edificios gubernamentales de hormigón, como la Asamblea Nacional, evocan el diseño piramidal de un templo maya ubicado sobre un montículo artificial donde la brisa ayuda a refrescar la estructura. Se diseñaron para que fueran a prueba de huracanes y económicos, evitando la necesidad de instalar sistemas de aire acondicionado en aquel momento.

Al mismo tiempo, las autoridades trataron de atraer a los empleados públicos a Belmopán ofreciéndoles viviendas, esencialmente en forma de cascarones de hormigón, en calles donde se pretendía que vivieran personas de distintos estratos económicos.

“Belmopán es un experimento social”, dijo John Milton Arana, arquitecto beliceño de 51 años cuya familia se mudó a la capital en 1975. Observando los senderos que aún conectan las zonas residenciales con el núcleo de Belmopán, lleno de hormigón, añadió: “El peatón era la prioridad de esta visión”.

No obstante, Arana afirma que la ciudad, de ritmo notablemente lento, también puede desorientar con sus rotondas, su carretera de circunvalación y la escasez de zonas comerciales abarrotadas. “La gente me visita y me pregunta: ‘¿Dónde está el centro?’”, dice Arana. “Yo les digo: ‘Acabas de pasarlo’”.

Belmopán no le gusta a todo el mundo. Los turistas tienden a saltarse la ciudad, prefiriendo las actividades de buceo cerca de islas remotas o los impresionantes yacimientos arqueológicos mayas. Cuando se inauguró en 1970, se preveía que Belmopán crecería de manera rápida hasta albergar 30.000 habitantes, una cifra que, más de cinco décadas después, aún no se ha alcanzado.

Algunos atribuyen ese lento crecimiento a las perennes restricciones presupuestarias que han hecho que Belmopán tenga un aspecto inacabado. Los edificios con aspecto de fortaleza en los que trabajan muchos funcionarios están envejeciendo, adornados con ruidosos aparatos de aire acondicionado; edificios nuevos y luminosos como el Ministerio de Asuntos Exteriores, un regalo del gobierno de Taiwán repleto de jardines colgantes, muestran cómo las autoridades han dejado atrás los espartanos orígenes de Belmopán.

Arana dijo que las desviaciones de los diseños originales de Belmopán estaban cambiando la ciudad para peor. Explicó que el desarrollo descontrolado afuera de las zonas céntricas, sobre todo donde se han asentado los migrantes hispanohablantes de países vecinos como El Salvador y Guatemala, pone de relieve problemas como la falta de vivienda y las aguas residuales sin tratar.

Entre los diplomáticos, las opiniones sobre Belmopán están divididas. Países como Panamá y Guatemala, así como la isla autónoma de Taiwán, mantienen sus embajadas en Ciudad de Belice, que tiene más del doble de habitantes que Belmopán. Incluso después de que Belice logró la plena independencia en 1981, Estados Unidos tardó 25 años en trasladar su embajada a Belmopán.

Michelle Kwan, embajadora de Estados Unidos en Belice y patinadora olímpica galardonada, dijo que se había encariñado con Belmopán tras mudarse desde Los Ángeles. Comparó la vida en la capital centroamericana con sus días de entrenamiento en Lake Arrowhead, una pequeña comunidad turística ubicada en las montañas californianas de San Bernardino, donde podía enfocarse “realmente en lo que tenía que hacer”.

“Esto no es distinto”, dijo Kwan. “Aquí es donde nos enfocamos y donde trabajamos”.

Otros beliceños sugieren que la ciudad ha contribuido a forjar una identidad beliceña multicultural que incorpora a los pueblos mayas y a los inmigrantes latinoamericanos más recientes, distinto a los que se percibe en Ciudad de Belice, mejor conocida como un bastión de los criollos, que son las personas de ascendencia africana y británica.

“Belmopán hizo que nuestras diferencias culturales fueran menos pronunciadas”, afirmó Kimberly Stuart, de 49 años y profesora de educación en la Universidad de Belice, cuyo campus principal está en la capital.

Otros lamentan ciertos aspectos de la vida en Belmopán. Mientras que las nuevas y llamativas viviendas y los nuevos edificios de oficinas están alterando el ambiente pueblerino de la capital, los restaurantes y bares siguen siendo escasos y suelen cerrar temprano.

Algunos habitantes de Belmopán dicen que es francamente aburrido, pero a ellos les gusta que sea así. A Raj Karki, un inmigrante nepalí de 52 años que se trasladó a Belice para trabajar en un proyecto hidroeléctrico, le gustó tanto la tranquila ciudad que decidió quedarse y abrir un restaurante de comida sudasiática cerca de los edificios gubernamentales.

“Puedes venir a Belmopán desde cualquier lugar del mundo”, dijo Karki. “En poco tiempo te dan la bienvenida y te dicen: ‘Ayúdanos a construir el futuro’”.

Simon Romero es corresponsal en Ciudad de México, y cubre México, Centroamérica y el Caribe. Se ha desempeñado como jefe del buró del Times en Brasil, jefe del buró andino y corresponsal internacional de energía. Más de Simon Romero

c. 2024 The New York Times Company