Cómo una baronesa de una de las familias más ricas de Europa terminó internada en un hospital de Nueva York que no puede pagar

Tras abandonar Alemania a finales de la década de 1940, el barón y su familia vivieron un tiempo en Montecarlo antes de trasladarse a La Habana y finalmente a Nueva York.
Tras abandonar Alemania a finales de la década de 1940, el barón y su familia vivieron un tiempo en Montecarlo antes de trasladarse a La Habana y finalmente a Nueva York.

NUEVA YORK.- Llegó a la sala de urgencias del Mount Sinai West con dificultad para hablar y sin identificarse. Los paramédicos habían encontrado a la mujer en el suelo de un lujoso edificio de Central Park South, desorientada, aparentemente con un derrame cerebral.

Era una de las miles de personas que llegan a los hospitales de Nueva York cada año, identificadas sólo como “desconocidas”.

En apariencia, no era más que otra paciente que el hospital debía acoger, y que necesitaba cuidados que probablemente durarían una semana. Pero al día siguiente, un abogado de la familia identificó a la “desconocida”. Se trataba de la baronesa Birgit Thyssen-Bornemisza, de 80 años, perteneciente a una de las familias más ricas de Europa, con negocios en la banca, la siderurgia y otras industrias, y una de las principales colecciones privadas de arte del mundo.

Pero más allá de eso, la paciente de la habitación 23 era un misterio. No tenía número de la Seguridad Social, ni fuente de ingresos identificable, ni familiares directos. Si tenía amigos o una cuenta bancaria, el abogado no los conocía. Al buscar su nombre en Google tampoco hay información.

Mount Sinai West
Mount Sinai West

¿Cómo es posible que una mujer de una familia tan ilustre, que vive en el corazón de Nueva York, deje tan pocos rastros de su existencia?

Desde el 4 de abril, permanece en la cama del hospital, atada a una sonda de alimentación, con una factura impaga que ya ha superado los 600.000 dólares. Pasa los días sin que se le preste atención, con la visita de un asistente domiciliario que le lleva flores desde hace tiempo. Para los administradores del hospital, es un problema, ya que ocupa una cama de cuidados intensivos que no necesita, sin recibir dinero y sin poder darle el alta de forma segura. En junio, el hospital solicitó su tutela, en parte para que otra persona pudiera responsabilizarse de su cuidado.

Había pasado décadas trabajando para ser invisible, para evitar los vínculos con las instituciones, públicas o privadas. Y ahora le estaba jugando en contra.

Su estancia de un mes en el hospital, sin tratamiento de rehabilitación, fue un caso confuso, señaló Elisabeth Benjamin, vicepresidenta de iniciativas sanitarias de la Sociedad de Servicios Comunitarios de Nueva York. “La burocracia sanitaria golpea a la burocracia legal. Y la víctima de eso es esta mujer”, afirmó.

Nace una baronesa

Se conocen algunos datos de su vida temprana.

Birgit Muller nació en 1942 en Hannover, Alemania. Su madre, Ingeborg Muller, y su padre se divorciaron cuando Birgit era joven. En 1946, Ingeborg se casó con el barón Henrik Gábor István Ágost Freiherr Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva, geofísico e hijo mayor de uno de los hombres más ricos del continente. Para entonces, el joven barón, que se hacía llamar Stephan, había envuelto a la familia en dos escándalos internacionales, primero al fugarse con una novia adolescente en Texas y luego al matar a otra amante en un accidente de tiro en Hungría. Una rara foto de Ingeborg y Stephan como recién casados los muestra apoyando la cabeza el uno en el otro. Los dos parecen estar encantados.

Stephane Thyssen-Bornemisza e Ingeborg Muller
Stephane Thyssen-Bornemisza e Ingeborg Muller

Pero era una época tumultuosa. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis nacionalizaron la fábrica de acero Thyssen, y muchos miembros de la familia huyeron de Alemania o lo intentaron. Stephan, que había nacido en Hungría y tenía pasaporte húngaro, se quedó y ayudó al esfuerzo bélico nazi: supervisó una empresa que utilizaba trabajadores de campos de concentración para construir armamento.

Después de la guerra, los aliados se negaron inicialmente a que Stephan abandonara Alemania, pero en 1948, él y su familia se trasladaron al Hotel Metropole de Montecarlo. Una institutriz austriaca y unos mayordomos con guantes blancos cuidaron de Birgit, de 6 años.

Tres años más tarde, el trío se trasladó al gran Hotel Nacional de La Habana, trayendo consigo suficientes obras de arte europeas para decorar dos suites. Birgit llevó una vida protegida en Montecarlo y Cuba, sin escuela ni mucha vida social. Sin embargo, se pueden extraer algunas pistas de los dos libros que escribió en francés con su tutor sobre chicas trotamundos como ella. Sus padres pagaron la impresión de los libros.

Hotel Nacional de La Habana
Hotel Nacional de La Habana

Tras cinco años de enclaustramiento en el Nacional, la familia se negó a que el hotel reformara sus habitaciones. Cuando el gerente les cortó el servicio y la electricidad, subsistieron con galletas y bebidas embotelladas. Los relatos de la “huelga de hambre” del obstinado barón –con fotos de su hija de 14 años– dieron la vuelta al mundo.

Una vida anónima en Nueva York

La revolución comunista en Cuba los impulsó a Nueva York en 1961. Viviendo en el Plaza, empezaron a aparecer en las columnas de sociedad. Cholly Knickerbocker señaló que el “barón erudito”, su baronesa y “su encantadora hija Brigit” –un error ortográfico común que persistió en la prensa– “agasajaron a un distinguido grupo de embajadores, ministros y socialités sin cartera”.

Desaparecieron de las columnas después de 1964. Su tío Fritz había sido encarcelado y multado por apoyar el ascenso de Hitler al poder, y su hermana Margit se había trasladado a Uruguay después de que las autoridades investigaran una fiesta que organizó en 1945 en el castillo familiar de Austria, durante la cual algunos de sus invitados nazis mataron a tiros a al menos 180 judíos húngaros.

Aunque Stephan trató de distanciarse de su familia, se apoyó financieramente en su hermano menor, Hans Heinrich (conocido como Heini), que controlaba los negocios y la fortuna. Según el libro de David R.L. Litchfield, El arte macabro del Thyssen, Stephan había “llegado a un acuerdo” en 1952 por un pago de 20 millones de dólares (unos 224 millones en dólares actuales). Pero gastó gran parte del dinero, y él pasó a depender de un estipendio adicional de varios miles de dólares al mes, pagado a través de una fundación familiar.

Stephan e Ingeborg se volvieron cada vez más furtivos. Evitaban las tarjetas de crédito y pagaban todo en efectivo. Aunque eran residentes legales permanentes, se negaron a obtener números de la Seguridad Social. Su abogado, Stanley A. Cohen, duda que hayan pagado alguna vez impuestos en Estados Unidos.

“No querían tener nada que ver con el gobierno”, dijo Cohen. “Eran felices siendo completamente anónimos”.

“No se fiaban de nadie”, añadió.

Stephan murió en enero de 1981, después de un período en el que solo comía tabletas de vitaminas. “Parecía un esqueleto”, informó su hermano.

Los archivos judiciales de Nueva York no contienen ningún registro de un testamento. No hay esquela ni notificación de fallecimiento, y ninguno de sus tres hermanos asistió al funeral. Heini escribió a Ingeborg y Birgit una escueta carta en la que les comunicaba que aumentaría voluntariamente su estipendio mensual de 2000 dólares a 4000 dólares.

La condesa Margit von Tyssen (von Batthyany tras su boda) recibe un trofeo de manos de un jerarca nazi en la Hípica de Viena en 1942
La condesa Margit von Tyssen (von Batthyany tras su boda) recibe un trofeo de manos de un jerarca nazi en la Hípica de Viena en 1942

Un equipo de dos

Así comenzaron décadas de intensa y hermética cercanía entre madre e hija, con mínimo contacto con el mundo exterior. Ingeborg y Birgit iban juntas a todas partes, dando paseos de varias horas con trajes a juego de Bergdorf’s y Saks.

Se mudaron del Plaza y alquilaron un departamento de tres habitaciones en Central Park South, donde el personal se dirigía a ambas como baronesa. Amontonaban fotos antiguas y pieles por el lugar y lo decoraban con cuadros de Birgit. Si Birgit tuvo amigos o vínculos románticos durante este periodo, ya no están en su vida. Su único interés conocido era la pintura, a la que se dedicaba con ahínco.

En 1994, cuando Birgit tenía 52 años, se matriculó en la venerable Liga de Estudiantes de Arte, a tres minutos a pie de su departamento. Su madre la acompañaba a clase y luego esperaba en el vestíbulo para acompañarla a casa.

“Su trabajo era bueno”, dice Anne Costello Coyle, cuyo difunto marido, Terence, fue uno de los profesores de Birgit. “Tenía una gran habilidad para componer muy rápido”. En los archivos de la escuela no hay fotos de ella ni de sus cuadros.

Ingeborg se acercó a Costello Coyle para abrir una galería juntas en Park Avenue. Los únicos cuadros que pretendía exponer serían los de Birgit y Terence.

“Birgit estaba entusiasmada con la idea de la galería”, recordó la esposa del difunto profesor. Al final, los planes fracasaron, pero ella se acercó a Birgit y la animó a relacionarse con sus compañeros, sin éxito. “De alguna manera, ella no hizo amigos. Y no lo intentó”.

Coyle llegó a conocer algunas de las peculiaridades de Birgit y de su madre. Sólo se subían a los ascensores con operarios. Y tenían una profunda fobia a los gérmenes. “Nunca iban a un baño público”, reveló. “Nunca se subían a un taxi. Tenían que tener una limusinas”.

Además, temían que les arrebataran los bolsos, así que llevaban pequeñas bolsas de papel con su dinero y sus cosméticos.

Ninguna de las dos trabajaba ni se involucraba en obras de caridad. La mayoría de las veces caminaban por la ciudad, desde Central Park hasta el Bowery y de vuelta. En una de sus maratónicas caminatas, alrededor de 2002, Ingeborg sufrió un derrame cerebral.

Ella no tenía seguro médico, ya que había rechazado la oferta anterior de la familia de pagar la cobertura, recordó Cohen. La hospitalización agotó los ahorros que tenía.

Ingeborg murió poco después, sin obituario ni servicio fúnebre. Birgit, que entonces tenía unos 60 años, apenas podía permitirse la incineración y conservó las cenizas de su madre junto a las de su padre.

La quinta esposa de Heini, la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza, antigua Miss España, se interesó por Birgit. “Era muy dulce, una persona muy adorable”, aseguró por teléfono desde Madrid, donde un museo de arte palaciego lleva el nombre y las colecciones Thyssen-Bornemisza. “Estaba muy perdida cuando murió su madre. Le pedí que viniera a Suiza. Pero no era capaz de tomar decisiones sin su madre. Le dije: ‘Cuando quieras, aquí estoy’”.

Carmen Thyssen-Bornemisza
Carmen Thyssen-Bornemisza

También envió un modesto cheque mensual. No quiso decir la cantidad. Si Birgit necesitaba más dinero, dijo Carmen, nunca lo pedía. “No eran avariciosos en absoluto”.

Vivir en la suciedad

En algún momento, Birgit se cayó y se lesionó la mano. Coyle le presentó a Bhagwatie Faerber, un ama de llaves y cuidadora de Guyana, que se había trasladado a Estados Unidos huyendo de un matrimonio tormentoso. Cuando Faerber visitó por primera vez el apartamento de Birgit, se quedó sorprendida. “Todo era un desastre. Sucio. Un polvo muy espeso. No se podía respirar. Sólo uno de los tres retretes funcionaba. Y tenías que tener cuidado al usarlo. La ducha no funcionaba”.

En un eco de la “huelga de hambre” de su padre en el Hotel Nacional, Birgit se negó a dejar que hicieran reparaciones. “No permitía que la gente hiciera nada”, dijo Faerber. “Ella prefería vivir en la suciedad”.

Al mismo tiempo, “se lavaba las manos 100 veces”.

El ama de llaves acompañaba a Birgit al restaurante cercano de la Séptima Avenida, donde Birgit comía la mayoría de sus comidas, o a dar de comer a los pájaros en Central Park. Cada mes, una fundación familiar en Suiza transfería el pago de Birgit a un banco de Montreal, que le enviaba un cheque. Faerber la acompañaba a una sucursal del Citibank para depositar el cheque. “Tenía una tarjeta de débito. No tenía tarjetas de crédito. Siempre en efectivo”.

Faerber, que ahora tiene 61 años, recordó que a menudo Birgit lloraba por su madre. Sin embargo, también le molestaba su control omnímodo. “Las cosas que quería y no conseguía, las achacaba a su madre. Estaba muy enfadada con ella”.

Nunca la oyó hablar de ningún romance.

Tras la muerte de Ingeborg, la fundación familiar anunció que reduciría el estipendio de Birgit a la mitad. Aunque Carmen siguió enviando cheques a Birgit, ésta temía que sus ingresos mensuales no cubrieran el alquiler. Cohen consiguió que se mudara a un estudio en la planta baja. Al principio se negó a poner su nombre en el contrato de alquiler. “Ella no quería firmar nada”, contó el abogado. “Le dije: ‘Tienes que hacerlo’. Finalmente, firmó”.

La pandemia de Covid aisló aún más a Birgit. El restaurante que frecuentaba cerró. Su vista, cada vez más debilitada, le impedía caminar por las calles. Para depositar su cheque, a veces tomaba un taxi hasta el Citibank, situado a unas manzanas de distancia.

Los días en que Faerber trabajaba para otros clientes, seguía llamando a Birgit varias veces al día. “Si no la llamaba, era un problema”, dijo. “Es muy estricta, muy picante. Pero tengo mucha paciencia”.

El 2 de abril tuvieron una conversación normal alrededor de las 20. Pero a la mañana siguiente, Birgit no contestó. Tras varios intentos, Faerber se preocupó. “Llamé al portero”, recordó. “¿Puede enviar a alguien arriba para que la vea, por favor?”.

Un empleado del edificio oyó gemidos dentro del apartamento y rompió la cadena de seguridad. Dentro, encontró a Birgit tirada en el suelo. Los paramédicos la llevaron al mismo hospital donde Ingeborg, que también había sufrido un derrame cerebral, había muerto dos décadas antes.

La privacidad se convierte en aislamiento

Durante más de seis meses, ha permanecido en su cama de hospital, convirtiéndose en lo que los hospitales llaman un interno de larga duración: alguien que no puede pagar, que no necesita cuidados intensivos, pero que no puede ser trasladado a una residencia de ancianos o a un centro de rehabilitación porque no hay dinero ni seguro para pagar los cuidados allí.

En una audiencia de tutela celebrada en agosto, una trabajadora social del hospital, Whitney Sewell, declaró que Birgit no había recibido terapia para ayudarla a caminar o tragar. “No tenemos la capacidad de ofrecer los servicios de rehabilitación”, explicó.

El hospital no le dará el alta si no hay una residencia de ancianos o un centro de rehabilitación que la acoja, y ninguno lo hará sin una solicitud de Medicaid en trámite u otra esperanza de pago. Así que Birgit sigue en una habitación compartida en la novena planta de Mount Sinai West, con la factura aún en curso.

Faerber la visita regularmente. En los días buenos, Birgit está alerta, pero no puede ver ni oír bien. “Si está totalmente despierta, saldrán cosas sensibles de su boca”. Pero añadió que el estado mental de Birgit ha empeorado durante su estancia en el hospital.

Y ha habido dos golpes financieros. Hace unos meses, la fundación le cortó los cheques. Al mismo tiempo, la asistente de Carmen Thyssen-Bornemisza falleció y Carmen no sabía cómo contactar con Birgit, por lo que sus cheques regulares dejaron de llegar.

En la vista sobre la tutela, celebrada de forma virtual, Birgit compareció brevemente, pero no fue capaz de responder a una simple pregunta del juez.

La jueza Lisa Ann Sokoloff aceptó la petición y nombró a una mujer llamada Diane Lansing como tutora con autoridad temporal sobre la persona y las finanzas de la baronesa. Entre las funciones de la tutora estaba la de solicitar un número de la Seguridad Social y Medicaid –un nivel de implicación con el gobierno al que Birgit se resistía activamente– y conseguir que fuera dada de alta del hospital.

“Realmente no sabemos nada de sus finanzas”, dijo la jueza. “Puede que tenga dinero escondido, puede que no”.

Sokoloff observó que este “tristísimo caso” se ha visto agravado por la “obsesión de toda la vida de Birgit por mantener su vida en privado”. Pero prometió: “Haremos lo correcto por Birgit Thyssen”.

¿Qué es lo correcto? Faerber insistió en que Birgit puede tragar y está preparada para volver a su departamento, con ayuda de asistentes. “Ella dijo: ‘Quiero ir a casa. ¿Pueden llevarme a casa?’”, sollozó Faerber. “Es muy doloroso verla así”.

En septiembre declaró que Birgit había mencionado dinero en efectivo por un total de 10.000 dólares escondidos alrededor de su casa, y el nombre de un almacén que podría tener objetos de valor, incluyendo pinturas propiedad de su padre.

Independientemente de que su tutora encuentre un cuadro de valor en el almacén, su obra más preciada puede ser un autorretrato que todavía está en su departamento. En él aparece con sus padres, hace años, en tiempos más felices.

Al final de una vida en la que ha evitado las intimidades, su única relación cercana parece ser con Faerber.

“Sigo luchando por ella”, dijo. “Dedico mi vida a ella porque es como una madre para mí”.

Por George Rush y John Leland