La búsqueda incansable de una vacuna contra el coronavirus por parte de Johnson & Johnson
Todas las mañanas de los días hábiles de marzo, Noe Mercado conducía por las desoladas calles de Boston hasta un edificio alto de cristal en Blackfan Circle, en el corazón del centro de biotecnología de la ciudad. La mayoría de los residentes se había ido a resguardar del coronavirus, pero Mercado tenía un trabajo esencial: encontrar una vacuna contra este nuevo y devastador patógeno.
Después de aparcar en el estacionamiento subterráneo, se ponía un cubrebocas y subía por el ascensor vacío hasta el décimo piso, donde se reunía con un equipo elemental del Centro para la Investigación de Virus y Vacunas del Centro Médico Beth Israel Deaconess. Día tras día, Mercado se sentaba a la mesa de su laboratorio buscando señales del virus en muestras nasales tomadas de docenas de monos.
Estos animales habían sido inyectados con vacunas experimentales que Mercado había ayudado a diseñar. Una mañana, después de que ingresó todo los datos en un programa de software, una sola gráfica hizo que se le acelerara el corazón: parecía que algunas de las vacunas habían funcionado.
Mercado corrió por el laboratorio para compartir la noticia. Dadas las circunstancias, no hubo abrazos ni choques de manos. Tampoco se regodeó en su triunfo por mucho tiempo. Elaborar una vacuna exige paciencia, atención al detalle… y tolerancia a un amargo fracaso.
“Sí, estoy emocionado, pero también estoy pensando en la siguiente fase”, recordó Mercado después. “¿Qué tal si luego no resulta?”.
En todo el mundo, el coronavirus ha infectado a 14,4 millones de personas y ha causado la muerte de más de 600.000. Es posible que mueran millones más. La única esperanza para contar con una protección a largo plazo y, literalmente, la única manera de regresar a una vida normal es con una vacuna eficaz.
En enero, los investigadores del centro dejaron todo lo que estaban haciendo para encontrar una vacuna. La persona que encabezaba el trabajo era el jefe de Mercado, Dan Barouch, director del centro y uno de los creadores de vacunas más importantes del mundo.
Ahora están a punto de dar un paso importante. Janssen Pharmaceutica, una división de Johnson & Johnson, ha estado trabajando con el equipo del Beth Israel para elaborar una vacuna contra el coronavirus que se basa en un diseño iniciado por Barouch y sus colegas hace diez años.
Esta semana, empezarán los ensayos clínicos de la vacuna en Bélgica. El equipo de Barouch pronto pondrá en marcha un ensayo en Boston.
Los últimos seis meses han traído una mescolanza de semanas largas y noches de desvelo, de medidas de seguridad estrictas y de pocos suministros de laboratorio. “Todos los pedidos han representado un mayor desafío que en los tiempos anteriores a la pandemia”, señaló Barouch.
Los investigadores de todo el mundo han estado elaborando sus propias vacunas, algunos con virus muertos, otros con fragmentos de proteínas y cadenas de ADN. Hasta julio, hay más de 135 vacunas en pruebas preclínicas y más de 30 en ensayos clínicos con seres humanos.
Si se comprueba que la vacuna es segura en las pruebas iniciales, comenzará un ensayo de su eficacia en septiembre. Si ese experimento tiene éxito, Johnson & Johnson fabricará cientos de millones de dosis para su uso urgente en enero.
Barouch y sus colegas están terminando las pruebas de la formulación final en monos. En los meses siguientes, empezarán a ver cómo reaccionan las personas a la vacuna.
“Ahora estoy incluso más optimista que hace varios meses”, comentó Barouch.
El 10 de enero, Barouch organizó el retiro anual del laboratorio en la planta superior del Museo de Ciencias de Boston.
Al final del encuentro, hablaron sobre una extraña serie de 41 casos de neumonía en Wuhan, China. “En ese momento, 41 casos parecían muchos”, señaló Barouch.
Estos casos les hacía pensar en el síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), una enfermedad causada por un coronavirus, que había aparecido en China en 2002. Los científicos chinos acababan de informar que otro coronavirus andaba suelto.
Pero los investigadores no tendrían que crear una vacuna desde cero. Iban a trabajar con un manual que Barouch había estado escribiendo durante 20 años.
Para 2004, cuando Barouch inauguró su primer laboratorio en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, de inmediato se planteó un objetivo muy ambicioso: elaborar una vacuna contra el VIH, el virus que causa el sida.
Ese virus se descubrió en 1983, pero en dos décadas de trabajo con las vacunas, iban de una decepción a otra. Barouch decidió intentar algo diferente: una vacuna elaborada con otro virus. Eligieron el adenovirus serotipo 26 (Ad26), un virus relativamente raro que causa resfriados leves, pero que invade las células humanas de manera muy eficaz.
Para crear esa vacuna, trabajaron con Crucell, una empresa neerlandesa que Johnson & Johnson compró en 2011. Los investigadores inhabilitaron al virus Ad26 para que solo pudiera invadir las células, pero no multiplicarse dentro de ellas.
Posteriormente, agregaron un gen del VIH. Las células infectadas con el Ad26 fabricarían las proteínas del VIH que circulaban por el torrente sanguíneo, de esta manera se prepararía al sistema inmunitario.
En los experimentos con monos, la vacuna brindó protección contra el VIH. En las pruebas con humanos, la vacuna resultó segura y desencadenó una fuerte respuesta inmunitaria contra el virus. Pero siguen en curso los ensayos para ver si protege contra el virus de manera eficaz.
En 2016, en medio de la epidemia del Zika, Barouch y sus colegas adaptaron su vacuna Ad26 para que fabricara proteínas virales del Zika. Incluso realizaron ensayos que demostraron que la vacuna era segura para los seres humanos y que generaba una respuesta inmunitaria, pero suspendieron el proyecto cuando la epidemia se detuvo.
Cuando el nuevo coronavirus comenzó a propagarse en enero, el laboratorio ya sabía cómo elaborar una vacuna para un brote repentino. Ahora lo que necesitaban era una manera de abordar el nuevo virus.
Las investigaciones anteriores sobre el SRAG y otros coronavirus facilitaron la decisión. Prepararían el sistema inmunitario para que atacara a las denominadas proteínas de espiga que cubren la superficie del nuevo coronavirus.
El Centro para la Investigación de Virus y Vacunas cuenta con un personal de decenas de investigadores que incluyen médicos, científicos importantes, investigadores de posdoctorado, estudiantes de posgrado y asistentes recién egresados de la universidad. El equipo de Barouch dejó los proyectos sobre el VIH y otras enfermedades y se dividió el trabajo para diseñar una vacuna contra el coronavirus.
Mercado y sus colegas fabricaron copias del gen del coronavirus que ordena la producción de su proteína de espiga. Obtuvieron diez variantes para ver cuál provocaba la mejor respuesta inmunitaria.
Mientras tanto, Katherine McMahan, asistente de investigación en ese centro, trabajaba en el equipo que diseñaba una prueba de anticuerpos para la proteína de espiga en los animales que recibirían la vacuna. La mayor parte del tiempo que pasaba despierta, la empleaba en esta labor.
A fines de febrero, los investigadores les inyectaron los genes de la proteína de espiga a unos ratones y luego le enviaron a McMahan la sangre de los animales. La prueba de McMahan confirmó que estaban fabricando anticuerpos para el coronavirus.
McMahan estaba al borde de las lágrimas: “Comenzaba a parecer una guerra que podríamos ganar”.
Mientras Barouch y sus colegas estaban probando las vacunas en Estados Unidos, un equipo de investigadores de Johnson & Johnson estaba preparándose para elaborarlas en los Países Bajos. Tienen experiencia con el Ad26, el cual han usado para fabricar vacunas contra el VIH, el Ébola y otros virus.
Por el momento, nadie sabe si la vacuna en verdad tendrá éxito. Barouch y sus colegas están preparándose para aplicar la vacuna Ad26 a cientos de voluntarios en Boston a fines de julio. Si esos ensayos arrojan resultados prometedores, Johnson & Johnson llevará a cabo uno mucho más extenso en el otoño.
Barouch y sus colegas siguen trabajando en las noches y los fines de semana.
“Tengo una serie de notas adheridas en mi escritorio que actualizo todos los días con el número de vidas perdidas a causa del COVID-19”, comentó McMahan. “Cuando me siento agotada, miro esa cifra”.
This article originally appeared in The New York Times.
© 2020 The New York Times Company