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A pesar de la ayuda para los venezolanos en Sudamérica, muchos siguen yendo al norte

Víctor Rojas, un violinista venezolano, en su casa de Bogotá, Colombia, el 25 de enero de 2023. (Nathalia Angarita/The New York Times)
Víctor Rojas, un violinista venezolano, en su casa de Bogotá, Colombia, el 25 de enero de 2023. (Nathalia Angarita/The New York Times)

BOGOTÁ, Colombia — La escasez de alimentos a causa del colapso económico de Venezuela orilló a Víctor Rojas a subirse a un autobús y cruzar la frontera con Colombia. Sin embargo, poco después de llegar, estaba asombrado.

En poco tiempo, había pasado de estudiar música en una universidad de Caracas, Venezuela, y ser parte de orquestas a tocar el violín por propinas en las calles de Bogotá.

No obstante, a los pocos meses de llegar, había recibido un permiso especial de residencia que tenía como objetivo hacerle frente a la oleada de inmigrantes venezolanos. Con el tiempo, sus actuaciones callejeras se convirtieron en presentaciones regulares en bodas y graduaciones y el permiso le permitió formalizar su creciente negocio y obtener un punto de apoyo económico.

El programa de permisos, el cual Colombia creó en 2021 y recibió el apoyo de Estados Unidos, fue aclamado como innovador y generoso, en particular para un país con poca experiencia en flujos migratorios masivos y se consideró un modelo potencial para los desplazamientos a gran escala en otras regiones.

En Estados Unidos, que aportó más de 12 millones de dólares al programa, los formuladores de políticas consideraron el esfuerzo como una forma de abordar la crisis migratoria en la frontera estadounidense.

Durante una visita a Colombia hace dos años, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, calificó el programa como un “modelo para la región y, en muchos sentidos, modelo para el mundo”.

Gracias al programa, el cual anunció el entonces presidente de Colombia, Iván Duque, un aliado conservador de Estados Unidos, casi todos los venezolanos en Colombia, incluidos muchos sin identificación con fotografía, gozan de un estatus de protección temporal que les permite vivir y trabajar legalmente durante diez años.

Rojas, de 26 años, comentó que su estatus de residente “cambió absolutamente todo”.

“Tuve acceso a la salud, tuve acceso a instituciones bancarias”, agregó.

Según una medida, el programa ha tenido un gran éxito: más de dos millones de venezolanos se han registrado para obtener la residencia en Colombia.

Sin embargo, según otras medidas, la política se está quedando corta, por lo que muchos venezolanos han salido de Colombia con dirección a Estados Unidos y han contribuido con la cantidad récord de venezolanos que llegaron a la frontera estadounidense el año pasado.

Aunque no hay datos disponibles sobre la cantidad de venezolanos con permiso colombiano que han emigrado, muchos venezolanos que van rumbo al norte afirman que decidieron abandonar Colombia porque no ganaban lo suficiente para mantener a sus familias.

Aunque Rojas ha encontrado estabilidad económica en Colombia, mencionó que no tenía planes de que el país fuera su hogar permanente.

Rojas comentó que, debido a que creció estudiando música clásica, siempre soñó con ir a París y Nueva York, ciudades “de donde viene todo eso que me mueve mi alma”.

Desde 2016, los venezolanos que huyen de la ruina económica bajo la dictadura socialista del presidente Nicolás Maduro se han asentado principalmente en Colombia, Perú y Ecuador.

No obstante, cuando se corrió la voz de que la ausencia de relaciones diplomáticas entre Washington y Venezuela dificultaba el rechazo de migrantes, muchos decidieron arriesgarse a una peligrosa excursión a través del golfo de Darién, una selva que une a Sudamérica con Centroamérica, lo cual creó una crisis humanitaria y política para el presidente Joe Biden.

La migración venezolana a la frontera estadounidense se disparó en los años recientes, hasta superar los 189.000 cruces el año pasado, en comparación con los cerca de 4500 de 2020. Esto ha convertido a los venezolanos en el segundo mayor grupo de migrantes, después de los mexicanos, que ingresan de forma ilegal a Estados Unidos.

Para Estados Unidos, el programa de visado temporal de Colombia llegó a considerarse una forma de hacer frente a la oleada, comentó Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria de Washington.

“Con el tiempo, adquirió una mayor visibilidad como un medio de gestión de la migración en el hemisferio”, mencionó.

Sin embargo, en octubre, el gobierno de Biden cambió su enfoque de forma abrupta y empezó a expulsar a la mayoría de los venezolanos, utilizando una regla de salud pública de la época de la pandemia. Al mismo tiempo, la administración creó una nueva vía que les permite a los venezolanos afuera de Estados Unidos solicitar la libertad condicional humanitaria, aunque los críticos dicen que el proceso es complicado.

Desde que Estados Unidos empezó a detener a los venezolanos que intentan ingresar al país, la cantidad de venezolanos que se han encontrado en la frontera bajó a menos de cien al día en enero, en comparación con los cerca de 1100 diarios de la semana anterior al anuncio del gobierno de Biden en octubre, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos.

Más de 7 millones de venezolanos, una cuarta parte de la población del país, han dejado su país desde 2015 —la segunda mayor migración del mundo después de la ucraniana— y alrededor de un tercio ha acabado en Colombia. Las dos naciones comparten profundos lazos lingüísticos, culturales y familiares y la estrategia hacia la creciente población migrante de inmediato fue de inclusión.

When Venezuelans started arriving in large numbers, officials adopted an open-door policy by distributing various types of visas, before establishing the broader temporary permit program.

Rojas, for example, first received a residency permit in 2018, before he got temporary protected status in 2021.

It has not been without hiccups. Reaching applicants in rural areas without internet access or documentation was difficult, said Ronal Rodríguez, a researcher at Rosario University in Bogotá who has studied the permit program. Many employers, bank workers and health care providers do not recognize the permit, he added.

There have also been long delays. While 2.5 million Venezuelan migrants have registered for the permit, less than 1.6 million have actually received one.

Experts cite these shortcomings as contributing to Venezuelans choosing to leave Colombia.

But many Venezuelans suggest a bigger reason: that even a seemingly generous migration policy cannot solve the low wages, lack of upward mobility and high inflation plaguing Colombia and much of Latin America.

“They are not leaving because of immigration policy,” said Ligia Bolívar, a sociologist from Venezuela based in Bogotá. “They still believe in the American dream.”

On a corner outside a hamburger restaurant in Cedritos, a neighborhood in north Bogotá nicknamed “Cedrizuela” because of its large concentration of Venezuelans, a group of delivery workers, all of whom were from the Venezuelan city of Maracaibo, were gathered.

They all had similar stories. They said they had gotten temporary permits, but had dreams of living elsewhere. They had worked in car washes, fast food restaurants and bars. None paid more than enough to scrape by.

In recent years, Venezuelans have become the engine of what many workers call an underpaid, overworked delivery economy in Colombian cities, where they deliver food and other goods by motorcycle or bicycle to wealthier people.

José Tapia, a 24-year-old delivery worker, used his phone to scroll through the payments — all less than $1. On an average day, he said, he made about $10, roughly the equivalent of Colombia’s daily minimum wage.

Another delivery worker, Santiago Romero, 39, has lived in six countries in Latin America over the past four years. But his ultimate goal is the United States; he has started the application process under the new parole program and hopes to join his brother in Las Vegas.

“He tells me, ‘Things are better here,’” said Romero. “That you have to work hard, but it’s better.Cuando los venezolanos empezaron a llegar en grandes cantidades, las autoridades adoptaron una política de puertas abiertas distribuyendo varios tipos de visas, antes de crear el programa más amplio de permisos temporales.

Por ejemplo, Rojas recibió por primera vez un permiso de residencia en 2018, antes de obtener el estatus de protección temporal en 2021.

El programa no ha estado exento de deslices. Fue difícil llegar a los solicitantes de zonas rurales sin acceso a internet ni documentación, comentó Ronal Rodríguez, investigador de la Universidad del Rosario de Bogotá que ha estudiado el programa de permisos. Muchos empleadores, trabajadores bancarios y profesionales de la salud no reconocen el permiso, agregó.

También ha habido demoras largas. Aunque 2,5 millones de migrantes venezolanos se han registrado para obtener el permiso, menos de 1,6 millones en realidad lo han recibido.

Los expertos citan que estas fallas contribuyen a que los venezolanos decidan salir de Colombia.

Sin embargo, muchos venezolanos sugieren que hay una razón más importante: ni siquiera una política migratoria que parece generosa puede resolver los bajos salarios, la falta de movilidad ascendente y la elevada inflación que asolan Colombia y gran parte de Latinoamérica.

“No están saliendo por la política migratoria”, dijo Ligia Bolívar, socióloga de Venezuela radicada en Bogotá. “Todavía creen en el sueño americano”.

En una esquina enfrente de un restaurante de hamburguesas en Cedritos, un vecindario del norte de Bogotá apodado “Cedrizuela” debido a su gran concentración de venezolanos, se reunió un grupo de repartidores, todos ellos de la ciudad venezolana de Maracaibo.

Todos tenían historias similares. Dijeron que habían obtenido permisos temporales, pero que soñaban con vivir en otro lugar. Habían trabajado en autolavados, restaurantes de comida rápida y bares. Ningún empleo pagaba más que lo suficiente para sobrevivir.

En años recientes, los venezolanos se han convertido en el motor de lo que muchos trabajadores denominan una economía de repartición mal pagada y sobreexplotada en las ciudades colombianas, donde entregan alimentos y otros productos en motocicleta o bicicleta a personas con mayores recursos.

José Tapia, un repartidor de 24 años, utilizó su teléfono para ver los pagos: todos menores a 1 dólar. Mencionó que, en un día normal, ganaba unos 10 dólares, más o menos el equivalente al salario mínimo diario en Colombia.

Otro repartidor, Santiago Romero, de 39 años, ha vivido en seis países de Latinoamérica en los últimos cuatro años. Sin embargo, su objetivo final es Estados Unidos; ha iniciado el proceso de solicitud conforme el nuevo programa de libertad condicional y espera reunirse con su hermano en Las Vegas.

“Él mismo me dice: ‘Aquí las cosas están mejor’”, comentó Romero. “Que tienes que trabajar de manera ardua, pero está mejor”.

c.2023 The New York Times Company