Aventura en la Alta Amazonía ecuatoriana

La primera noche dormimos en un hotel, en las faldas del volcán Pichincha, de Quito. Salimos temprano para el aeropuerto “Mariscal Sucre” donde el avión despegó en un día soleado, lo que nos facilitó fotografiar el cráter del majestuoso volcán Cayambe, único punto a lo largo de la línea ecuatorial, que conserva hielo todo el año. Media hora más tarde aterrizamos en El Coca, en el oriente de Ecuador, un pueblo petrolero, que ostenta la estatua de Francisco de Orellana, el español que descubrió el nacimiento del Río Amazonas, en 1,542, y da nombre a esta provincia.

Caminata nocturna por la selva amazónica, sur del Parque Nacional Yasuní.
Caminata nocturna por la selva amazónica, sur del Parque Nacional Yasuní.

Un grupo de periodistas de España, Estados Unidos y el Reino Unido, estábamos en el corazón del oriente ecuatoriano, con protector solar y repelente contra mosquitos, dispuestos a embarcarnos en una aventura que nos llevaría hacia las profundidades de la Alta Amazonía. Abordamos una lancha de fibra de vidrio y dos motores y navegamos aguas abajo, por el río Napo, cuya anchura sobrecogedora varía de uno a cuatro kilómetros, en la parte alta, imponía respeto a los pasajeros y mostraba un espectáculo natural.

Atardecer en el Parque Nacioinal Yasuní, Amazonía ecuatoriana.
Atardecer en el Parque Nacioinal Yasuní, Amazonía ecuatoriana.

El motor de la lancha rugía con ímpetu, alcanzando una velocidad aproximada de 40 km por hora, entremezclando su ruido con el canto de las aves y el murmullo del agua contra el casco de la embarcación. La pericia del motorista, lo obligaba a zigzaguear, para evitar chocar contra las empalizadas, ramas y árboles secos, dispersos en el caudal del río. Desperdigadas en sus orillas veíamos aldeas indígenas, con niños jugando en la ribera y mujeres y hombres trabajando, siendo ellos mismos los guardianes silenciosos de este rincón del mundo, adornado de flores silvestres. El río, con su naturaleza poco profunda, e islotes arenosos, daba espacio a embarcaciones que iban y venían con pasajeros, mercancías, maquinaria y camiones.

Canoas en la reserva nacional de Limoncocha, Amazonía.
Canoas en la reserva nacional de Limoncocha, Amazonía.

Tras navegar 90 kilómetros, hicimos una parada. Nos bajamos con nuestras mochilas y caminamos, dejando atrás el rugir del motor y adentrándonos en el susurro del bosque. Una canoa de remos nos esperaba, y en ella, avanzamos por caños estrechos, rodeados por una vegetación tan espesa que apenas dejaba ver el cielo. La jornada concluyó al llegar a Selva Lodge, un refugio paradisíaco construido de guadua y concreto, que se alzaba orgulloso y confortable, en medio de la selva, al pie de la Laguna Garzacocha.

GRUPOS EN LA EDAD DE PIEDRA

El segundo día de caminata, el indígena Guillermo Machoa, quichua, nativo de la región, que era nuestra brújula, en esta expedición periodística, hizo un alto en la selva, para observar a un grupo de monos jugueteando entre las ramas. En ese momento, Óscar Delgado, uno de los biólogos que nos acompañaba exclamó: “a 100 kilómetros de aquí, al interior del Parque Nacional Yasuní, en el área intangible hay todavía grupos no contactados que viven como en la Edad de Piedra”. Un reciente estudio indica que “el Parque Nacional Yasuní y el área ampliada subyacente se consideran la zona más biodiversa del planeta por su riqueza en anfibios, aves, mamíferos y plantas; y cuenta con más especies de animales por hectárea que toda Europa junta”.

Turistas en canoa por la Laguna de Garzacocha, Amazonía ecuatoriana.
Turistas en canoa por la Laguna de Garzacocha, Amazonía ecuatoriana.

Aquí cada día fue una aventura. El aire húmedo de la selva tocó nuestra piel desde el primer instante. La naturaleza se siente viva, respira y suspira. Los senderos serpenteaban dejándonos entrever árboles que con sus 50 metros parecían tocar el cielo y cuya magnitud nos recordaba nuestra pequeñez. El sonido del bosque era una sinfonía natural: el murmullo de hojas agitadas por el viento, el aleteo de mariposas que danzaban a nuestro alrededor, el parloteo de los loros, el chillido de los monos y, por supuesto, los cantos de pájaros, melodías que los guías nos enseñaban a identificar.

Mono ardilla, común en la selva amazónica.
Mono ardilla, común en la selva amazónica.

En la selva amazónica que recorrimos con binoculares, para avistarlo todo, el sonido del bosque es constante, precisó Marco Clavijo, otro de los biólogos que nos acompañó en las exploraciones por la selva. Comentó: “en la noche el concierto es interpretado por aves nocturnas: grillos, chicharras, ranas arborícolas, y el concierto diurno, es ejecutado por aves, como loros y tucanes, insectos y monos”.

Jay turquesa, en el bosque en Pichincha, al norte de Ecuador.
Jay turquesa, en el bosque en Pichincha, al norte de Ecuador.

Pero si el día era un regalo para los sentidos, la noche era una sorpresa. Con linternas en mano, salíamos en canoa, en búsqueda de caimanes, cuyos ojos brillantes se reflejaban con la luz. En otra ocasión mientras caminábamos, el sonido de la selva nocturna nos entretuvo: el croar de las ranas, el zumbido de los insectos y el distante llamado de alguna criatura nocturna. Los guías tenían ojos educados para hacer un alto y mostrarnos huellas de animales que merodeaban el lugar, tarántulas escondiéndose entre las hojas, y serpientes y ranas venenosas diminutas, en las ramas. Y aunque la noche envolvía todo con su manto, la selva seguía viva, en constante movimiento. Un recordatorio palpable de la mega biodiversidad que este rincón del planeta alberga.

Niños quichuas de Pilse, Alta Amazonía.
Niños quichuas de Pilse, Alta Amazonía.

MANDI WASI

Pero no todo fue naturaleza. Visitar la comunidad indígena de Mandí Wasi, en Pilche, fue una experiencia reveladora. En este rincón, de tradición machista, un grupo de valientes esposas decidió dar un vuelco a su destino, impulsando un proyecto ecoturístico. Ofrecen a los visitantes una inmersión auténtica en su cultura, brindando alojamiento en cabañas y deliciosa comida típica y venta de artesanías. Según Nely Calapucha, gracias a esta iniciativa, no solo han fortalecido el empoderamiento femenino en su comunidad, sino que también han logrado significativos beneficios económicos, convirtiendo a Mandí Wasi en un modelo a seguir para otras comunidades indígenas que buscan un desarrollo sostenible. Luego compartimos con los niños en una escuela, algunos de los cuales, emplean hasta una hora caminando o en canoas, para llegar a las clases. Entramos a la cocina y comimos larvas asadas de escarabajos y tomamos chicha. Nos informaron que durante la pandemia casi todos en Pilche, se contagiaron de Covid19; fueron tratados con remedios naturales, y nadie murió en la aldea.

Indígena de Mandi Wasi. En este rincón, de tradición machista, un grupo de valientes esposas decidió dar un vuelco a su destino, impulsando un proyecto ecoturístico.
Indígena de Mandi Wasi. En este rincón, de tradición machista, un grupo de valientes esposas decidió dar un vuelco a su destino, impulsando un proyecto ecoturístico.

Hay mitos que se despejan en la selva: 1) las pirañas no atacan, excepto si hay sangre, 2) la selva no está infestada de anacondas, 3) los monos no comen bananas, 4) si hay animales grandes como el jaguar, pero no son abundantes; verlos es una suerte. 5) en la selva no llueve todos los días, solo nos llovió el cuarto día, al regreso por el río.

Piraña, pez agresivo y de mala fama, del Amazonas.
Piraña, pez agresivo y de mala fama, del Amazonas.

Al final de esta experiencia es importante destacar la gestión del Ministerio de Turismo de Ecuador, que no solo promueve la grandeza de la alta Amazonía a través de un enfoque ecoturístico, sino que, con un equipo de guías, biólogos y guardianes con profunda conciencia de patria, garantizan la protección y preservación de ese tesoro universal. La Alta Amazonía ecuatoriana más que un destino, es un reencuentro con la naturaleza en su estado más puro y una lección sobre la riqueza que encierra nuestro planeta. La selva de la Alta Amazonía ecuatoriana, abarca 120,000 km2, con su manto verde que se extiende hasta donde la vista alcanza. En su aire de misterio y maravillas, he vivido una experiencia inolvidable.

Filete de pescado.
Filete de pescado.
Lancha de motor en Salado de los loros, río Napo, Ecuador.
Lancha de motor en Salado de los loros, río Napo, Ecuador.
Visitar la comunidad indígena de Mandí Wasi, en Pilche, fue una experiencia reveladora.
Visitar la comunidad indígena de Mandí Wasi, en Pilche, fue una experiencia reveladora.
Escorpión en la selva amazónica.
Escorpión en la selva amazónica.
El Coca, municipio de Orellana, oriente ecuatoriano.
El Coca, municipio de Orellana, oriente ecuatoriano.

Enrique Córdoba es periodista y escritor residente en Miami. Autor de cinco libros de reportajes y viajes. www.elmarcopolodelorica.com