El atractivo repentino del espíritu de un bulldog

El Atlético de Madrid había hecho todo lo posible para celebrar su nuevo fichaje: láseres estroboscópicos, fuegos artificiales centelleantes y, por razones que no quedaron del todo claras, un par de motocicletas estruendosas. De pie en medio de todo, saludando alegremente a la multitud, Conor Gallagher parecía un poco aturdido.

Después de todo, el Chelsea, el club donde había pasado la mayor parte de su carrera, le había dado el trato de un activo de hoja de balance la mayor parte de los dos últimos años. Había luchado por un puesto en el equipo y se lo había ganado. A veces había sido capitán. Había jugado con Inglaterra. Y, aun así, el Chelsea no cejaba en su intento por venderlo.

Y, ahora, antes de haber siquiera pateado un balón en el equipo al que finalmente se unió en España, a miles de kilómetros de su casa, lo estaban agasajando como a una estrella. Tenía una sonrisa amplia y un tanto sorprendida, además de una camiseta del Atlético con su nombre en la espalda. Solo había un elemento que no entendía: ¿por qué el club seguía refiriéndose a él como el “Pitbull”?

Varios jugadores han recibido ese apodo de sus clubes a lo largo de los años. Por ejemplo, Gary Medel, el combativo mediocampista chileno que alguna vez aseguró que la policía había utilizado una pistola eléctrica contra él después de un partido específico que se salió de control. O Edgar Davids, el neerlandés apodado así por su marcaje tenaz: la lógica detrás era que, una vez que se había enfocado en un jugador, simplemente no lo iba a dejar ir.

Es justo decir que Gallagher tiene un molde muy diferente. No es un jugador que se defina por su ferocidad, como lo fueron Medel y Davids, de maneras muy distintas y en niveles muy diferentes, aunque no se lo dirías a la cara a Medel. Los principales rasgos de Gallagher, de 24 años, son su energía, su diligencia, su incapacidad de cansarse. No es un pitbull. Es un springer spaniel o tal vez un labrador.

Sin embargo, el Atlético tenía su apodo y no iba a renunciar a él con facilidad. El fichaje de Gallagher se acompañó del dibujo de un pitbull, con una chaqueta de cuero y collar de picos, al estilo de un meme de 4Chan. Se mencionó el apodo en medio de su operística presentación. Los aficionados lo han hecho suyo. “Como que se me quedó”, comentó Gallagher. “No me molesta. Lo veo como un cumplido”.

Esa es la intención. Pero desde la perspectiva de la Liga Premier, el espectáculo de su presentación frente a los aficionados del Atlético el mes pasado pareció un poco exagerado. Según la opinión generalizada en Inglaterra, Gallagher es un mediocampista perfectamente funcional: corre mucho y tiene una voluntad inagotable, pero no está cerca de ser una superestrella.

Saltó a la fama por primera vez hace un par de años durante una cesión al Crystal Palace; la mayoría de los observadores sugerían, al menos de manera tácita, que era algo razonablemente natural.

El hecho de que en España se le haya considerado merecedor de tanta pompa y ceremonia y de que se haya convertido de inmediato en una figura central de uno de los equipos más célebres del país —ya con dos goles y lo más probable es que tenga un papel fundamental en el derbi madrileño de este fin de semana— resume a la perfección la realidad actual del panorama del fútbol europeo.

La Liga Premier ejerce tal fascinación en la conciencia popular que, incluso en una de las otras grandes ligas europeas, convencer a un jugador de que la deje se considera un golpe maestro. Los seguidores del Atlético no se mostraron escépticos ante el fichaje de un jugador considerado un excedente en el Chelsea, un equipo que ni siquiera participa en la Liga de Campeones. Más bien, quedaron cautivados con la llegada de un emisario del que se percibe como el mejor torneo nacional del planeta.

La elección del apodo, a pesar de su dudosa precisión, también fue reveladora. Hay muchas maneras de entender el ascenso de la Liga Premier en los últimos 30 años. Es una historia de finanzas, medios de comunicación, tecnología en desarrollo, el poder de la mercadotecnia, la importancia del idioma y, hasta cierto punto, también un poco de fútbol.

No obstante, en la misma medida es una historia de comercio. En la década de 1990, el fútbol inglés descubrió que su gran salto hacia el futuro, financiado con el dinero de las televisoras, tenía un problema histórico como obstáculo: no era concebible que pudiera estar a la altura de su afirmación de ser la mejor liga del mundo si, a nivel técnico, sus jugadores eran tan evidentemente inferiores a sus homólogos extranjeros.

Entonces, con la impaciencia típica de las empresas insurgentes, se dispuso a rectificar esa carencia, en parte dedicando tiempo y dinero a mejorar la forma en que producía futbolistas, pero sobre todo comprando mejores en el extranjero.

La Liga Premier se inundó de importaciones. Primero llegaron los jugadores veteranos, un poco pasados de moda. Luego los aspirantes y después auténticas estrellas. Después de un tiempo, entrenadores, visores y miembros de personal de desarrollo empezaron a seguirlos. En la actualidad, el nivel técnico de un partido de la Liga Premier es prácticamente imposible de distinguir del nivel técnico de un partido de la Liga o de la Serie A. A menudo, es notablemente superior.

Sin embargo, aunque en gran medida es verdad que la Liga Premier ya no es una competencia inglesa en algún sentido tangible —es una competencia mundial que resulta que se disputa en una isla lluviosa no muy lejos de la parte superior izquierda de Europa—, conserva elementos distintivos del fútbol inglés. El más evidente es el ritmo al que se juega. Una vara un poco más alta para lo que podría considerarse una falta. Y un aprecio especial por los beneficios del aspecto físico del deporte.

Por supuesto que esos atributos son precisamente la causa de que el Atlético se fijara en Gallagher. En los primeros partidos con su nuevo equipo, su entrenador, Diego Simeone, ha destacado la intensidad de su juego y su dinamismo. Gallagher ha llegado a España para aportar una pizca no de la destreza de la Liga Premier, sino de su diligencia.

No es el único. Es bien sabido que los clubes de la Bundesliga alemana desde hace tiempo han considerado a Inglaterra, en particular, una fuente de jóvenes talentos infravalorados, y el graduado más laureado de ese camino, Jude Bellingham, se enfrentará el domingo a Gallagher vestido de blanco con la camiseta del Real Madrid.

La inclinación gradual de Italia hacia Escocia ha sido menos publicitada. EL Bolonia, el Empoli y el Torino tienen jugadores escoceses en sus plantillas. El Nápoles incorporó a dos este verano, Billy Gilmour y Scott McTominay (este último encarna las virtudes de la Liga Premier tanto como Gallagher).

Al igual que el Atlético, el Nápoles —con la ayuda de su entrenador, Antonio Conte, un veterano de la Liga Premier— ha reconocido bien la realidad moderna del fútbol europeo. Inglaterra sigue siendo un importador neto de talento. Pero no hay mejor indicador de su supremacía que el hecho de que también ha empezado a exportar sus propios productos.

Los equipos que desean competir con sus clubes han comenzado a reconocer que el mundo del fútbol casi ha dado una vuelta completa. La Liga Premier se convirtió en la marca que es al volverse más internacional, al añadir fineza y elegancia a su intensidad. Esas son las cualidades que ahora anhelan sus rivales. En la actualidad, para tener éxito se necesita ser un poco más británico.

______

Casandra

Como guion, fue bastante preciso. Pocos días después de sugerir —de forma admirable— que los jugadores de élite del mundo tal vez iban a tener que irse a huelga para conseguir que las autoridades del fútbol tomaran en serio las quejas sobre su carga de trabajo en constante expansión, Rodri, el mejor mediocampista del planeta, sufrió una grave lesión en la rodilla derecha.

Pep Guardiola, su entrenador, declaró el viernes que Rodri se va a perder el resto de la temporada tras haberse sometido a una cirugía de rodilla. Claro está que es un golpe para el City.

Parece un poco melodramático decir que Rodri pudo haber tenido algún tipo de premonición de una lesión grave inminente, pero después de haber hablado con muchos jugadores, hombres y mujeres, que han soportado bajas de larga duración, sé que creen sinceramente que hay un vínculo con la fatiga. Estar cansado te hace más vulnerable. Eso es lo que quiso decir Rodri. Y con cada partido que se pierda tendrán más peso sus palabras.

______

Dos cabezas no piensan mejor que una

Por fin hay salvación en el horizonte del Everton. Después de más de dos años de auténticas dudas sobre su viabilidad como empresa en activo, el club tiene un rayo de esperanza.

A la espera de la aprobación de diversos organismos reguladores, el Everton pronto estará libre de la ineptitud de Farhad Moshiri como su propietario —y de la persistente incertidumbre sobre un misterioso pretendiente estadounidense— y quedará bajo el paraguas del Grupo Friedkin, un nombre familiar para a) los seguidores del AS Roma y b) cualquiera que haya comprado un Toyota en Texas en las últimas décadas.

Los Friedkin, Dan y Ryan, no suelen ser el tipo de dueños que llevan a los aficionados a la calle con sombreros vaqueros y lupinos azules prendidos en las solapas y lanzando trozos de filete de pollo frito* al aire. No son viejos ricos que cumplen caprichos, no en el sentido del Newcastle o el Manchester City. Su trayectoria en el Roma es respetable, pero no espectacular.

No obstante, para los aficionados del Everton son un alivio bendito y bienvenido, una garantía de que su club seguirá vivo. Ahora la duda se ha trasladado a la Roma. Los Friedkin no tardaron en emitir un comunicado en el que insistieron en que la “potencial adquisición del Everton no cambia de ninguna manera nuestro compromiso con la Roma”. El club italiano “sigue estando en el corazón de nuestras ambiciones futbolísticas”.

Tal vez sea cierto, pero la percepción será muy distinta. Cada dólar gastado en el Everton será visto como un dólar no gastado en la Roma. Cada éxito del Everton será un éxito negado a la Roma (y viceversa, por supuesto). Claro que eso quizá no sea cierto. Sin embargo, será lo que los aficionados considerarán cierto y es probable que eso sea lo más importante.

*Suena delicioso, pero ¡¿qué fue eso?!

c.2024 The New York Times Company