‘Fue algo aterrador’: Huracán Ian siembra estela de destrucción y muerte en colorida aldea de Florida

Muchas de las coloridas casitas, boutiques y restaurantes que habían convertido en famoso y divertido a Matlacha, un artístico pueblecito de pescadores en la costa oeste de la Florida, desaparecieron o quedaron severamente dañadas por las marejadas ciclónicas o por la arrasadora fuerza del viento. Los botes fueron a parar a patios de casas, y las viviendas se inundaron de agua.

Los kayaks quedaron incrustados en calles pantanosas como si fueran ornamentos. El lodo cubría cerámicas y muebles rotos. Y el jueves, apenas un día después que el huracán de Categoría 4 Ian azotara a Matlacha, un cadáver flotaba frente a las ruinas de una casa. Los aturdidos residentes dijeron que se han hallado más cuerpos sin vida.

El jueves, algunos vecinos se reunieron para darse ánimo entre sí y comenzar las labores de reconstrucción. Dado que una sección de la carretera Pine Island Road, ubicada al este del puente Matlacha, desapareció, la única manera de regresar es en bote. Unos pocos han decidido hacerlo.

“Fue algo aterrador”, dijo John Hayes, de 47 años. Cuando el agua comenzó a llenar su casa, Hayes sobrevivió acostándose en la cama con su chihuahua Anabel en el pecho, mientras el refrigerador flotaba y el techo se desplomaba. Nunca más, dijo.

“No voy a actuar de forma estúpida dos veces”, dijo. “Tuve suerte. La valentía no tiene nada que ver con esto. Simplemente tuve suerte”.

Funcionarios de la Comisión de Pesca y Conservación de la Vida Silvestre de la Florida (FWC) observan los daños en Matlacha tras el paso del huracán Ian.
Funcionarios de la Comisión de Pesca y Conservación de la Vida Silvestre de la Florida (FWC) observan los daños en Matlacha tras el paso del huracán Ian.

Según el Censo de Estados Unidos, la población de Matlacha, que consiste en un puñado de coloridas y vibrantes casas y edificaciones al estilo de Key West a ambos lados de una carretera de dos sendas, era de 850 habitantes. Los residentes, dijo un vecino, se pueden describir como as “isleños cujeados y fuertes”. Sin embargo, la devastación que causó la tormenta, los ha dejado absolutamente pasmados.

Doug Root, dueño de una tienda de carnadas para pescar, llevó de regreso en su bote a algunos de sus vecinos. Un reportero y un fotógrafo del Miami Herald también llegaron en bote al villorrio. Lleno de fango, después de haber trabajado en su propiedad después del huracán, Root dijo que perdió un bote —hace años, el huracán Charley le hundió uno— y su casa móvil.

Tammey Lynch, una de las pasajeras de Root, se emocionó enormemente al otro lado de la intransitable carretera cuando abrazó a su esposo John frente al restaurante de ambos, Blue Dog Bar & Grill, que quedó destrozado. Un letrero en letras blancas a la entrada del local dice: “¡Las mejores cosas de la vida salen de los AZUL!”.

El edificio no colapsó, pero una línea de agua de unos cinco pies dejó una marca en las paredes en medio del caótico lodazal. La gran nevera del restaurante, llena de cerveza, papas fritas y otros alimentos se podía ver en medio de la calle.

“Andrew no fue nada comparado con Ian”, dijo Jesse Tincher, uno de los copropietarios de Blue Dog y oriundo de Miami que vivió una semejante estela de destrucción en 1992.

Tincher buscó refugio el miércoles antes de que llegara lo peor de la ira de Ian, llevándose consigo una fotografía de su padre en su época de militar, su posesión más preciada. El agua destruyó el resto, y el viento se encargó de llevarse la pared trasera de la estructura. Una palmera que estaba en el patio desapareció por complete.

La casa de dos pisos de los Lynch, construida en 1946, aunque inundada, se mantuvo en pie a pesar de la devastación. Otras casas no corrieron la misma suerte. Una casita cercana, llamada “Salt Spray”, fue devorada hasta la mitad por el agua. Pedazos de maderas, con ropas enredadas, así como sillas y puertas nadaban en el agua luego que solo quedaron los cimientos de lo que fue una casa. Un tocador fue a parar a la calle. Un pedazo de puerta con una llave en la cerradura, quedó abandonado en el suelo.

Hasta una casa recientemente renovada, con un techo nuevo y sólido, quedó casi toda sumergida cerca de un puente que desapareció debajo de unos 15 pies de carretera.

John Lynch, nacido en Miami, se quedó sin hogar después que en 1992 Andrew destruyó la casa que alquilaba. Sus padres perdieron su casa en Pinecrest. Pero lo que hizo Andrew fue derrumbar las casas y los edificios, en cambio Ian, arrasó con el terreno de algunas casas.

“¿Qué se supone que haga uno después de esto?”, preguntó, al tiempo que señalaba una de sus propiedades bajo el agua. Mientras contemplaba los destrozos, el bombero retirado, dijo que toda su vida estaba en ese tramo de Matlacha.

Antes del atardecer, los rescatistas le ofrecían viajar a tierra firme al que quisiera ir. Un bombero cargó a un niño para evitar que caminara por el resbaladizo lodo. Los pasajeros llevaban bolsas de plástico y bolsas de basura llenas de ropa y recuerdos que lograron salvar de los destrozos. Muchos dijeron que eran afortunados de estar vivos.

“Mi vida ha sido muy dura. Pero soy un luchador. Me voy a recuperar”, dijo Tincher. “Aunque, déjame decirte que sé que no será pronto ni fácil”.

Delante del Blue Dog, Tincher dijo que encontró otro objeto que el viento y el agua de Ian dejaron en el lugar. Del otro lado de la devastada calle, una mesa redonda de color azul, estaba de pie.

Era un espectáculo atroz. Y al extremo del pavimento reventado cerca del restaurante Island Pho & Grill, a unos 25 pies de distancia de un Ford Focus en precario balance sobre tierra desaparecida y concreto retorcido, se podía ver una silla blanca que aún soportaba los embates del viento. Quizás era un buen sitio antes del azote de Ian, para contemplar una hermosa puesta de sol.

Traducción de Jorge Posada