“Las armas no matan”, pero la politización extrema de este país sí | Opinión

La venta de fusiles de asalto a la población, que años atrás estuvo prohibida, ha dejado de ser un asunto de seguridad, sentido común y una necesidad para salvar vidas, para convertirse en una cuestión política empantanada tras el irracionalismo de los fanáticos de derecha y la avaricia de los fabricantes de armas.

La polarización política que sufre Estados Unidos llega a que el jueves 6 de este mes dos legisladores demócratas fueran expulsados de la cámara de representantes de Tennessee, dominada por los republicanos, por haberse unido a quienes protestaban demandando un mayor control sobre las armas de fuego en el estado, luego de una masacre ocurrida en una escuela.

En 2022, Guns & Ammo, una revista dedicada a las armas de fuego y municiones, clasificó a Tennessee como el 12º mejor estado del país para los propietarios de armas.

El 27 de marzo, tres niños de nueve años y tres adultos fueron asesinados en un colegio de Nashville. Es evidente que Tennessee es un buen estado para quienes tener un fusil de asalto, no tanto para los niños que van a la escuela.

No se trata de afirmar con simpleza que las “armas no matan, que matan quienes las utilizan”. Es impedir la facilidad con la cual ocurren esos tiroteos que dejan siempre varias muertes, una triste característica de la sociedad estadounidense.

El rechazo a la facilidad para adquirir armas de fuego encuentra al menos tres argumentos en contra de inmediato.

La primera es que dicha posición es típica de un pensamiento “liberal”, en el sentido izquierdista que se da a dicho concepto en Estados Unidos. La segunda es la necesidad de estar armado con fines de protección personal. La tercera es que se trata de un derecho establecido por la Constitución.

Sin embargo, los primeros que se oponen a dicha facilidad son en muchas ocasiones los cuerpos policiales, que están lejos de poder ser acusados de “centros liberales”.

Las investigaciones muestran que en los hogares en que hay armas aumenta el peligro de que ocurran muertes. En ningún momento la Constitución habla de poseer uno de los poderosos fusiles actuales o una pistola moderna.

“Existen mayores posibilidades de que se produzca un homicidio o un suicido en un hogar donde algún miembro tenga un arma, que en aquellos donde no las hay”, refieren estudios aparecidos en The New England Journal of Medicine y en el American Journal of Epidemiology, entre otras publicaciones.

Es cierto que este es el país de la máxima libertad individual, pero esa libertad no debe contraponerse a que una sociedad democrática no pueda ejercer limitaciones a la venta de armas. Canadá y muchos países europeos las tienen y no por ello sus sociedades son menos abiertas.

Lo que resulta preocupante es que una parte importante de la población estadounidense considere una necesidad primordial el poder comprar un fusil de asalto, no simplemente una escopeta de caza, al tiempo que existen serias dudas sobre el grado de responsabilidad que tienen muchos de los que adquieren ese tipo de armamento.

En la actualidad, el AR-15 es el fusil más vendido en Estados Unidos, según indican las cifras de la industria. Uno de cada veinte adultos estadounidenses, o aproximadamente 16 millones de personas, posee al menos un AR-15, según datos de encuestas de The Washington Post e Ipsos.

La prohibición de la venta de fusiles de asaltos no tiene nada que ver con la “Segunda Enmienda”,ni con las libertades civiles ni con la sacrosanta democracia estadounidense.

Entre 1994 y 2004 estuvo prohibida la venta de estos fusiles, y quienes vivimos en este país no fuimos sometidos a un régimen castrista, leninista, maoísta o masoquista. Si se echó abajo, la normativa fue por un cambio en los poderes legislativos y la situación creada en el país tras los atentados terroristas en las torres de Nueva York. Pero que cada día más estadounidenses tengan estas armas no ha impedido atentados terroristas en el territorio nacional, sino propiciado matanzas.

Los AR-15 —o M-16, como se llamaron en su momento— surgieron como armas militares para uso de los soldados estadounidenses, particularmente en Vietnam, en buena medida en respuesta a un fusil tan versátil y efectivo como el AK-47 soviético.

Nada que ver con los civiles. Smith & Wesson no los fabricaba entonces. Olvídense de los complejos de Clint Eastwood, “Smith, Wesson and Me”, “Dirty Harry” y otras veleidades fascistas. Lo único que cuenta aquí son las ventas. Lo demás no importa.