Amigas migrantes: el valor de la solidaridad en medio de la travesía


No eran amigas, aunque ambas son migrantes venezolanas. La vida no las juntó en su país, sino en Perú. Allí fue donde Candra y Yohalis se conocieron antes de emprender, por separado, el viaje migratorio que se inicia desde Perú y Colombia hacia la selva del Darién para llegar a Centroamérica, México y, finalmente, la meta: Estados Unidos.

Han pasado más de cien días desde su primer encuentro y hoy son vecinas en la zona oriente de la capital mexicana, un punto geográfico donde viven temporalmente mientras esperan una respuesta a su solicitud de asilo a Estados Unidos vía la aplicación para citas CBP One.

Yohalis tiene 29 años y Candra, 25. Newsweek en Español conoce sus historias por una casualidad cuando ambas pidieron apoyo a esta reportera para ingresar a una estación del metro por carecer de tarjeta de movilidad. Es sábado por la mañana y necesitan llegar a la Basílica de Guadalupe, donde se encontrarán con un primo de Candra, quien viajará ese día hacia la frontera norte con Estados Unidos. Es que el CBP One le ha dado ya una cita para revisar su petición de asilo. Así comienza esta historia.


DE VENEZUELA AL ORIENTE DE LA CDMX

El transbordo en la estación Pantitlán de la Línea A del metro hacia la Línea 5 es largo, un kilómetro entre pendientes de subida, bajada y escaleras por donde Yohalis sube y baja la carriola donde viaja su niño de 14 meses de edad. Su agilidad física es notoria. Morena, de complexión delgada y cabello negro, camina a paso veloz.

Candra va a su lado con su hijo de seis años; piel blanca y cabello castaño. La migración las juntó y las hizo amigas. “Nos encontramos en el camino, pero tenemos el mismo tiempo viajando”, relata Yohalis mientras se sujeta del pasamanos del vagón del metro. “Nos conocimos en Perú, aunque somos venezolanas las dos”.

Atravesar el Darién es el mismo trayecto para todas y todos; sin embargo, las amigas migrantes lo cruzaron por separado y con días de diferencia. Para pagar su travesía Yohalis y su pareja reunieron en promedio 2,000 dólares; no alcanzó para llevar consigo a sus hijas y las dejó en Venezuela bajo el cuidado de su mamá.

“Fue un sacrificio —lamenta—, pero yo no quería que ellas pasaran por todo lo que ocurre en el Darién; también por el dinero, pues ellas están más grandes y tenían que pagar pasaje”. Su hijo, por viajar en brazos, no pagó pasaje.

Su viaje, resume, fue un verbo, caminar: por la selva, el desierto, Centroamérica y continuar caminando en México. “En la selva no nos encontramos. Cruzar por el Darién es horrible, duro, demasiado duro. En el camino te encuentras mucha cosa fea, muchas personas malas, violadores y ladrones que matan a cualquiera por dinero. Pero también muchas personas buenas que te ayudan. Mi Dios es tan grande que nos libró de todo eso”, describe mientras acomoda la carriola en el tren del metro.

LAS AMIGAS MIGRANTES SE JUNTAN Y SE SEPARAN POR AZARES DEL DESTINO

“Hubo muchos que sí sufrieron eso, pero a mí, a mi pareja y a mi hijo Diosito siempre estuvo con nosotros. Nunca nos pasó nada de eso, pero sí nos percatábamos y lo evitábamos metiéndonos por otro lado. Nos tocó guerrearla por momentos cuando las personas buenas no pasaban hasta que llegamos aquí”.

En Guatemala ambas se reencontraron y se volvieron a separar en el andar. A Yohalis le robaron documentos, teléfono y dinero. “Se nos hizo muy difícil porque no teníamos nada y no sabíamos cómo pasar de Guatemala para acá; entonces nos pusimos a vender chupeticas (paletas de dulce) en la calle y los semáforos. Y así fuimos subiendo poco a poco, caminando y pagando el pasaje de bus en bus cuando se podía, hasta que llegamos aquí a la Ciudad de México, gracias a Dios”.

Su bebé está inquieto, aunque por instantes se entretiene con la escalera de emergencia que se encuentra en el vagón, llora para expresar lo que a primera vista no se entiende. Tiene hambre, su madre escucha el mensaje; entonces ocupa un asiento cercano, interrumpe su narración y le ofrece su pecho.

Candra hizo el mismo viaje, pero junto a su madre y sus dos hijos; la menor es una niña de cuatro años. “Y me los traje, nos venimos todos juntos, yo no tengo pareja. También nos encontramos con muchas cosas feas: muertos, ladrones que nos robaron, aunque dicen que supuestamente los encontraron y los mataron. De verdad que la selva es lo peor. Cuando nos robaron allí me asusté por mis hijos porque violan. Uno va por el camino escuchando rumores: me violaron, lo mataron, vimos cómo se murió”.

amigas migrantes
Las amigas migrantes recuerdan con emoción cuando acudieron a la Basílica para agradecer haber llegado con bien hasta este punto. (Erika Flores)

¿CRUZAR MÉXICO DE MANERA LEGAL?

Llegó primero a la capital mexicana porque tuvo oportunidad de avanzar trayectos por autobús, aunque eso también implicó riesgos. “Son asaltados por los propios policías quienes piden a los migrantes descender, revisan sus pertenencias, rompen todo hasta los pañales de los niños, toman dinero y objetos de valor para después dejarlos ir”.

El tránsito de migrantes de la frontera sur a la frontera norte de México, por la vía legal, corre por dos rutas. Una es que la persona migrante obtenga el reconocimiento de persona refugiada en el punto geográfico donde realizó su solicitud a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar); el punto más común es, después de Tapachula, en Chiapas, la capital del país.

Sin embargo, la Comar informó el 30 de mayo, a través de sus redes sociales, que temporalmente dejaría de atender solicitudes en su oficina de la Ciudad de México. “Mantente pendiente de nuestras redes y sitio web donde pronto informaremos lugar y fecha del reinicio de nuestras actividades”, reportó.

La segunda vía, la más socorrida por la mayor parte de los migrantes, es demostrar ante la autoridad mexicana (Instituto Nacional de Migración) que tramitó ya una solicitud por la app CBP One y que se encuentra en espera de respuesta de las autoridades de Estados Unidos para una revisión de su caso.

Aquellos migrantes que se encuentran fuera de ambos escenarios y que son detenidos por el INM son entonces enviados a una estación migratoria para ser repatriados a su país de origen. De ahí que muchos de ellos, en situación irregular, evadan a la autoridad y caminen hacia la frontera norte a salto de mata.

LA VIDA DE LAS AMIGAS MIGRANTES EN LA ZONA ORIENTE

Hace un mes, cuando Candra ingresó a la Ciudad de México, la recibió su primo; es también venezolano y tenía cuatro semanas viviendo aquí. Ambos arribaron en un contexto complejo, pues las autoridades migratorias mexicanas comenzaron en diciembre de 2023 operativos para levantar cuatro campamentos que los migrantes instalaron en la vía pública en diferentes puntos de la ciudad.

Newsweek en Español publicó en octubre pasado cómo la Terminal de Autobuses del Norte fue utilizada por decenas de migrantes como dormitorio y albergue temporal en un intento por conseguir un pasaje de autobús para continuar su camino hacia Estados Unidos. En estas instalaciones familias enteras pasaron días completos utilizando sanitarios, puntos wifi, salas de espera y pasillos para resolver necesidades básicas de higiene, descanso, comunicación y movilidad. Estas escenas se repitieron también en la periferia del lugar.

Así, el primer operativo que realizaron autoridades migratorias, federales y locales fue en esta terminal camionera; este año, en abril, desmanteló otro instalado en la plaza Giordano Bruno (alcaldía Cuauhtémoc); en mayo cerró por sobrecupo el albergue conocido popularmente como “la pequeña Haití”, en la alcaldía Tláhuac. Y en junio levantó el campamento ubicado en la alcaldía Miguel Hidalgo, cerca de las vías del tren.

“YO NO CONOCÍA NADA NI SABÍA DÓNDE LLEGAR”

El Instituto Nacional de Migración repatrió a algunos migrantes a su país de origen; otros huyeron y avanzaron geográficamente a la frontera norte. Pero otros se reorganizaron temporalmente y se integraron a la vida local en diversas zonas de la CDMX por considerar que es una alternativa de vida menos riesgosa mientras esperan respuesta a su solicitud vía la aplicación CBP One.

“Yo no conocía nada ni sabía dónde llegar”, narra Candra a Newsweek en Español. “Mi primo tenía ya un mes, tenía trabajo, pero no dónde vivir. Se quedaba allí mismo en el trabajo porque se lo ofreció su jefa; cuando yo llegué él me ayudó a conseguir para el alquiler. Hoy vamos a despedirnos de él porque ya se va a Estados Unidos, sale en unas horas y quiero agradecerle por todos los favores que me hizo”.

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Yohalis y Candra se conocieron en Perú, antes de emprender, por separado, el viaje migratorio que se inicia desde Perú y Colombia hacia la selva del Darién para llegar a Centroamérica, México y, finalmente, Estados Unidos. (Erika Flores)

LA SOLIDARIDAD ES SUMAMENTE IMPORTANTE DURANTE LA TRAVESÍA

Después de instalarse en la zona oriente consiguió empleo en un mercado local donde lava trastes durante la noche y madrugada. “Es un restaurante, debo ofrecer los menús, llevarlos, entregar la comida y cobrar. Limpio, acomodo todo y me voy a casa en la madrugada”.

Con su sueldo de 2,000 pesos semanales pudo rentar un cuarto por 3,500 mensuales; para ayudarse dio albergue a otro compatriota y en conjunto pagan la renta. Si tiene cocina, cama y algunos enseres básicos fue porque otro venezolano —que ocupó ese cuarto antes que ella— le dejó sus pertenencias para emprender camino a Estados Unidos luego de que recibió la cita que le dio el CBP One.

Mientras eso ocurría, Yohalis llegaba a Chiapas en el sur de México. En su trayecto envió un mensaje por celular a la hermana de Candra, quien ya se encuentra en Estados Unidos. “Entonces mi hermana me escribió y yo le dije dale a Yhoalis mi número; ella me escribe y me pregunta cómo le hice para llegar. La fui guiando hasta que llegó aquí”.

Cuando se reencontraron las amigas migrantes describen alegría. “Me dije ya no estoy tan sola”, asegura Yohalis. “La primera noche se quedaron conmigo en la casa”, recuerda Candra. “Sentí alegría porque yo sabía que veníamos de la misma situación, ¿me entiende? Me gustó haberla recibido, estar con ella; conversar de todo lo que pasamos en el camino”.

LAS AMIGAS MIGRANTES SON VECINAS Y SE APOYAN MUTUAMENTE

Ahora Yohalis vive a unas calles de su amiga, quien la ayudó a conseguir un cuarto por 3,000 pesos mensuales y recomendó a su pareja para trabajar en una carnicería cercana; trabaja de madrugada deshuesando puercos y reses por 450 pesos diarios.

“Ahora estamos juntas y me da alegría ver que ya está estable, que su esposo está trabajando y que con eso se ayuda; aunque no es mucho, con eso resuelve algo. Se siente menos soledad porque cuenta conmigo y yo con ella. Yo la llamo y ella está para mí y yo para ella”, expresa Candra con un gesto de tranquilidad.

Incluso, recuerdan con emoción cuando acudieron a la Basílica de Guadalupe para agradecer a la Virgen haber llegado con bien hasta este punto de su travesía.

Pero no son las únicas venezolanas que se incorporan a la vida local y a las actividades cotidianas de la zona oriente mientras esperan noticias de su solicitud de asilo. Cerca de allí vive otra familia numerosa de venezolanos “y todos trabajan de madrugada”, relata Candra.

Durante su espera, las amigas migrantes confían en su suerte en los próximos cuatro meses, antes de que sucedan las elecciones presidenciales entre quienes, hasta este momento, los principales candidatos son el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden. N

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