Las ambiciones territoriales de Trump sacuden a un mundo cansado

El presidente electo Donald Trump durante una rueda de prensa en su club Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida, el martes. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente electo Donald Trump durante una rueda de prensa en su club Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida, el martes. (Doug Mills/The New York Times)

La lejana era de la política mundial en la que las naciones luchaban por hacerse con territorios, parece ahora menos distante.

Cuando Donald Trump consiguió volver a la Casa Blanca, muchos países pensaron que sabían qué esperar y cómo prepararse para lo que se avecinaba.

Los diplomáticos de las capitales del mundo dijeron que se centrarían más en lo que hiciera su gobierno que en lo que dijera Trump. Los países más grandes elaboraron planes para suavizar o contrarrestar su amenaza de aranceles punitivos. Los países más pequeños esperaban poder simplemente esconderse de cuatro años más de la fuerza del vendaval del “Estados Unidos primero”.

Pero al mundo le está resultando cada vez más difícil mantener la calma y seguir adelante.

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En una conferencia de prensa el martes en Mar-a-Lago, Trump no descartó el uso de la fuerza militar en una posible apropiación de Groenlandia y del canal de Panamá. Prometió rebautizar el golfo de México como “golfo de América”, refiriéndose a Estados Unidos. También dijo que podría utilizar la “fuerza económica” para convertir a Canadá en el estado 51 como una cuestión de seguridad nacional estadounidense.

Para aquellos ansiosos por separar la sustancia de la fanfarronería, parecía otro despliegue de bravuconería dispersa: Trump II, la secuela, más desenfrenada. Incluso antes de asumir el cargo, Trump, con su sorprendente lista de deseos, ha suscitado comentarios como “aquí vamos de nuevo” en todo el mundo.

Trump ha hablado en repetidas ocasiones de su deseo de apoderarse de Groenlandia. (Carsten Snejbjerg/The New York Times)
Trump ha hablado en repetidas ocasiones de su deseo de apoderarse de Groenlandia. (Carsten Snejbjerg/The New York Times)

Sin embargo, más allá de la cháchara, hay serios intereses en juego. A medida que el mundo se prepara para el regreso de Trump, los paralelismos entre sus preocupaciones y la lejana era del imperialismo estadounidense de finales del siglo XIX adquieren mayor relevancia.

Trump ya ha defendido esa época por su proteccionismo, afirmando que Estados Unidos en la década de 1890 “era probablemente el país más rico de la historia porque era un sistema de aranceles”. Ahora, parece estar añadiendo el énfasis del siglo XIX y principios del XX en el control territorial.

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Lo que ambas épocas comparten es el miedo a una geopolítica inestable, y la amenaza de quedarse fuera de un territorio de gran importancia económica y militar. Como dijo Daniel Immerwahr, historiador estadounidense de la Universidad Northwestern: “Estamos viendo un regreso a un mundo más acaparador”.

Para Trump, China está al acecho, dispuesta, en su opinión, a arrebatarle territorios más allá de sus fronteras. Ha acusado falsamente a Pekín de controlar el canal de Panamá, construido por Estados Unidos. También está el espectro, más arraigado en la realidad, de que China y su aliado Rusia se apresuren a asegurarse el control de las rutas marítimas del Ártico y de los minerales preciosos.

Al mismo tiempo, la competencia aumenta en todas partes, a medida que algunas naciones (India, Arabia Saudita) ascienden y otras (Venezuela, Siria) caen en picada y luchan, creando aperturas para la influencia exterior.

En las décadas de 1880 y 1890, también hubo una lucha por el control y no hubo una sola nación dominante. A medida que los países se volvieron más poderosos, se esperaba que crecieran físicamente, y las rivalidades rediseñaban los mapas y causaban conflictos desde Asia hasta el Caribe.

Estados Unidos reflejó los diseños coloniales de Europa cuando se anexionó Guam y Puerto Rico en 1898. Pero en países más grandes, como Filipinas, Estados Unidos optó por el control indirecto negociando acuerdos para promover un trato preferente para las empresas estadounidenses y sus intereses militares.

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Algunos creen que la fijación de Trump con Groenlandia, el canal de Panamá e incluso Canadá es el resurgimiento impulsado por un solo hombre del debate sobre las actividades expansionistas.

“Esto forma parte de un patrón de Estados Unidos que ejerce el control, o lo intenta, sobre zonas del mundo percibidas como de interés estadounidense, sin tener que invocar las temidas palabras ‘imperio’, ‘colonias’ o ‘imperialismo’, al tiempo que obtiene beneficios materiales”, dijo Ian Tyrrell, historiador del imperio estadounidense en la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sídney, Australia.

Las amenazas de Trump de tomar el control territorial pueden ser simplemente un punto de partida transaccional o una especie de deseo personal. Estados Unidos ya tiene un acuerdo con Dinamarca que le permite tener una base de operaciones en Groenlandia.

Su sugerencia de americanización allí y en otros lugares equivale a lo que muchos diplomáticos y académicos extranjeros consideran una escalada más que una ruptura con el pasado. Durante años, Estados Unidos ha intentado frenar las ambiciones chinas con una estrategia conocida.

Filipinas vuelve a ser el centro de atención, con nuevos acuerdos sobre bases que el ejército estadounidense podría utilizar en una posible guerra con Pekín. También lo son las rutas marítimas más importantes para el comercio, tanto en Asia como en torno al Ártico, a medida que el cambio climático derrite el hielo y facilita la navegación.

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“Lo que Estados Unidos siempre quiso fue acceso a los mercados, líneas de comunicación y capacidad para proyecciones avanzadas de poder material”, dijo Tyrrell.

Pero para algunas regiones en particular, el pasado como prólogo inspira temor.

Panamá y sus vecinos tienden a ver los comentarios de Trump como una mezcla tanto de la década de 1890 como de la de 1980, cuando la Guerra Fría llevó a Washington a inmiscuirse en muchos países latinoamericanos con el pretexto de luchar contra el comunismo. La Doctrina Monroe, otra creación del siglo XIX que hizo que Estados Unidos tratara al hemisferio occidental como su esfera exclusiva de influencia, ha vuelto a cobrar relevancia junto con los aranceles y los acuerdos territoriales.

Carlos Puig, un popular columnista de Ciudad de México, dijo que América Latina estaba más preocupada por el regreso de Trump que cualquier otra parte del mundo.

“Este es Trump, con mayorías en ambas cámaras, después de cuatro años quejándose, un tipo que solo se preocupa por sí mismo y por ganar a cualquier costo”, dijo Puig. “No es fácil para un tipo así no demostrar que intenta cumplir sus promesas, por muy descabelladas que sean. No estoy tan seguro de que todo sean bravuconadas y provocaciones casi cómicas”.

Pero, ¿cuánto puede realmente lograr o dañar Trump?

Su conferencia de prensa en Florida mezcló amenazas vagas (“Puede que tengas que hacer algo”) con promesas mesiánicas (“Hablo de proteger el mundo libre”).

Fue más que suficiente para despertar a otras naciones, atrayendo la atención y la resistencia incluso antes de que haya tomado posesión de su cargo.

El ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Noël Barrot, advirtió el miércoles contra la amenaza a las “fronteras soberanas” de la Unión Europea, en referencia al territorio danés de Groenlandia. Añadió que “hemos entrado en una era en la que está volviendo la ley del más fuerte”.

Lo que puede ser más difícil de ver desde Mar-a-Lago, pero se discute mucho en las capitales extranjeras es que muchos países están sencillamente cansados del Estados Unidos que Trump quiere hacer grande de nuevo.

Aunque Estados Unidos sigue siendo una fuerza dominante, tiene menos influencia que en las década de 1980 o 1890, no solo por el ascenso de China, sino por lo que muchas naciones consideran la propia deriva de Estados Unidos hacia la disfunción y el endeudamiento, unida al auge del desarrollo de otros países.

El sistema internacional que Estados Unidos ayudó a establecer tras la Segunda Guerra Mundial daba prioridad al comercio con la esperanza de disuadir la conquista, y funcionó lo suficientemente bien como para construir caminos hacia la prosperidad que hicieron menos potente el unilateralismo estadounidense.

Como explicó Sarang Shidore, director del programa sur global del Quincy Institute for Responsible Statecraft en Washington, muchas naciones en desarrollo “son más astutas, más firmes y más capaces, incluso cuando Estados Unidos se ha vuelto menos predecible y estable”.

En otras palabras, hoy el mundo está agitado. El equilibrio de posguerra se está viendo sacudido por las guerras en Europa y el Medio Oriente; por la asociación autocrática de China, Rusia y Corea del Norte; por un Irán debilitado que busca armas nucleares; y por el cambio climático y la inteligencia artificial.

El final del siglo XIX también fue turbulento. El error que Trump podría estar cometiendo ahora, según los historiadores, es pensar que el mundo puede calmarse y simplificarse con más bienes raíces estadounidenses.

La época proteccionista e imperialista que Trump parece idealizar estalló cuando Alemania e Italia intentaron hacerse con una mayor parte del mundo. El resultado fueron dos guerras mundiales.

“Ya vimos cómo acabó eso con el armamento del siglo XX”, dijo Immerwahr, autor de Cómo ocultar un imperio: historia de las colonias de Estados Unidos. “Es potencialmente mucho más peligroso en el siglo XXI”.

Damien Cave dirige la nueva oficina del Times en Ho Chi Minh, Vietnam, y cubre los cambios de poder en Asia y el resto del mundo. Más sobre Damien Cave.

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