Alain Delon: la insolente belleza del diablo
¿Qué tienen en común cineastas tan distintos como René Clément, Luchino Visconti y Jean-Pierre Melville?
Que los tres escogieron como protagonista de la película cumbre de sus filmografías al mismo actor: Alain Delon. Ni A pleno sol ni Rocco y sus hermanos ni El samurai hubieran sido la obra maestra que son, sin haber tenido en el rol principal al fascinante Alain Delon. Con su cautivante presencia, l’enfant terrible del cine francés, llenaba, resumía y lo cambiaba todo.
Alejado de las cámaras a partir de los años 90 por diversas enfermedades, su última aparición pública fue en mayo de 2019, cuando caminó por la alfombra roja de Cannes para recibir una Palma de Oro honorífica que no estuvo exenta de polémica por parte de grupos feministas. «Es un poco un homenaje póstumo, pero en vida», dijo entre lágrimas al aceptar el galardón con emotivas palabras. En ese momento, mostró lo abrumado que se sentía: «Quiero morir, para mí, la vida ha terminado».
Después del debilitamiento de su salud, consideró mudarse a Suiza para someterse a la eutanasia que no está legalmente autorizada en Francia. Sin que su deseo se cumpliera, se apartó de todo para esperar que le llegara la muerte en su mansión de Douchy, a 120 kilómetros al sureste de París. A las tres de la mañana del domingo 18 de agosto de 2024, rodeado de sus tres hijos, Anthony, Anouchka y Alain-Fabien, el hombre que deslumbró a medio universo en personajes de gángster, inescrupuloso estafador, boxeador, hijo amantísimo, vengador espadachín y asesino a sueldo, murió a los ochenta y ocho años.
Nacido el 8 de noviembre de 1935 en Sceaux, un suburbio parisino, en el seno de un inestable matrimonio de clase media baja que, al divorciarse, lo entregó a los cuatro años a una familia de acogida, Alain Fabien Maurice Marcel Delon tuvo una infancia y una adolescencia sin amor, tumultuosa y triste. Su madre lo internó durante una temporada en un orfanato, fue expulsado de escuelas, pensiones y de internados por su indisciplina. Casada por segunda vez con un próspero carnicero, su madre lo llevó de nuevo a la casa, le hizo un lugar y lo puso a trabajar en la charcutería de su padrastro, pero a los catorce años, harto de lidiar con butifarras, chorizos y longanizas, huyó con el plan de irse de polizón en un barco a Chicago. Solo llegó a Burdeos, donde lo detuvieron por ser menor de edad.
A los diecisiete años, cansado de enfrentarse a la familia, de sentirse sin hogar, ingresó como voluntario en la Marina de Guerra, donde su camino no fue menos angustioso. Arrestado por robo, lo sometieron a consejo de guerra y sus superiores le dieron la posibilidad de evitar la prisión si se enrolaba como paracaidista en la Guerra de Indochina. Participó en la sangrienta batalla de Dien Bien Phu, en la que los vietnamitas derrotaron estruendosamente a los franceses y donde la explosión de un mortero le dejó en el mentón una cicatriz que se convertiría en una de sus características.
Tras el regreso a Francia, cayó literalmente en París en 1956 con veintiún años recién cumplidos sin saber qué hacer ni adónde ir. Fue camarero, botones de hotel, taxista, estibador en los muelles y hasta gigoló. En la guerra había visto la maldad, el horror y la sangre de cerca, volvió endurecido y no le fue difícil moverse y vincularse con los bajos fondos. Ya al borde de la delincuencia, el azar lo llevó a frecuentar el barrio de Saint-Germain-des-Prés, donde su viril elegancia, su mirada entre intensa, descarada y taciturna y su «cara de ángel» no pasaron inadvertidos en las calles, bares y clubs.
Allí conoció a muchas mujeres y, de una forma u otra, fue madurando. Con una de ellas, Brigitte Auber, que venía de rodar con Alfred Hitchcock To Catch a Thief en la Costa Azul, tuvo un affaire que le cambiaría la vida cuando le propuso que la acompañara al Festival de Cannes. Con unos penetrantes ojos azul cobalto que resultaba imposible no mirar, una gracia y una insolente apostura que nadie podía pasar por alto, Delon fue descubierto en el certamen por varios productores de Hollywood que quedaron impresionados y le ofrecieron un contrato para que aprendiera inglés, estudiara actuación y viajara a Estados Unidos. Pero de vuelta en París lo convencieron para que se quedara y, de forma accidental, arrancó su carrera. En una ocasión, recordó que le dijeron: «Habla, camina y mira como lo haces naturalmente. No quiero que actúes». Y eso fue lo que hizo: ser él mismo.
Otra actriz, Michèle Cordoue, esposa del realizador Yves Allégret, de la que se había hecho amante, jugaría un papel decisivo cuando le pidió a su marido que le diera al garboso jovencito una pequeña parte en Quand la femme s’en mêle, con consagrados como Edwige Feuillère y Jean Servais. Luego, llegaron otros filmes menores como Sé bonita y cállate, Cristina, Débiles mujeres y Amores clandestinos. Estaba apenas calentando los motores para lo que vendría.
Delon tenía todas las papeletas para conquistar al planeta, y el trampolín se lo ofreció en 1959 Plein soleil, un thriller que reveló la mezcla de ambigüedad, ferocidad y misteriosa personalidad, que definiría su imagen a lo largo de su trayectoria. La trama, la música y la fotografía de la película, junto a su actuación y los primeros planos del camarógrafo Henri Decäe sacaron a flote el magnetismo felino que tenía, lo catapultaron a la fama y le dieron una estatura internacional que desde ese momento, no perdió nunca.
En medio de la censura, la persecución, la frustración, la miseria y el bombardeo de los espeluznantes bodrios que fabricaba el realismo socialista y luego mandaba a Cuba, la mitad de los cubanos queríamos ser como él.
Andar en mocasines blancos sin medias, con un pitusa color arena, una camisa azul clarito o rosada de manga larga remangada y el pelo caído en la frente. Con su impetuosidad, atractivo y rebeldía, Delon se convirtió en el epítome de la hermosura masculina, en un sex symbol y en el cataclismo de todas las mujeres. Los hombres no querían llevar al cine a las novias a ver películas suyas, porque ante su encanto, se quedaban arrobadas. La frase «Es un Alain Delon» para describir a un tipo lindo, se puso de moda. A partir de esta cinta y de Rocco y sus hermanos al año siguiente, el mundo lo recibió con los brazos abiertos, la vida se le convirtió en un frenesí y en poco tiempo se transformó en un nombre conocido internacionalmente.
Impenitente seductor, los romances fugaces o largos de Delon con actrices de todas las nacionalidades (la austríaca, Romy Schneider, su primer amor, luego la americana Ann-Marget, la alemana Senta Berger, la inglesa Marianne Faithful, la cantante italiana Dalida y la también alemana, Nico, cuyo hijo se lo atribuyó) llenaban los cintillos de revistas y periódicos, y en 1964 sorprendió casándose con una desconocida, Francine Canovas, que artísticamente se llamaría Nathalie Delon. Más tarde, vivió quince años con la actriz francesa Mireille Darc, y tuvo un breve idilio con la también actriz Anne Parillaud. Ya, pasados los cincuenta años, con la modelo holandesa, Rosalie van Breemen, tuvo dos hijos, Anouchka y Alain-Fabien.
Delon no solo fue un extraordinario actor, sino también un ídolo de multitudes y un fenómeno cultural. Su carisma, estilo y versatilidad lo hicieron un favorito de todos los públicos hasta convertirse en leyenda. Adorado por igual en países absolutamente diferentes como Rusia, Italia, Argentina, Japón y México durante cinco décadas y casi cien largometrajes, filmó algunas películas puramente comerciales, pero bajo directores de peso interpretó roles de veras memorables. Su legión de admiradores lo recordarán sobre todo por los tres clásicos magistrales en los que actuó, pero también por El gatopardo, Le cercle rouge, La piscina, El eclipse, Mélodie en sous-sol, Borsalino, Mr. Klein y un largo etcétera.
Sobrevivió a muchas de las figuras con las que trabajó y a otras más de medio mundo como Gérard Philipe, Édith Piaf, Marcello Mastroianni, Jean Gabin, Virna Lisi, Bourvil, Lino Ventura, Simone Signoret, Yves Montand, Annie Girardot, Maurice Ronet, Jean-Louis Trintignant, Monica Vitti, Ana Karina, Vittorio Gassman, Jean-Pierre Cassel, Mylène Demongeot, Louis de Funès, Jean Rochefort, Ugo Tognazzi, Gina Lollobrigida, Renato Salvatori, Jean Marais, Marie Laforêt, Jean-Claude Brialy, Michel Piccoli y, por si fuera poco, a su gran amigo y único rival, el gran Jean-Paul Belmondo.
La muerte de Alain Delon marca el fin de una era al tiempo que deja un imperecedero legado en la pantalla. Con su partida, desaparece una de las estrellas más importantes de la cinematografía mundial y —junto a Brigitte Bardot— el monstruo sagrado más grande del cine francés de todas las épocas. Más de una vez, dijo que odiaba la época en que vivimos, que estaba hastiado del mundo y que quería acabar de irse y descansar en paz.
Adiós a Tom Ripley, a Rocco Parondi, a Jeff Costello, al Zorro y al Tulipán Negro. Adiós al hombre considerado el más bello de toda la historia del cine, al muchacho de sonrisa tierna y cínica cuyas facciones cinceladas, esbeltez y testosterona provocaron suspiros en espectadores de todas las razas, sexos y generaciones.
Cuando en 1969, en Cuba estrenaron El samurai, en la oscuridad del cine Alameda, copié como pude el exergo apócrifo del Libro del Bushido con que empieza y que sugiere la filosofía, el ritmo y la atmósfera de la historia. Era una cita tan sabiamente desamparada que me la aprendí de memoria: No hay soledad más profunda que la del samurai, salvo la de un tigre en la selva… Quizás.
El grand fauve del cine francés se lleva con él esa profunda soledad a la inmortalidad.
Adieu, Alain Delon.