El aislamiento y la deriva estalinista de Putin preocupan a Occidente

Vladimir Putin
El presidente Vladimir Putin, en un ejercicio militar en territorio ruso

PARÍS.– Desde el mismo momento en que anunció la invasión de Ucrania, en febrero pasado, Vladimir Putin advirtió que el conflicto bien podría terminar en un ataque nuclear. El presidente ruso repitió esa amenaza una y otra vez desde entonces, hasta que, en las últimas semanas –llevado por lo que parece ser el derrumbe total de sus fuerzas militares en el terreno– prácticamente desapareció de la escena pública.

Lejos de ser una buena noticia, esa actitud preocupa a responsables políticos y militares occidentales. Temen que, cada vez más aislado y paranoico, convertido casi en el sosia de Joseph Stalin, decida ejecutar ese ultimátum ante la pérdida eventual de la península de Crimea.

El presidente ruso, Vladimir Putin, recorre un museo interactivo al aire libre para conmemorar el 81º aniversario del desfile militar del 7 de noviembre de 1941, en la Plaza Roja de Moscú el 8 de noviembre de 2022.
El presidente ruso, Vladimir Putin, recorre un museo interactivo al aire libre para conmemorar el 81º aniversario del desfile militar del 7 de noviembre de 1941, en la Plaza Roja de Moscú el 8 de noviembre de 2022. - Créditos: @SERGEI BOBYLYOV

“Aquel que intente interferir con nosotros debería saber que la respuesta rusa será inmediata y provocará tales consecuencias que nadie nunca imaginó en la historia”, advirtió Putin inmediatamente después de la invasión de Ucrania. La última vez fue el 21 de septiembre, cuando afirmó que el Kremlin estaba preparado para usar “todos los sistemas de armas disponibles para proteger su integridad territorial, su independencia y su libertad”, aun cuando los miembros de la OTAN, decididos a evitar una escalada, jamás amenazaron esa integridad.

Pero no es seguro que el autócrata del Kremlin sea capaz de leer la realidad de la misma forma. Sumergido en una realidad paralela, donde el único objetivo de Occidente sería la destrucción de Rusia, con el tiempo, Putin no solo consiguió imponer a sus conciudadanos el mismo despiadado sistema practicado por Stalin, sino que él mismo se parece cada vez más al feroz dictador en los últimos años de su vida: intolerancia total a las opiniones divergentes, sospecha permanente de sus más estrechos colaboradores, brutalidad ostentatoria y desacomplejada, ideas absurdas y mesiánicas.

Como Stalin en aquel periodo, Putin también ha pasado más de 20 años en el poder, y durante su actual presidencia, que comenzó en 2018, demostró las mismas actitudes que su antecesor. Durante estos años, enmendó la Constitución para permanecer en el poder hasta los 84 años, ordenó el envenenamiento y la cárcel eterna para sus adversarios políticos, comenzó una guerra de consecuencias devastadoras para el mundo y para su país, y mandó a asesinar a todos aquellos que, en su círculo íntimo, osaron poner en tela de juicio sus decisiones.

Hoy, en 2022, Rusia se ha convertido en una autocracia personal. Sumergido en una anacrónica ideología imperialista y ultranacionalista, con su brutal represión de la sociedad civil y toda forma de disenso y su imposición de incorporar a la guerra a casi todo el país, Putin se transformó en el perfecto ejemplo del totalitarismo estaliniano, desde el culto de la personalidad al culto de la muerte heroica.

Vladimir Putin, en Moscú. (Ramil SITDIKOV / Sputnik / AFP)
Vladimir Putin, en Moscú. (Ramil SITDIKOV / Sputnik / AFP) - Créditos: @RAMIL SITDIKOV

Y ahí reside el problema. En ese sistema estalinista donde el líder es incapaz de cometer errores, es difícil imaginar que, convencido de que entraría en Kiev en solo tres días y después de haber declarado con bombos y platillos en Moscú la anexión de cuatro provincias del este de Ucrania, Putin esté dispuesto a aceptar alguna vez que se lanzó en una absurda aventura que lo está llevando a la derrota.

Fue incapaz de mirar la realidad. Que tenía un Ejército inepto para combatir en una guerra moderna, con armas convencionales obsoletas, con una población que –como sucedió en Afganistán– no aceptaría la muerte gratuita de sus hijos, entre otras cosas”, analiza Gérard Araud, exembajador francés ante Naciones Unidas.

La anexión de las provincias del este de Ucrania parece destinada a quedar en los libros como la mayor derrota militar del Kremlin en esta aventura, como lo prueba el avance vertiginoso de las tropas ucranianas, que un mes después lograron recuperar Kherson, la única gran capital regional controlada por los rusos, y sus alrededores.

“Y si esto sigue así, para Navidad los ucranianos estarán en Moscú”, ironiza el coronel Pierre Servent, gran especialista de conflictos armados. “No podría ser de otra manera, si se tiene en cuenta el estado en que llegan las tropas al frente. Sin ropa adecuada para el invierno, sin comida, con armamento que data de la Segunda Guerra Mundial… Sin hablar de la calidad del resto del material militar. Estamos realmente ante lo que parecería ser una desbandada”, señala.

Silencio

Sin embargo, Putin no ha hecho hasta ahora ni siquiera alusión a la retirada de Kherson durante la primera semana de noviembre. Y ese silencio preocupa seriamente a los responsables políticos occidentales, muchos de ellos convencidos de que el jefe del Kremlin podría soportar todo, menos perder la península de Crimea.

“Para Putin, contrariamente a todo lo demás, Crimea no es negociable. El problema es que, ante el avance de sus tropas, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky está decidido a recuperar ‘todo’ el territorio anexado, incluyendo Crimea”, analiza el general de la fuerza aérea, Jean-Paul Palomeros, jefe de estado mayor francés de 2009 a 2012.

El primer ministro británico, Rishi Sunak, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky
El primer ministro británico, Rishi Sunak, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky

Convencidos de que Putin nunca aceptará entregar esa península, los responsables occidentales multiplicaron en las últimas semanas las advertencias al Kremlin contra una eventual utilización del arma nuclear. Prueba de ello, el inusual comunicado final emitido por el G-20 desde Bali esta semana. Tradicionalmente consagrado a cuestiones económicas, en su cuarto párrafo, el texto anota: “El empleo de armas nucleares o la amenaza de su empleo son inaceptables”, una declaración adoptada a la unanimidad por todos los asistentes, incluyendo a China y Turquía, ambos públicamente aliados de Moscú, y que consagra el aislamiento internacional de Putin, ausente de la cumbre.

Temiendo una escalada, los responsables estadounidenses también multiplicaron en las últimas semanas los contactos con sus pares rusos. Dos días antes de la cumbre, el director de la CIA, William J. Burns, se reunión personalmente en Turquía con su homólogo ruso, Serguei Naryshkin. Poco antes, fue por teléfono que hablaron dos veces Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, y Nikolai Patruchev. En octubre, lo hicieron dos veces los ministros de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, y ruso, Serguei Shoigu. Además, son numerosos los contactos telefónicos entre el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, y el canciller ruso, Serguei Lavrov.

“En todos los casos, las discusiones se concentran en la forma de evitar todo riesgo de confrontación nuclear y una escalada”, analiza el abogado Jean-Claude Beaujour, presidente del Foro Transatlántico. Pero, a su juicio, para Estados Unidos, en las actuales circunstancias, “el objetivo principal es mantener la mayor cantidad de canales de comunicación abiertos”.