Los aerogeneradores podrían coexistir pacíficamente con murciélagos y aves

Unas dos veces al mes, muchos de los parques eólicos de Australia reciben la importante visita de perros y sus adiestradores. Los perros son profesionales y saben exactamente para qué están allí. Recorren con avidez los transectos bajo las turbinas eólicas, olfateando hasta captar un olor y luego tumbándose, sentándose o congelándose una vez localizados sus objetivos: los cadáveres de murciélagos y aves que han muerto por colisiones contra las turbinas.

Desde hace casi dos décadas, la empresa de la ecologista Emma Bennett, Elmoby Ecology, utiliza caninos para contar las víctimas de las turbinas eólicas en el sur de Australia. Las cifras son preocupantes. Cada turbina produce entre cuatro y seis cadáveres de aves al año, que forman parte de un número total de víctimas mortales de las turbinas eólicas que probablemente supere las 10.000 al año en toda Australia (sin contar los cadáveres que se llevan los carroñeros). En Norteamérica, estas muertes se cuentan por cientos de miles. Mucho peor es el número de murciélagos muertos: los perros encuentran entre seis y 20 por turbina al año; se cree que en Australia mueren decenas de miles cada año. En Norteamérica, la cifra se acerca al millón.

De hecho, algunos expertos predicen que las colisiones con turbinas podrían llevar a la extinción a ciertas especies de murciélagos. “Es la principal amenaza para nuestros pequeños micromurciélagos”, afirma Bennett.

Cifras como estas han provocado conflictos en los círculos ecologistas, enfrentando a quienes abogan por una rápida expansión de las energías renovables —necesaria para combatir el cambio climático— con quienes se oponen a las turbinas por su impacto en la fauna; algunos grupos de conservación de aves han obstruido con frecuencia proyectos de energía eólica.

Pero los expertos subrayan que la muerte de animales por aerogeneradores no es inevitable. En las últimas décadas, los científicos han estado investigando cómo y por qué se producen las colisiones, mediante estudios en profundidad de la ecología de aves y murciélagos y de cómo estas criaturas perciben los obstáculos en su camino.

Con ello, los científicos han descubierto una serie de métodos para evitar que los animales choquen contra los aerogeneradores, desde soluciones sencillas como limitar la actividad de las turbinas hasta perfeccionar su diseño. Si se aplican de forma generalizada, estas soluciones podrían permitir que los aerogeneradores coexistieran pacíficamente con la fauna aérea.

Atracción fatal

Para Bennett, conseguir que los parques eólicos adopten métodos para evitar las colisiones con murciélagos es una prioridad desde hace tiempo. Estos bichos voladores, que representan una quinta parte de todas las especies de mamíferos, desempeñan un papel vital en la alimentación de insectos plaga, la dispersión de semillas y la polinización de las plantas. Su lenta tasa de reproducción (suelen tener solo una cría al año) los hace especialmente vulnerables a la disminución de su población.

Y por razones que nadie comprende del todo, los murciélagos se sienten atraídos por las torres de las turbinas, quizá porque las ven como posibles dormideros, lugares donde encontrar presas insectívoras, marcadores de olor o puntos donde congregarse. “A diferencia de las aves, los murciélagos investigan los aerogeneradores y pasan más tiempo cerca de ellos, lo que aumenta su riesgo de mortalidad”, afirma Sara Weaver, ecologista de Bowman Consulting, una empresa de servicios de ingeniería con sede en Virginia que, entre otras cosas, asesora a las empresas energéticas sobre cómo reducir su impacto ambiental. Esta atracción hace que, incluso cuando las turbinas se instalan intencionalmente en lugares con escasa o nula actividad de murciélagos, los animales acaben volando hasta allí y muriendo.


Por razones que los científicos no acaban de comprender, los murciélagos se sienten atraídos por los aerogeneradores, como se muestra en este vídeo infrarrojo. Esta atracción es la razón por la que las cifras de muertes de murciélagos debidas a turbinas eólicas son mucho mayores que las de aves.

CRÉDITO: BAT CONSERVATION INTERNATIONAL

Muchos expertos coinciden en que la solución más eficaz es limitar las horas de actividad de las turbinas. Los ecologistas han observado que las especies de murciélagos más pequeñas tienen más probabilidades de ser alcanzadas por las aspas cuando la velocidad del viento es relativamente baja, entre 2 y 5 metros por segundo (entre 4,5 y 11 millas por hora). Estos pequeños murciélagos, que pesan menos que una barrita de chocolate, no pueden volar si el viento sopla más fuerte. Por eso, por la noche, cuando los murciélagos están fuera de casa, puede ser útil poner los aerogeneradores en funcionamiento solo cuando se alcancen velocidades de viento más altas —lo que se denomina restricciones técnicas o “curtailments”—. Por ejemplo, un estudio de dos años en un parque eólico de Pensilvania descubrió que aumentar la velocidad del viento a la que las turbinas empiezan a girar de 3,5 metros por segundo a 5 ó 6,5 metros por segundo reducía la mortalidad de los murciélagos entre un 44 % y un 93 %.

Como la mayor parte de la energía eólica se genera a altas velocidades, el impacto de la restricción en la producción de energía es mínimo, afirma Bennett. Cuando probó una reducción muy modesta —aumentar la velocidad de entrada de 3 a 4,5 metros por segundo— ella y sus colegas observaron que la mortalidad de los murciélagos disminuía en un 54 %, mientras que el parque eólico australiano en cuestión perdía menos del 0,1 % de sus ingresos. “Cualquier pequeño aumento de la velocidad de entrada tiene un efecto enorme en la supervivencia de los murciélagos”, afirma Bennett.

Sin embargo, según Weaver, una preocupación común en torno a la restricción es que podría hacer que los parques eólicos fueran mucho menos viables en sitios con velocidades del viento más bajas. En tales situaciones —y en los casos en que la restricción no sea suficientemente eficaz— puede ser útil otra estrategia: disuadir a los murciélagos con ruidos desorientadores de tipo ultrasónico, audibles para los murciélagos, pero no para los humanos.

El planteamiento se basa en parte en estudios sobre las polillas Arctiidae —una de las meriendas favoritas de los murciélagos— que emiten chasquidos ultrasónicos que los desorientan. En un estudio publicado en 2020, Weaver y sus colegas probaron un elemento disuasorio ultrasónico en un parque eólico del sur de Texas, donde observaron una reducción del 54 % en las muertes de murciélagos de cola libre brasileños y del 78 % en las de murciélagos cenicientos, dos especies muy afectadas en ese lugar. Cuando la empresa de energía eólica vio los resultados, “reequipó los 255 aerogeneradores de su parque con disuasores acústicos ultrasónicos”, afirma Weaver.

En el caso de otras especies, Weaver no observó beneficios o no disponía de datos suficientes para evaluarlos; se necesita mucha más investigación para que los disuasores ultrasónicos sean más eficaces, afirma. “No es necesariamente la estrategia adecuada para todas las especies en todos los lugares”.

Ayudas visuales para aves

También aumentan los esfuerzos para evitar las colisiones de aves en los parques eólicos. La mortalidad de las aves en las turbinas es mucho menor que las que se dan por los gatos domésticos o las colisiones con edificios, vehículos y tendidos eléctricos. Pero en una época en la que muchas poblaciones de aves están disminuyendo, hay que enfrentar cualquier causa de mortalidad, afirma Tom Will, ornitólogo conservacionista jubilado del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos.

Y algunas aves se ven más afectadas que otras, añade, como las rapaces de reproducción lenta, que cazan en las mismas zonas abiertas y ventosas que son populares para el desarrollo de parques eólicos. Para algunas rapaces como el águila real, cuyas poblaciones apenas se estabilizan o disminuyen, dice Will, “cualquier mortalidad es significativa”.

Will añade que puede ser útil evitar ubicar los parques eólicos en zonas de alto riesgo, como las crestas, donde se concentran muchas especies de aves durante la migración y donde las rapaces aprovechan los vientos ascendentes. Pero cuando la actividad de las aves no puede evitarse por completo, puede haber una solución relativamente sencilla: pintar las palas de las turbinas.

Esta idea se remonta a los experimentos iniciados a finales del siglo XX por el científico especializado en la visión de las aves William Hodos, de la Universidad de Maryland. Descubrió que a medida que los cernícalos americanos se acercan a las aspas giratorias, el giro se vuelve demasiado rápido para que sus ojos lo capten, produciendo un desenfoque invisible. Pero Hodos descubrió que pintar una sola pala de negro puede hacer que las turbinas sean más visibles para las aves. Y, efectivamente, cuando los científicos probaron recientemente este método en Noruega, descubrieron que las palas negras reducían las tasas de mortalidad en un 70 % en 19 especies de aves.

El enfoque necesita más pruebas, señala Shilo Felton, que lidera el programa de investigación sobre el viento y la fauna salvaje del Renewable Energy Wildlife Institute. La organización sin ánimo de lucro está probando las palas pintadas en un gran parque eólico de Wyoming para ver si ayudan a evitar colisiones con águilas. Alex Banks, ornitólogo que trabaja en la conservación de las aves en el organismo guardián de la conservación del Reino Unido, Natural England, señala que es posible que haya que modificar la estrategia para los aerogeneradores marinos, que se están extendiendo en el Reino Unido y Europa. Por ejemplo, muchas aves que se alimentan en el mar, como la gaviota tridáctila y la gaviota sombría, tienen pocas probabilidades de ver o evitar los aerogeneradores.

“Supongo que su evolución no las ha preparado necesariamente para esperar obstáculos en su espacio de alimentación”, afirma Banks. Estas especies podrían verse beneficiadas si se pintan las torres de las turbinas y las aspas con motivos visibles, agrega.

También se están desarrollando otras soluciones. Banks participa en un proyecto para medir la altitud de vuelo de varias especies de aves marinas con herramientas láser y GPS. El objetivo es poder darle información a los desarrolladores de turbinas marinas para que puedan elegir alturas de turbinas que reducen las colisiones con aves que vuelan bajo sobre el mar. Y en algunos parques eólicos marinos de los Países Bajos, los científicos están utilizando un modelo para predecir con antelación el paso de especies de aves migratorias, de modo que las turbinas puedan apagarse durante su paso.

Mientras tanto, en tierra firme, el Renewable Energy Wildlife Institute está probando un sistema que utiliza cámaras de vídeo para detectar la llegada de águilas y otras especies, y luego emite señales acústicas para disuadirlas; el mismo sistema puede utilizarse para apagar las turbinas. En algunos parques eólicos con los que colabora el instituto, los humanos salen a vigilar en busca de águilas. Si ven una, las turbinas que supongan un riesgo para el ave se ralentizarán o detendrán.

Una cuestión reglamentaria

Algunas empresas eólicas han colaborado voluntariamente con científicos para encontrar y probar nuevas soluciones, o han adoptado voluntariamente medidas de mitigación ya existentes, afirma Weaver. Pero urge que más empresas eólicas tomen medidas; demasiadas practican medidas de mitigación como la restricción solo cuando se les exige, por ejemplo, cuando afectan a especies en peligro de extinción o protegidas.

Según Weaver, es fundamental encontrar formas de incentivar a las empresas para que también protejan las especies comunes, con el fin de evitar que se pongan en peligro en el futuro. En los países en los que los proyectos eólicos son financiados por bancos internacionales, exigir medidas de mitigación para obtener fondos también podría ayudar, afirma Bennett. Alemania, por ejemplo, exige desde hace tiempo que todos los aerogeneradores nuevos practiquen la reducción de potencia para evitar la muerte innecesaria de murciélagos.

“Creo que podemos llegar a una solución”, afirma Weaver. Pero para llegar a ella, dice, serán necesarias conversaciones entre organismos gubernamentales, jurisdicciones locales, empresas de energía eólica y conservacionistas, así como científicos, para garantizar que las estrategias de mitigación existentes y nuevas se utilicen adecuadamente. “Va a hacer falta que absolutamente todo el mundo esté en la mesa”.

Artículo traducido por Debbie Ponchner

This article originally appeared in Knowable Magazine, an independent journalistic endeavor from Annual Reviews. Sign up for the newsletter.