Acapulqueños viajan a la CDMX en busca de refugio ante la devastación que dejó Otis

La terminal Tasqueña es el escenario de la llegada de personas procedentes de Acapulco, quienes decidieron abandonar temporalmente su hogar ante las afectaciones por el huracán Otis.

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Con sólo alguna muda de ropa, pequeñas maletas o bolsas con lo que pudieron rescatar, habitantes de Acapulco migran a la Ciudad de México ante la crisis en el puerto tras el paso del huracán Otis.

Algunos, como el señor Luis Manuel, viajan con toda su familia para rentar una vivienda y comenzar de cero en la zona conurbada de la Ciudad de México. Otras, como la estudiante Yamil de 24 años de edad, no sabe qué va a hacer en esta ciudad que no conocía.

También hay quienes se reúnen con familiares tras años de no haberse visto, ante la necesidad de encontrar una mejor circunstancia. Es el caso de la señora Dulce, que volverá a ver a su papá luego de casi dos años.

Otras personas, ante el silencio de días de no saber nada de sus familiares, decidieron viajar al puerto de Acapulco y traerlas a la capital.

Desde el domingo 29 de octubre, la línea de autobuses Estrella de Oro habilitó corridas gratuitas para las personas que deseen viajar de Acapulco a Chilpancingo o a la Ciudad de México. La empresa Costa Line dispuso de viajes sin costo, pero sólo a turistas que quedaron atrapados en el puerto tras el huracán.

La aerolínea Aeroméxico también estableció “puentes aéreos” de Acapulco a la capital mexicana, con prioridad en personas mayores, con alguna enfermedad, con discapacidad, así como embarazadas, mujeres e infancias.

La mayoría de quienes llegan dejaron sus viviendas dañadas por el huracán. Otras las dejaron cerradas, resignadas a que sean robadas.

Pocas personas saben cuándo volverán a su tierra.

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Habitantes de Acapulco se refugian en la CDMX ante la devastación por Otis.
Habitantes de Acapulco se refugian en la CDMX ante la devastación por Otis. Foto: Cuartoscuro

“Nos venimos sin saber qué vamos a hacer”

La joven Yamil no conocía la Ciudad de México hasta que decidió que debía dejar Acapulco, el lugar donde nació, ante la crisis por el huracán. Viajó sola en el autobús porque no pudo convencer a su madre y su hermana mayor de acompañarle. Ellas se quedaron a cuidar su casa, pues temen que alguien se meta a robar.

Yamil, estudiante de Ingeniería Bioquímica en el Instituto Tecnológico del puerto, vivía a unos 700 metros del mar, en la colonia Las Crucitas. Relata que cuando despertó, el miércoles 25 de octubre, tocó con el pie el agua que se metió en su vivienda. Primero creyó que sólo se había roto una ventana, pero descubrió que todo estaba inundado. Luego salió de su vivienda, vio postes, árboles, barandales, vidrios, tinacos, láminas tiradas en la calle.

Caminó kilómetros para encontrarse con sus tías, que vivían en otra colonia. Intentó tomar su automóvil para buscar a su madre y a su hermana, que vivían a 17 kilómetros de distancia, pero no tenía gasolina, pues alguien se la había robado.

“Vamos al día, no se pueden dar el lujo de comprar despensa para un mes. Sabía que no tenían comida ni agua para sobrevivir tantos días. Estaba preocupada también porque no sabía si el canal que está cerca de su casa se había desbordado”.

Un primo la esperó en la terminal de autobuses. Luego llegó una de sus tías y se dieron un largo abrazo. Más tarde llegaron dos tías más y otro tío. La otra parte de su familia se quedó en Acapulco cuidando viviendas y esperando mantener sus empleos.

Yamil lo recuerda y no aguanta el llanto: “Nada más me traje lo que traigo puesto, mi laptop a ver si sirve porque se mojó toda, y mi teléfono, que está roto, pero sirve, y dos pantalones que puse a secar. Me acababa de comprar mi carro y lo tuve que dejar”.

—Mientras tanto, ¿qué va a hacer usted?

—No sé, me vengo sin saber, no sé si voy a volver a la escuela.

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“No sirve de nada estar en Acapulco”

La familia Bracamontes viajó a Ciudad de México y luego irán a Cuernavaca, Morelos, con otros familiares. América, estudiante de Pedagogía, explica que vivían en el fraccionamiento Las Playas, en Caleta, y decidieron viajar porque no tienen alimentos. Son cuatro adultos y dos niños. Luego de que se establezcan, añade, esperarán que más familiares se reúnan con ellas.

La joven denuncia que hay más personas muertas de las que reportan las autoridades. También reclama que no han recibido ayuda de los gobiernos.

“Ni Evelyn ni AMLO nos han apoyado, no hemos visto ayuda”. Dice que todo lo revenden muy caro: “un litro de gasolina a 60 pesos, una canastilla de huevo a 200 pesos”.

Por eso decidieron huir con sólo algunas maletas con prendas, colchas y documentos de identidad.

“No sirve de nada estar en Acapulco ahorita, la verdad todos saqueamos. Ya estaba habiendo mucho delito. Lo que agarramos ya la gente lo quiere robar”.

Dice que volverán a Acapulco cuando sea habitable y calcula un año o dos. Por suerte, explica, lograron convencer a su mamá, de 70 años de edad, de que las acompañara. Lo lograron cuando le mostraron los daños en el exterior.

“Le dimos un recorrido por la costera y vio cómo quedó. Decidió que finalmente sí salíamos”.

Otras personas viajaron por sus familiares, como Olivia Díaz, que llegó de Ciudad de México el domingo y volvió el lunes por su nieta Sara y su nuera.

Por teléfono, la niña de seis años le dijo “Abuelita, ya no quiero estar aquí”, y aún está espantada. “Y por eso dije vámonos por ellas, ya después veremos”.

La señora Dominga Nolasco pudo comunicarse con su hijo Yukinse hasta el domingo 29 de octubre, tras días de haber compartido sus datos e imagen en páginas y chats para localizarle.

Él estudia Medicina en Acapulco y ella radica en Quintana Roo. El joven de 21 años espera que su estancia en la capital sea muy breve.

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Habitantes de Acapulco tras el paso del huracán Otis | Foto: Cuartoscuro

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“A empezar de cero”

La empresa donde trabajaba Luis Manuel Nava perdió toda su mercancía por el huracán y los saqueos. Los dueños, explica el hombre, esperan que les llamen para volver, así se los prometieron los dueños. Sin embargo, augura que no va a ser pronto.

“Nos dijeron que nos esperemos, pero está difícil, hay que comer”, dice y sonríe sin muchas ganas.

Con Luis Manuel, de 38 años de edad, viajaron su hijo, su nuera, su nieto y su esposa, quien llegó un día antes a la capital mexicana, para buscar con la ayuda de unos amigos un lugar dónde vivir a las orillas de la ciudad.

Explica que temían continuar en Acapulco, ante el riesgo de algún robo. Y aunque dejaron su vivienda cerrada, se resigna a que les puedan robar.

“Trajimos nada más ropa. A empezar de cero. Donde vamos a llegar no tenemos ni para cocinar ni nada, pero somos gente muy trabajadora, mi hijo trabaja, mi esposa, yo también. Vamos con todo”.

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