Un abismo psicológico letal crece entre israelíes y palestinos

Las Fuerzas de Seguridad de Israel observan mientras los palestinos rezan en Jerusalén, el 13 de octubre de 2023. Cerca de ahí hay un sitio sagrado tanto para los judíos como para los musulmanes que durante años ha sido un foco de tensiones.  (Afif H. Amireh/The New York Times)
Las Fuerzas de Seguridad de Israel observan mientras los palestinos rezan en Jerusalén, el 13 de octubre de 2023. Cerca de ahí hay un sitio sagrado tanto para los judíos como para los musulmanes que durante años ha sido un foco de tensiones. (Afif H. Amireh/The New York Times)

JERUSALÉN — Ocho años después de la Fundación del Estado de Israel, Moshé Dayán, el jefe de personal del Ejército israelí, se paró cerca de la frontera con Gaza para pronunciar una elegía para un oficial de seguridad de 21 años asesinado por atacantes egipcios y palestinos.

“Ahora no culpemos a sus asesinos”, señaló en 1956. “¿Qué podemos decir sobre su tremendo odio hacia nosotros? Ya van ocho años que están en los campamentos de refugiados de Gaza y han visto cómo, ante sus propios ojos, hemos convertido en nuestro hogar su territorio y los pueblos donde ellos y sus ancestros solían habitar”.

Su breve discurso, un poco más largo que el discurso de Gettysburg de Lincoln y una poderosa referencia para los israelíes, tal vez sea menos recordado por esta perspectiva sobre el odio de los palestinos que por la decisiva conclusión de Dayán.

“Sin el casco de acero y la boca del cañón, no podremos plantar un árbol ni construir una casa”, afirmó.

Ahora, 67 años después, en un momento en que se han vuelto a perder vidas judías a manos de atacantes palestinos en el mismo kibutz, Nahal Oz, que vigilaba Roi Rotberg, la evocación explícita de Dayán de los orígenes del “odio y deseos de venganza” de los palestinos sigue siendo excepcional en Israel. Muchos israelíes han preferido apartar la mirada de la rabia que hay justo a su lado.

De la misma manera, parece desdeñable la perspectiva que tienen los palestinos de los fantasmas acuciantes de la persecución antisemita que se despertaron en los judíos debido al ataque de los terroristas de Hamás el 7 de octubre. Es muy difícil encontrar empatía mutua.

“Los dos bandos piden ser considerados como las principales víctimas”, señaló Mohammad Darawshe, director de estrategia del Centro Givat Haviva para una Sociedad Compartida en Jerusalén, el cual promueve el diálogo árabe-judío. “Si nos quedamos atrapados en el victimismo, vemos que todos los demás victimizan y deshumanizan”.

La consecuencia es un abismo psicológico tan profundo que los palestinos son invisibles como individuos para los judíos de Israel y viceversa. Desde luego que hay excepciones: algunos israelíes y palestinos se han dedicado a superar esa división. Pero, en general, la narrativa de los dos bandos difiere, lo cual sepulta cualquier idea de humanidad compartida.

La guerra árabe-israelí de 1948, conocida para los israelíes como la guerra de la Independencia, es la Nakba, o catástrofe, para los palestinos. La Nakba compite con el Holocausto ya que cada bando alega un “genocidio”.

La incesante militarización de la historia se remonta a los tiempos de la Biblia y el destino divergente de los dos hijos enemistados de Abraham: Isaac, el patriarca de los israelitas, e Ismael, un profeta del islam.

“El 7 de octubre, Hamás pisoteó cada fibra nerviosa de la psique de los israelíes”, comentó Itamar Rabinovich, antiguo embajador de Israel en Estados Unidos. “Ahora, el odio, el temor y la angustia están en su punto más extremo. Pero al final hay dos pueblos que ambicionan tener el mismo territorio y dos lados de la historia que debemos intentar ver”.

La satanización no conoce fronteras. Desde el ataque de Hamás el mes pasado, Yoav Galant, ministro de Defensa de Israel, ha hablado de combatir a “animales humanos”. Ismail Haniya, jefe de la oficina política de Hamás, ha descrito a Israel como unos “neonazis respaldados por fuerzas colonialistas”. A su vez, Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, ha calificado a Hamás como “los nuevos nazis”.

Un legislador israelí, Ofer Cassif, ha hecho alusión a “pogromos” contra los palestinos para calificar el despiadado bombardeo de los israelíes sobre Gaza, una palabra cuyo significado histórico específico es matanza de judíos y una palabra que muchos israelíes han usado para calificar el asesinato de unas 1200 personas por parte de Hamás el mes pasado, de acuerdo con las autoridades de Israel.

Desde luego que la propaganda de guerra que califica a los enemigos como monstruosos no se limita a Medio Oriente. Estados Unidos describió a los japoneses como subhumanos durante la Segunda Guerra Mundial y los japoneses presentaron a los estadounidenses como bestias deformes. A fin de justificar el asesinato en masa, los nazis calificaron a los judíos como una plaga.

Pero hay algo de la confrontación palestina-israelí —dos pueblos ubicados en el punto de unión de lugares sagrados para el judaísmo, el islam y el cristianismo— que impregna el conflicto con una carga peculiarmente feroz, reacia a cualquier intento para controlar su potencia.

“Después de 76 años, los israelíes y los palestinos solo tienen una cosa en común: la sensación de que viven junto a unas personas que quieren matarlos”, señaló Rula Daoud, una palestino-israelí que trabaja para promover la paz como directora de una organización llamada Standing Together.

En general, las décadas que han pasado desde que fracasaron los Acuerdos de Oslo en 1993 acentuaron el abismo psicológico. La interacción cotidiana entre israelíes y palestinos en Gaza y Cisjordania se ha reducido considerablemente por los muros y las vallas que intentan crear una separación física.

Casi se ha olvidado el reconocimiento que la Organización de Liberación Palestina hizo en 1993 del derecho de Israel a existir en paz, así como la determinación del entonces primer ministro Isaac Rabin de alcanzar esa paz, una decisión que le costó la vida en 1995 a manos de un asesino israelí de extrema derecha que dijo que estaba actuando “por mandato de Dios”.

Estos fueron los efímeros destellos de una humanidad compartida que pronto se disiparon.

En las décadas siguientes, Hamás y la derecha religiosa ultranacionalista israelí han ampliado su influencia. Ahora, el conflicto involucra ideologías religiosas fundamentalistas, diferentes en aspectos esenciales, pero igualmente convencidas de que todo el territorio entre el mar Mediterráneo y el rio Jordán les fue asignado por Dios.

La sangre corre por la falta de reconocimiento, de diálogo y de entendimiento. Rabinovich, el antiguo embajador israelí, comentó que había visto un video de un pistolero de Hamás que participó en la masacre del 7 de octubre. Este hombre le llama por teléfono a su padre en Gaza y le dice “Estoy del otro lado matando judíos. Ellos no pueden vivir felices cuando nosotros vivimos como vivimos”.

El odio de los palestinos que Moshé Dayán percibió y al que prometió oponerse al estar “preparado y armado, fuerte y decidido” sigue creciendo alimentado por la opresión, las cercas y el control israelíes, así como por el desgobierno crónico de Palestina. Los palestinos de Gaza, cuyos muertos ascienden a más de 12.000, según el Ministerio de Salud de Gaza, están temerosos de una aniquilación.

Estos temores se encuentran con el “nunca más” de un pueblo judío que conoce, por el Holocausto, lo que significa el genocidio y que buscaba, mediante la fundación de su propio Estado, poner fin a una persecución milenaria.

La derrota del 7 de octubre fue un golpe devastador a esta ambición. Esta guerra en Gaza, desencadenada por la aplicación despiadada del estatuto de Hamás, es existencial en ese sentido para un Israel que de pronto se siente más pequeño y vulnerable.

“Si no podemos traspasar los muros, compartir este territorio y llegar a valorar la vida por encima de la muerte, todos estamos condenados”, aseveró Daoud. “Más o menos cada tres años, estaremos enviando a la muerte a chicos de 18 y 19 años”.

c.2023 The New York Times Company