Estas abejas han estado momificadas en sus capullos durante 3000 años

Tomografía microcomputarizada de rayos X sin fecha, tomada por Federico Bernardini/ICTP, de una Eucera macho de 3000 años de antigüedad dentro de un capullo sellado. (Federico Bernardini/ICTP vía The New York Times)
Tomografía microcomputarizada de rayos X sin fecha, tomada por Federico Bernardini/ICTP, de una Eucera macho de 3000 años de antigüedad dentro de un capullo sellado. (Federico Bernardini/ICTP vía The New York Times)

En 2019, un equipo de investigadores estuvo peinando el litoral del suroeste de Portugal en busca de señales del tipo de cambios ocurridos en su ecosistema con el paso del tiempo. Se toparon con una escena asombrosa e inesperada: abejas que habían estado momificadas en sarcófagos subterráneos durante casi 3000 años.

Una serie de acontecimientos insólitos se confabularon para preservar durante milenios a esta indefensa multitud de polinizadoras. Independientemente de lo que haya ocurrido, fue “una noche poco afortunada para cientos de abejas adultas que estaban listas para salir de sus capullos”, comentó Carlos Neto de Carvalho, paleontólogo y coordinador científico en el Geoparque Naturtejo auspiciado por la Unesco, en Portugal.

Estas no eran las típicas abejas melíferas europeas en su panal, sino miembros de un grupo llamado Eucera, las cuales pasaban la mayor parte de sus largas vidas gestando bajo tierra y alimentándose del polen dejado por sus madres y solo salían durante unas cuantas semanas cuando florece su planta de flores preferida.

Al considerar estas señales, Neto de Carvalho y sus colegas dedujeron que lo más probable era que las abejas se hubiesen encontrado con una muerte repentina.

“Ciento de abejas conservadas en sus nidos de cría justo antes de salir implica que hubo una catástrofe en lo que ahora es la soleada costa de Portugal”, explicó.

El equipo relató su descubrimiento en la revista Papers in Palaeontology el mes pasado y ofreció una hipótesis de lo que pudo haber matado a estas abejas atrapadas.

Tomografía microcomputarizada de rayos X sin fecha, tomada por Federico Bernardini/ICTP, de una Eucera macho de 3000 años de antigüedad dentro de un capullo sellado. (Federico Bernardini/ICTP vía The New York Times)
Tomografía microcomputarizada de rayos X sin fecha, tomada por Federico Bernardini/ICTP, de una Eucera macho de 3000 años de antigüedad dentro de un capullo sellado. (Federico Bernardini/ICTP vía The New York Times)

Las abejas poseen una resistencia evolutiva y se sabe que sus antepasados han habitado la Tierra durante 120 millones de años. Han soportado cambios abruptos de clima y prosperaron en todos los lugares en los que se pudo haber arraigado alguna planta con flores.

Pero no es común hallar verdaderos cuerpos de abejas fosilizados (a diferencia de encontrar huesos de tortuga preservados en las capas sedimentarias).

“El exoesqueleto de las abejas (y de los insectos en general) está hecho de quitina, un biopolímero parecido a la celulosa que se descompone con rapidez tras la muerte del animal”, escribió Neto de Carvalho en un correo electrónico.

Lo que casi siempre dejan las abejas son huellas fósiles (o icnofósiles), que son impresiones congeladas de los cuerpos a través del tiempo, nidos abandonados o activos, o viejas madrigueras.

Los capullos que descubrieron los investigadores estaban alineados y sellados con un hilo parecido a la seda producido por la abeja madre. Este hilo era un polímero orgánico impermeable —una combinación de ingeniería de materiales y estructuras— que había favorecido la conservación de las abejas dentro. Neto de Carvalho mencionó que este “mortero orgánico” protegió a las células del entorno y blindó la delicada quitina de la actividad bacteriana y la descomposición.

Por estar encerradas en sus capullos, las abejas se momificaron y conservaron la forma y las características de su cuerpo. Para estudiar a las abejas momificadas sin destruir el capullo protector, los investigadores usaron una tomografía microcomputarizada de rayos X (un tipo de tomografía computarizada que capta imágenes detalladas de cosas muy pequeñas, como los insectos).

“Creo que lo que hace que este estudio sea tan excepcional es que tenemos a la abeja ahí dentro y podemos ver que está en la tribu Eucerini, que son las abejas de cuernos largos”, señaló Bryan Danforth, un entomólogo de la Universidad Cornell que participó en el estudio. “Si observamos la imagen de la tomografía, podemos ver las antenas largas, con lo que sabemos que es una abeja macho”.

Casi siempre es complicado determinar qué fue lo que originó una celda fosilizada de crías. “Hay otros animales que se entierran en el suelo que podrían producir algo parecido a un nido de abejas”, comentó Danforth.

Este descubrimiento es “el primer icnofósil que realmente contiene una abeja dentro de él”, añadió.

Con respecto a lo que mató a las abejas, los investigadores consideraron una inundación o una sequía prolongada que pudo haber reducido el suministro de alimento. Pero el polen almacenado dentro de las celdas le dice al equipo que las abejas tenían mucho alimento (lo que implica que no murieron de inanición).

Su hipótesis es, más bien, que el clima cambió.

“Suponemos que una repentina caída a temperaturas de congelación en ese inicio de la primavera provocó esa muerte masiva al nivel del suelo”, explicó Neto de Carvalho.

Aunque este nido es un ejemplo de muerte masiva local, también podría ser un recordatorio de cómo han perseverado las abejas frente a los cambios de las condiciones climáticas. En diversos hábitats de Portugal, sigue habiendo más de 25 especies de abejas del tipo Eucera.

“Esperamos que este descubrimiento nos brinde más información acerca de la manera en que estos animales se volvieron resistentes al cambio climático”, afirmó Neto de Carvalho. “Por lo tanto, es posible considerar a las momias de abeja Eucera como un mensaje de esperanza en este mundo de caos climático en el que vivimos ahora”.

c.2023 The New York Times Company