600 años de Carlos de Navarra: un reino, un rey y un príncipe

<span class="caption">Muerte del príncipe de Viana (Vicente Poveda y Juan, 1887).</span> <span class="attribution"><a class="link " href="https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/muerte-del-principe-de-viana/1627f182-a089-498b-8852-e761ae66a2f6" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Museo del Prado;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Museo del Prado </a></span>

Blanca de Navarra, a quien la tradición decimonónica historicista presenta como un personaje carente de experiencia política, era viuda de Martín el Joven de Aragón cuando enlazó con Juan de Trastámara, el futuro rey Juan II de Aragón. Durante su primer desposorio, entre 1402 y 1415, residió en Sicilia, gobernándola como regente viuda desde 1409 hasta su regreso a Navarra. De su segundo matrimonio con Juan (1420, 10 julio), asentado inicialmente en Peñafiel, nacerían cuatro vástagos, de los que sobrevivieron tres: Carlos, Leonor y Blanca.

El alumbramiento del primogénito, el 29 de mayo de 1421, trajo consigo el juramento del niño como futuro heredero del reino y la constitución del principado de Viana por parte de su abuelo Carlos III en 1423, reforzando el papel institucional de la monarquía, al estilo de Inglaterra, Francia, Aragón y Castilla, a partir de la creación del principado de Gales (1283), delfinado de Viennois (1346), principado de Gerona (1350) y principado de Asturias (1388).

El infante Carlos sería criado en los palacios de Tafalla y Olite, donde pasaría su infancia junto a sus hermanas. La muerte de su abuelo, el 7 de septiembre de 1425, supuso que sus progenitores se convirtieran en reyes, siendo Juan un personaje más al servicio de sus intereses castellanos que navarros. Su longevidad, y la intensidad de sus actividades, al ser nombrado lugarteniente de Aragón y Valencia (1436) por su hermano Alfonso, de quien heredaría el reino aragonés 1458, forjarían la imagen de un hombre con suficiente habilidad política para maniobrar sobre el complejo espacio peninsular de mediados y finales del siglo XV.

Esta imagen historiográfica de fortaleza se contrapone así a la atribuida a su mujer, Blanca, y a la de su hijo y sucesor, el príncipe de Viana, al que la memoria romántica representó como un joven melancólico enamorado de la cultura, según el lienzo del malagueño José Moreno Carbonero, hoy en el Museo del Prado de Madrid (1881). Este retrato está en consonancia con el del catalán Ramón Tusquets Maignon, Entrada del Príncipe de Viana en Barcelona (1885) y Vicente Poveda (1887), pintor de origen alicantino, con su óleo Muerte del príncipe de Viana, así como el del cordobés Tomás Muñoz Lucena (1888).

Una vida azarosa

La azarosa vida del personaje sirvió también de inspiración a José Zorrilla, con Lealtad de una mujer y aventuras de una noche (1840), y al drama trágico de Gertrudis Gómez de Avellaneda El príncipe de Viana (1844).

La construcción del mito artístico romántico, por tanto, dio lugar a la forja de dos espíritus confrontados, el del padre y el del hijo, a partir de las reflexiones del erudito tudelano José Yanguas y Miranda en Crónica de los Reyes de Navarra, de 1843; especulaciones que también utilizaría años después Georges Nicolas Desdevises du Dezért (1889).

Padre, guerra civil y exilio

Blanca, reina propietaria de Navarra, falleció durante un viaje a Castilla. Su muerte en Segovia el 1 de abril de 1441 supuso que el reino recayera en su joven hijo, pero bajo la tutela de su padre, que durante poco menos de una década depositó el gobierno en Carlos como su lugarteniente hasta el estallido de la guerra civil navarra (1451-1461).

La maraña de actividades que se fueron generando durante la guerra y el interés de Juan II por apartar a su hijo primogénito de los centros de decisión políticos trajeron consigo una desconcertante maniobra del rey consistente en desheredar a Carlos si persistía el conflicto, y depositar los futuros derechos de la corona en su hermana Leonor y su marido, Gastón, conde de Foix (3 de diciembre de 1455).

El órdago paterno propició una nueva situación crítica para el príncipe, que se tuvo que “exiliar” seis años en la corte parisina, la romana y la napolitana de su tío el rey Alfonso V de Aragón, desde donde regresó a la península (1460) para firmar las treguas con su padre.

La torpeza del príncipe para moverse sobre la retícula hispana, dominada por la versatilidad de Juan, convertirían este primer acuerdo en papel mojado decantando una segunda prisión de Carlos (1460) que levantó todo tipo de crispaciones, tanto en Navarra como en Cataluña, donde se quedó a residir.

No obstante, la habilidad de Juan procuró un nuevo acercamiento con un nuevo tratado, las capitulaciones de Villafranca del Penedés, suscritas el 21 de junio de 1461, y que dejaban nuevamente sin resolver su nombramiento como sucesor, ya que depositaban en las Cortes dicha aprobación formal; si bien le reconocía como lugarteniente de Cataluña.

Muerte y culto

Aunque la historiografía romántica insiste en acusar a su madrastra del posible envenenamiento y muerte del príncipe de Viana en Barcelona (1461, 23 de septiembre), no hay pruebas que lo evidencien, y tras su funeral y entierro en la catedral barcelonesa sería trasladado en 1472 al panteón real de Santa María de Poblet por deseo expreso de su padre.

Su desaparición no fue solo el final de una vida difícil, sino que forjó una imagen icónica a partir del manuscrito de las Cartas de don Fernando de Bolea y Galloz (1480), que fue secretario del príncipe, y que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Carlos, en pie, ataviado con una túnica negra y un bonete troncocónico, cuya cabeza emite un nimbo de santidad, porta una espada y un collar regio.

A sus pies está el lebrel blanco, a su derecha el escudo de armas de Navarra-Evreux y Aragón y a su izquierda ramas y frutos de castaño, así como el trilóbulo hermético a ambos lados. Las divisas recogen las máximas de Patientia opus perfectum habet (La paciencia tiene su obra perfecta), Qui se humiliat exaltabitur (El que se humilla será ensalzado), y Bone foy (Buena fe, divisa de su Orden del Lebrel Blanco), correspondiéndose a una imagen de santidad con fines propagandísticos del bienaventurado Carlos, quien en Cataluña llegó a recibir culto público, contraponiéndose a la imagen maldita de su padre.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Julia Pavón Benito no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.