40 demócratas le dan la espalda a la disidencia cubana: la izquierda "paquidérmica" también existe en Estados Unidos
En su libro Las dos izquierdas (2005), Teodoro Petkoff (1932-1918), un intelectual que en tiempos de Guerra Fría se atrevió a cuestionar los procesos soviéticos y prosoviéticos y sus avances totalitarios desde una óptica izquierdista -por lo que se ganó estar al mismo tiempo en los listados enemigos de la CIA y de la KGB-, decía en sus páginas que el movimiento mundial motivado a lograr reivindicaciones sociales para que los seres humanos no padecieran eternamente las injusticias que se originan en sociedades de castas económicas, culturales, religiosas y otros etcéteras, se había topado con los cánceres de la expansión soviética, que reproducía buena parte de los males que en principio confrontaban, por lo cual, al cabo del tiempo ese movimiento, con sus motivaciones intactas, había mutado, evolucionado hacia un conjunto de postulados para la transformación social que asumía la esencial importancia de las libertades, la primordial alternabilidad en el poder y la imprescindible necesidad de los mercados. Dicho en dos platos, reivindicaciones sociales de fondo y un modelo que procure no reproducir injusticias, pero en democracia.
Sin embargo, en ese mismo texto, Petkoff advierte de una izquierda anquilosada y "paquidérmica", "una izquierda decadente, nostálgica y anacrónica", que sigue romantizando "el turbio esplendor" que generó el modelo soviético, y que no está dispuesta a cambiar.
Mientras, por una parte, los movimientos izquierdistas que evolucionaron aprendieron a adoptar las normas de la libertad mientras luchaban por reivindicaciones sociales (buena parte de la izquierda nórdica y europea), otra región sectaria y apegada a las doctrinas y religiosidades que derivaron del marxismo sigue apegada a las formas revolucionarias más clásicas, sin importar ni reconocer que el comunismo fue una fábrica opresiva que hizo un sinfín de daños a decenas de países en el mundo, que aún sufren las secuelas de torturas, genocidios y pobreza.
Paquidérmicos en el planeta liberal
En Estados Unidos, hace unos años ya que analistas y comentaristas políticos advierten la zanja que separa la facción centrista con foco social del partido demócrata y un nuevo grupo de líderes, jóvenes en general, con discursos emotivos y confrontacionales, que lucen menos conciliadores y tolerantes en sus reclamos sociales.
Si algo curioso tiene este país es que la izquierda, usualmente relacionada con gobiernos controladores, es más afín a grupos autodenominados liberales, que promueven la inclusión, los derechos de minorías sexuales, las libertades en todos sus ámbitos.
Un estudio de Gallup actualizado en julio de este año sugiere que es el grupo de ciudadanos que más ha crecido, pasando de 17 a 25 por ciento en 30 años. Aunque el grupo de conservadores es mayor, oscilando alrededor de un 30%, siendo mayoría los autodefinidos como moderados.
Pero sus acciones políticas concretas, crecientes en vocería de las instituciones (son numerosos los ejemplos de representantes que forman parte de minorías que reclaman, valga la repetición, el derecho de minorías) se expresaban hasta ahora en demandas que, si bien podían lucir altisonantes, eran objetivamente lógicas, la mayoría de las veces, como el caso de la absurda distribución de los impuestos que deja prácticamente sin obligación a contribuir a las corporaciones, alrededor de lo cual la representante Alexandria Ocasio-Cortez vistió un traje en la Gala del Museo Metropolitano de NY que inscribía en letras enormes" "Tax the rich". El gesto tuvo una formidable cobertura mediática, como era su propósito, y puso a las audiencias a hablar del tema.
Pero la semana pasada, la paradoja se manifestó. Esa contradicción entre ser de izquierda y ser liberal, se puso de manifiesto. Y, claro, de la manera más cómoda: fingiendo ceguera con quien no es tu compatriota, pero siempre y cuando sirva para levantar los himnos emocionales de la épica revolucionaria.
La resolución
Se trata de una iniciativa que aprobó la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos enfocada en expresar en un documento parlamentario oficial su solidaridad con los ciudadanos cubanos que se manifiestan pacíficamente por las libertades fundamentales de su país, condenando los actos de represión del régimen cubano y pidiendo la liberación inmediata de los ciudadanos detenidos arbitrariamente.
Florida Democrats stood up to support Cuba protests. 40 of their colleagues disagreed https://t.co/vkZs10cc8c
— McClatchyDC (@McClatchyDC) November 6, 2021
La resolución es oportuna en tanto que el próximo 15 de noviembre se estará desarrollando una nueva manifestación de ciudadanos en Cuba insistiendo en la necesidad de esos cambios, como parte de las expresiones que el pueblo cubano ha dado a partir del movimiento San Isidro, iniciado por artistas y seguido por buena parte de la población.
La resolución fue aprobada en una votación de 382 a 40. ¿Quién podría haber votado contra una resolución que llama a defender el derecho de manifestantes pacíficos en un país que tiene 60 años sin libertades?
Ese grupo que se autodenomina liberal (¿no es una gran paradoja?), encabezado por Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Thlaib, Maxine Waters y Rosa DeLauro, votó en contra de solidarizarse con las aspiraciones genuinas de libertad del pueblo cubano.
En un informe reciente, Human Rights Watch concluyó que el gobierno cubano “participó sistemáticamente en detenciones arbitrarias, maltrato de detenidos y enjuiciamientos penales plagados de abusos en respuesta a las protestas antigubernamentales abrumadoramente pacíficas de julio de 2021”.
La decisión de los congresistas es sencillamente inexcusable.
Son una minoría. 40 de 222 demócratas, pero son demasiados para un país cuya filosofía e instituciones se basa, promueve y vive todo un sistema de libertades. La nación que salvaguarda las libertades del resto del planeta. Justamente en el partido que abandera las doctrinas liberales.
El mismo patrón
¿Con qué cara esos demócratas que apoyan a dictaduras como la castrista luego erigen su voz en pro de la dignidad de otros grupos oprimidos? ¿Acaso es que hay algunos oprimidos que valen más que otros?
¿Pensarán que es muy elegante o exquisito apoyar a un régimen que, como el resto de los comunistas que han existido, hambrea, apresa, tortura, espía y limita desde todo punto de vista a su gente?
¿Cómo pueden autodefinirse liberales unos políticos que evaden condenar una dictadura tan atroz como la cubana? ¿Para abogar por los derechos de las minorías sexuales y de los grupos étnicos oprimidos, sí hay disposición, pero para levantar la voz en nombre de un pueblo maltratado y oprimido por más de seis décadas, no?
Es un patrón que hemos visto hasta el cansancio. Clases medias acomodadas, movimiento sociales u organizaciones laborales, que viviendo en sistemas libres, que ven con romanticismo una revolución remota con infinitas evidencias de delitos atroces frente a los que se hacen la vista gorda, pero ante quienes sucumben con su discurso romántico y endulzado de la épica revolucionaria. No importa cuántas vidas tenga que sacrificar dicha épica.
Se ven en París y en Madrid, es muy propio de Europa. Pero también en cierta clase mexicana, en la misma Chile. Países en los que con todos los problemas prosperan las instituciones y la libertad. Profesionales y académicos reconocidos, emprendedores letrados, líderes exitosos, que dejan su más mínima integridad de un lado cuando los seduce la oratoria incendiaria que una vez tuvo Fidel Castro, las barbaridades que coleccionó el Che Guevara o la impunidad con la que actuó Hugo Chávez.
Lo último que faltaba es que a esas izquierdas "exquisitas" del mundo se le unieran ahora 40 demócratas que a distancia en lugar de apoyar, muestran indiferencia, en el mejor de los casos, ante la valiente acción de los civiles desarmados que ponen sus vidas en Cuba para tratar de promover los cambios que tanto hacen falta.
Terminan militando en una causa emocional que en poco se diferencia de movimientos facistas o protofacistas del que tanto quieren diferenciarse.
Lo más inquietante es que esta izquierda a la que Petkoff llamaba paquidérmica, vociferando las ideas más caducas, ingenuas y recontra reprobadas por la historia, está conformada por jóvenes educados, que saben lo que es la discriminación, luchan por la diversidad y la inclusión, y proponen mejoras en la igualdad de oportunidad para todos, no importa su origen, credo o etnia.
Y se hacen llamar a sí mismos liberales. ¿Cómo explicar tamaña contradicció?
Hace pocos días, Joe Biden tildó de pantomima al teatro electoral que montó Daniel Ortega en Nicaragua, en el que compitió prácticamente solo, con 81% de abstención y 30 dirigentes opositores encarcelados, siete de ellos, candidatos o precandidatos, inhabilitados, perseguidos, presos o en el exilio.
¿Qué pensarán estos cuarenta congresistas de la reciente gesta de Daniel Ortega, otro militante de la devaluada simbología revolucionaria que no ha hecho sino empobrecer y encarcelar a sus compatriotas? ¿También se negará a condenarlo?
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