Al menos 200 veces el Congreso se negó a reconocer que las vidas de los negros importaban | Opinión

Doscientas veces fracasaron en conseguirlo.

Fracasaron después de 1899. Ese fue el año en que un hombre negro llamado Sam Hose fue masacrado por una turba blanca cerca de Newnan, Georgia, que lo castró, le desolló la cara, luego lo cocinó vivo en una hoguera y repartió trozos de su cuerpo; sus nudillos fueron puestos a la venta por un tendero en Atlanta.

También fracasaron después de 1904. Ese fue el año en que un hombre afroamericano llamado Luther Holbert y una mujer que nunca fue identificada fueron ejecutados por una turba blanca en Doddsville, Mississippi, que utilizó un gran sacacorchos para perforar la carne de la pareja y arrancar trozos crudos mientras los espectadores cenaban huevos endiablados y limonada.

Y fracasaron después de 1934. Ese fue el año en que un hombre afroamericano llamado Claude Neal fue masacrado por una turba de blancos en Marianna, Florida, que lo castró, quemó y le disparó, arrastró su cuerpo arruinado por las calles detrás de un coche y luego lo dejó colgado de un árbol que aún se mantiene en pie frente al juzgado del Condado Jackson.

Este tipo de cosas no eran sucesos poco comunes. Según documentó la Universidad de Tuskegee, ocurrió 4,743 veces entre 1882 y 1968, y la gran mayoría de las víctimas fueron afroamericanas. Sus asesinos prácticamente nunca fueron juzgados y menos aún castigados. Y aproximadamente 200 veces desde 1900, se ha presentado en el Congreso una legislación para convertir el linchamiento en un delito federal. En todas las ocasiones, el Congreso no la aprobó.

Por eso es difícil saber qué pensar de la reciente firma de la Ley contra el Linchamiento Emmett Till. El proyecto de ley, que lleva el nombre del niño negro de 14 años de Chicago que fue asesinado en Mississippi en 1955 por supuestamente pasarse de la raya con una mujer blanca, consigue por fin el viejo objetivo. Y la respuesta fue de celebración, como la de una montaña finalmente escalada. No se puede envidiar a nadie que tenga una sensación de triunfo, en particular al representante Bobby Rush, el demócrata de Chicago que pronto se jubilará y que patrocinó el proyecto de ley.

Rush dijo en un comunicado que la nueva ley corrige una “injusticia histórica y abominable”. E invocó a Martin Luther King: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”.

Aquí no habrá discusiones. Pero sí habrá algunas emociones encontradas.

Doscientas veces, el Congreso falló a personas como Sam Hose, Luther Holbert y Claude Neal. Le falló a Mary Turner y a Rubin Stacy, le falló a Thomas Shipp, a Abram Smith, a Laura Nelson, a Bennie Simmons, a Emmett Till y a 4,733 personas más.

Doscientas veces tuvo la oportunidad de declarar en nombre de la nación que estas vidas afroamericanas importaban, y no lo hizo. Y si el representante Rush se inspira en lo que dijo King sobre el arco del universo moral, pues es oportuno que también dijera esto: “Debemos llegar a ver con uno de nuestros distinguidos juristas que ‘la justicia demasiado retrasada es justicia negada’ ”.

Amén. Y nadie puede hacer justicia a los 4,743 hombres y mujeres a los que el Congreso les falló. Cualquier oportunidad significativa de hacerlo se convirtió en polvo hace tiempo. Sí, la gente de color sigue sufriendo asesinatos por motivos raciales, y este proyecto de ley proporciona una nueva herramienta para que los autores rindan cuentas. Eso es algo innegablemente positivo.

Pero es algo positivo envuelto en la frustración de que conseguir que Estados Unidos haga lo correcto por los estadounidenses de color sea siempre un calvario. Como dijo una vez Gil Scott-Heron: “Me convertí en una enmienda especial para lo que me incluía todo el tiempo: ‘Todos los hombres son creados iguales’ ”. La amargura de esa verdad ensombrece la dulzura de cualquier alegría.

Doscientas veces no lo consiguieron.

Al parecer, la 201 fue la vencida.

Leonard Pitts Jr. es un columnista del Miami Herald.

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