Al menos 17 años de violencias calladas e impunidad: otras 17 mujeres relatan sus historias con el “rey del parto inducido”

Cuartoscuro
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Hace 17 años, el bebé de Ixchel sobrevivió de milagro. Hace ocho, el de Fernanda también. Apenas hace unos días, ambas supieron cómo pudo haber terminado su historia, reconocieron los rasgos de un modus operandi e incluso ciertas violencias que entonces parecían normalizadas. Vieron su historia reflejada en supuestas trombofilias, infartos placentarios y otros aspectos que otras mujeres han descrito al señalar las malas prácticas en los partos “humanizados” de Jesús E. Luján Irastorza.

A partir de las historias documentadas por Animal Político en torno a este médico, conocido como “rey del parto inducido”, otras 17 mujeres señalaron la violencia obstétrica y las negligencias que vivieron con él: bebés que por poco lograron sobrevivir, cesáreas no aclaradas, tratamientos experimentales no consentidos, una bebé que vivió tres semanas tras el diagnóstico tardío del Síndrome de Edwards, otro que sufrió epilepsia por parto en sus primeros años de vida y un niño de ocho años que hoy vive con parálisis cerebral severa como consecuencia de la falta de oxígeno al nacer. 

Desde diciembre, antes de la publicación de los reportajes, este medio buscó a Luján para una entrevista sobre los señalamientos en su contra. Se le contactó nuevamente en enero y a mediados de mes su equipo dejó de responder mensajes. Recientemente, su equipo se contactó y ofreció hablar con él, hasta después de las vacaciones de semana santa argumentando poco espacio en su agenda, aunque la página Top Doctors indica que tiene citas disponibles desde el 27 de marzo en varios horarios.

En una primera entrega, Animal Político documentó que en México, los médicos que violentan a una paciente o llevan a cabo malas prácticas pueden tener la certeza de no enfrentar consecuencias: las víctimas que recurren a una demanda civil o a una denuncia penal terminan viviendo procesos largos y revictimizantes, y en la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (Conamed) descubren que la voluntad del médico es indispensable para lograr únicamente una conciliación, mientras órganos colegiados niegan la existencia de violencias específicas, como la obstétrica.

Riesgos no detectados

En 2009, Andrea vivió su embarazo en principio con aparente normalidad. Sin embargo, a partir del cuarto mes, comenzó a experimentar inflamación abdominal, dificultad para digerir los alimentos y mucha dilatación con poco movimiento fetal. En la semana 16, era tiempo de hacer un cuádruple marcador —un examen de sangre para determinar si hay riesgos de defectos congénitos—, pero Luján decía que ella estaba bien y había que intervenirla lo menos posible.  

En los ultrasonidos, el médico llegó a comentar que la medida del cráneo de Micaela, su hija, era más grande de lo normal. Cuando finalmente llegó la semana 38, Andrea no se sentía bien. Su pediatra le comentó que casi no había movimiento fetal y el corazón de la bebé se escuchaba muy bajito. Andrea acudió con Luján y tuvo una cesárea de urgencia; su bebé fue llevada directo a terapia intensiva. El médico llegó tardíamente solo a informarle que su hija tenía Síndrome de Edwards.

Este síndrome es una alteración genética causada por la presencia de tres cromosomas 18 e implica una alta mortalidad para los recién nacidos. Es detectable en exámenes que pueden realizarse en el primer y hasta el segundo trimestre, cuando el médico observa un útero inusualmente grande y exceso de líquido amniótico. A Micaela la operaron a corazón abierto a los tres días de nacida. A las tres semanas, falleció. 

“Le dije ‘Desde cuándo sabemos esto’; me contestó ‘No, es que todo iba perfecto en tu embarazo y mira, la verdad es que yo te puedo decir que las mujeres que se han atrevido a tener estos bebés especiales tienen un karma increíble en la vida’. Me empezó a echar un choro que yo le dije ‘Oye, entiendo todo lo que me estás diciendo, pero a mí me hubiera gustado decidir si yo quería tener una bebé así’… Es un síndrome incompatible con la vida”, relata Andrea.

Unos años después, ‘Paz’ —cuyo nombre fue cambiado para resguardar su anonimato— tuvo a su hijo en Bité Médica a principios de 2015. Durante un parto mal llevado, el bebé no pudo respirar lo suficiente, presentó hipoxia y, como consecuencia, a sus ocho años vive con parálisis cerebral severa. Ella subraya lo sana que era cuando decidió embarazarse; después, en el transcurso de la gestación, siempre le dijeron que estaba bien y su parto fue natural.

Sin embargo, lo recuerda largo: las contracciones, ya muy intensas, llegaron a las 3:00 de la madrugada y su hijo nació casi a las 9:00 de la noche. Cuando se lo dieron, “estaba morado y parecía un muñeco de hule”. No lloró y Luján solo dijo “Viene lentito”. Estuvo cinco días en terapia intensiva y 10 en el hospital. Como su primer parto y siendo su único hijo, al principio las lesiones no fueron tan evidentes, pero más adelante una neuróloga hizo el diagnóstico. 

“Me lo quitan y desde ahí empezó toda una historia muy diferente a la que una como mamá espera, y lo que yo no puedo entender es que cuando le preguntábamos mi esposo y yo qué había pasado (a Luján), él contestaba que no sabía por qué… Al año ya se notaba que no tenía el desarrollo normal y tenía parálisis cerebral severa. Fue consecuencia de un parto muy largo, no bien llevado… Si yo pudiera regresar el tiempo, les hubiera dicho ‘Hazme ahorita una cesárea’, pero siempre me dijeron ‘Va bien, va bien’”, lamenta ‘Paz’.

En 2012, a sus 26 años, Fernanda experimentó una compilación similar. Un parto que Luján calificó con un 9 de 10 —con contracciones que ella describe como muy fuertes y aceleradas y con las que, aun así, la mandaron a esperar— terminó en una cesárea tardía. 

Al ver que en sus primeros años de vida su hijo tenía convulsiones, su persistencia para investigar con varios neurólogos finalmente llevó al diagnóstico de epilepsia por sufrimiento fetal. Esta afectó a su hijo mayormente en sus primeros seis años; aunque después encontraron la dosis de medicamentos necesaria para que llevara una vida normal, aún resiente algunos efectos.

“Como consecuencia del parto, del sufrimiento y de la falta de oxigenación, el diagnóstico por las convulsiones es epilepsia… Durante muchos años no tuvo un diagnóstico y una dosis exacta, convulsionaba muchísimo. Ahorita tiene TDA, dificultad al aprender, tiene muchas consecuencias que yo no se las atribuyo, no le voy a echar la culpa de todo, pero es una reacción a las medicinas neurológicas”, cuenta.

Las historias ligadas a quien excolegas y excolaboradoras conocían como “el rey del parto inducido”, sin embargo, datan de mucho más tiempo atrás. Ixchel tenía 23 años en 2006 cuando decidió embarazarse —el testimonio de mayor antigüedad del que este medio ha tenido conocimiento hasta ahora—. Una doula le recomendó al médico por ser el más respetuoso de los partos naturales y pionero del parto “humanizado”.

Al principio le generó mucha confianza porque “te habla al oído”. Ya cerca del término de su embarazo, un día sintió un cólico que no se quitaba y duró toda la noche. Luján diagnosticó que podía ser la antesala del parto, o bien, contracciones que surgen cuando el bebé se reacomoda. A la mañana siguiente había pasado, pero en ese momento, el médico llamó a Ixchel para decirle que debía viajar a Sonora por una emergencia familiar, por lo que la citó en el hospital.

Una vez ahí, en un parto que supuestamente sería “humanizado”, le hicieron un tacto. Le informaron que ya tenía nueve centímetros de dilatación, pero las horas pasaban y no había signos de que el parto estuviera próximo. Finalmente, le rompieron la fuente para apresurarlo. Ya durante la expulsión en agua, Luján le pidió que dejara de pujar y, cuando el bebé salió, estaba “total y absolutamente morado, sin ninguna señal de vida”.

Luján se fue a atender su emergencia cuando Ixchel todavía ni siquiera había terminado de expulsar la placenta. En cambio, el neonatólogo atinó a llevarse rápidamente a su bebé para darle la atención que necesitaba; ella está convencida de que eso le salvó la vida. Carlo había nacido con una doble circular del cordón umbilical —cuando está enrollado en el cuello—, estuvo cinco días en terapia intermedia y sobrevivió.

Ixchel creía que lo que había sucedido en su parto era normal, por lo que siguió acudiendo a algunas citas con Luján, pero un tiempo más tarde, él le diagnosticó ovario poliquístico —después descartado por otra ginecóloga—. Al hacerlo, se dirigió a la pareja de ella mientras le comentaba que las mujeres con ese padecimiento tenían un nivel de hormonas distinto, por lo cual atraían a los hombres; “así que no la culpes”, añadió. Ella se sintió invadida y finalmente abandonó su consulta. 

Nunca juzgué el proceso del parto porque tú les crees (a los médicos) hasta después que fui con la maestra de mi hermana, que estudiaba partería. Mi bebé nació a las 5:00 de la madrugada de un sábado; ahí supe que yo desde el jueves estaba en trabajo de parto; cuando llegué al hospital, (el bebé) tenía día y medio queriendo nacer y nunca lo monitorearon, incluso consumió meconio”, relata Ixchel.

Aunque su hijo sobrevivió y no tuvo consecuencias en su salud, hace unos días —lamenta— supo cómo pudo haber terminado su caso. ‘Patricia’, cuyo nombre fue cambiado, sí puede contar esa historia. Ella tenía un parto programado para la segunda mitad del año. Faltaba cerca de un mes cuando tomó la decisión de cambiar de médico. La razón fue una insistente recomendación, en el lugar al que acudían al psicoprofiláctico, del doctor supuestamente más adecuado para un parto natural y humanizado: Jesús Luján. 

A sus 35 años, el médico la dejó llegar a la semana 41.3 de embarazo. La programó un miércoles a la 1:00 PM para inducir el parto en su consultorio, al lado del  hospital donde la atendería; sin embargo, la regresó a su casa. Después, ‘Patricia’ tiene algunas lagunas en sus recuerdos. Cerca de las 4:00 de la tarde, comenzó a sentir contracciones. Como madre primeriza, no sabía si lo que estaba sintiendo era normal o no, pero a las 7:00 de la noche ya estaba segura de que algo iba mal. 

“Él me indujo un parto y no tenía ni idea de cómo me estaba yendo. Esto sucedió en mi casa, no en el hospital”, recuerda. Tras meterse a bañar, según le recomendó Luján luego de hablar con él, sintió una baja de presión y decidió ir al hospital. Llegó cerca de las 9:00 de la noche. Ahí, su estado empeoró. Cuando llegó el médico, le dijo que tendrían que “sacarlo por la pancita”. A partir de ahí, describe los hechos como una carnicería.

Recuerda que su bebé se veía morada y no lloraba. ‘Patricia’ pedía explicaciones; después, quedó inconsciente tras la aplicación de más medicamento. La llevaron a terapia intensiva y le dijeron que estaba viva, lo que le dio un poco de alivio. “Nunca pensé en el desenlace; yo quise pensar que todo estaba bien”, cuenta. Cuando recobró la conciencia, se convirtió en la noche más larga para ambos. 

En el resto de las horas que pasaron después, mientras pensaba en llevarla a otro hospital, Luján solo repetía que la niña estaría bien. Luego de que fuera un embarazo completamente normal, la familia no entendía qué había sucedido. Todo había transcurrido como si se fuera a recuperar, incluso la preparación para la lactancia. A la mañana siguiente, con el resto de su familia ya ahí, le informaron que la niña había fallecido.

Cuando ‘Patricia’ recurrió a otro ginecólogo para tratar su posparto, le mostró el documento que le había dado Luján, a lo que él replicó: “Las probabilidades de que esto suceda son extremadamente remotas, y la verdad es que al haberte dejado llegar a la semana 41 con tres días, teniendo 35 años, lo más probable es que la placenta no estuviera en óptimas condiciones. En el momento en que te indujeron el parto, no oxigenó bien, y como no te estaban monitoreando, no se dieron cuenta; hubo un sufrimiento fetal irreversible”.

“Yo también tengo un bebé de ‘miércoles de Luján’”

A Alexandrina, Fernanda, Teresa, Olga, ‘Lucía’, ‘Alma’ y ‘Daniela’ —los tres últimos nombres fueron cambiados porque prefirieron el anonimato— las une hoy la certeza de que ellas fueron un caso más de los “miércoles de Luján”, que algunas doulas que se alejaron del médico por estar en desacuerdo con sus prácticas relataron. Con tés, tactos o “gotitas”, reconocen un modo de operar que se aleja del parto “humanizado” que promete Bité Médica, donde Luján es socio.

Los tiempos en sus partos, la misma sucesión de hechos y, sobre todo, la coincidencia en el día y el repentino tránsito de la ausencia o levedad de contracciones a dolores tan fuertes, que en algunos casos conducían al mareo y al vómito, les han hecho ver que su parto no fue humanizado, sino inducido.

“No sé si alcances a dimensionar todos los veintes que me cayeron y dije ‘Ya entendí todo con este cuate, toda su forma de funcionar’; imagínate que yo di a luz hace dos años y medio y no me había dado cuenta hasta ahorita”, dice Fernanda, cuyo caso es de los más recientes, de 2020. Para esta publicación, otras dos doulas que pidieron reservar su identidad, también inconformes con las prácticas de Luján, confirmaron lo que algunas ya habían revelado. 

A las mujeres se les citaba comúnmente los miércoles —tuvieran o no manifestaciones de la proximidad del parto— para inducirlos. Presumiblemente y sin consentimiento, se les daba misoprostol o prostaglandina diluida en un té o en un gel utilizado para realizar algún tacto. 

Partos como los de ellas tuvieron buen término; sin embargo, el engaño en torno al parto “humanizado” y la aplicación de medicamentos sin consentimiento es su reclamo. Uno de sus excolegas explicó que el parto inducido sin el monitoreo adecuado puede terminar bien nueve de cada 10 veces. En el resto de los casos, las complicaciones no detectadas a tiempo tienen consecuencias graves. 

La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha determinado que la información que se da a los pacientes debe cumplir con todos los requisitos que establece la ley y la carta de consentimiento informado para que resulte válida y acredite fehacientemente los términos en que fue recomendado cierto tratamiento por el médico, excluyendo toda mala praxis, error, impericia, imprudencia o negligencia por la cual se ocasione un daño físico o moral al paciente.

A Alexandrina, durante todo su embarazo, le hicieron advertencias de una supuesta placenta envejecida y riesgo de preeclampsia que no tenían ningún sustento y posteriormente fueron descartadas por otros especialistas. Luego de su parto, tuvo que regresar a los cuatro días al hospital. La sometieron a una intervención quirúrgica, en la que le extrajeron una acumulación de sangre derivada de la inadecuada sutura del desgarre que tuvo. 

A ‘Daniela’, después de dos abortos espontáneos, le recomendaron que viera a un especialista en biología de la reproducción. Luego de descartar a uno y tener una mala experiencia con otro que le hizo una fertilización in vitro y una transferencia no exitosa, conoció a Luján. Lo primero que le dijeron fue que las trombofilias eran la causa. 

Determinaron hacerle una inseminación artificial y aplicarle una vacuna con el plasma de su esposo. Finalmente, quedó embarazada y le empezaron a suministrar anticoagulantes por las trombofilias. El día de su parto, no dejaron pasar a sus doulas porque no trabajaban en el equipo de Luján.

Ahora tiene la presunción de una inducción sin consentimiento tras el suministro de gotas. En dos horas, las contracciones se recrudecieron, incluso con vómitos. Al final, fue necesaria una cesárea de emergencia que nunca le explicaron. Él argumentó que se le había infartado la placenta.

“Me estoy dando cuenta de muchas cosas que pasaron que no me gustaron, no me hicieron sentir como él dijo, que me iba a tratar como parte de su familia. No me sentí así, me sentí abandonada, el personal del hospital muy mal, nadie me explicó que iba a una cesárea, no se lo explicaron a mi esposo, y hasta ahorita no entiendo qué pasó ni qué me inyectaron, que fue algo que prepararon ahí”, señala.

“Hasta hace una semana, mi esposo y yo confiábamos ciegamente en el doctor Luján y su equipo, pero nunca estuvimos claros de lo sucedido el día de mi parto. Cuando leí el artículo, quedé sin palabras y totalmente desconcertada de cómo un ser humano puede ser capaz de engañar y de jugar con la vida de los demás”, relata ‘Alma’ en su narración sobre cómo la citaron un miércoles, le hicieron un tacto con el argumento de acomodar al bebé y en cinco horas ya estaba sintiendo contracciones muy intensas que después se potenciaron mucho más. Luego de que finalmente le hicieran una cesárea, su bebé tardó 10 días en poder respirar bien y el diagnóstico fue el clásico que otras han escuchado: trombofilias, después descartadas por los análisis que le hicieron para su siguiente embarazo.

Olga vivió la misma historia pero además no pudo lactar. Los médicos de Luján argumentaron que a su hija había que darle fórmula porque existía un riesgo de que se le bajara la glucosa —lo cual fue descartado por un pediatra—. Tampoco supo a ciencia cierta por qué su parto terminó en el sufrimiento fetal y una cesárea de emergencia, de la que su hija nació morada y tardó en llorar. 

“Lo que digo es ‘Haz cesáreas’, igual puede dar un chorro de plata decir ‘Yo no hago más que cesáreas programadas’, y se vale que hagas tu lana, pero no se vale que te vendas de una manera y violentes de esa manera a alguien cuando está tan vulnerable”, reclama Olga.

“Todo lo había normalizado”: violencias que no se nombran 

Los partos de Paola, Sara y ‘Julia’, por diversos motivos, no ocurrieron en miércoles, pero también estuvieron rodeados de ausentismo, falta de información y sutiles violencias que no siempre se reconocen a la primera. En el caso de ‘Julia’, el parto ocurrió un viernes fuera de Bité Médica porque aún era época de pandemia, en 2021.

Le hicieron una maniobra mediante un tacto dos veces, durante la labor de parto la dejaron esperando sin saber lo que pasaba, usaron un vacuum o ventosa obstétrica —práctica contraria al parto “humanizado”—, perdió mucha sangre y después, recién suturada, uno de los ayudantes de Luján le hizo otra maniobra mediante tacto porque su útero, según le dijo, no se había reacomodado tras el parto. 

“Tuve su mano como una hora adentro; me sentí violadísima, ya mi cuerpo no era mío, ya era de ellos… Mi doula me confirmó que todo lo que había vivido era violencia obstétrica, pero todo lo había normalizado… Fue muy traumático, yo tuve mucho rechazo a mi hija porque sentía que me había hecho mucho daño”, relata ‘Julia’. Luján incluso le recetó un medicamento psiquiátrico solo durante un mes; cuando dejó de tomarlo, tuvo una crisis de ansiedad que la llevó a urgencias. Hoy sigue en tratamiento de su depresión posparto. 

En cambio, Mariana y ‘Adriana’ llegaron a su consulta por su dificultad para quedar embarazadas. A sus 40 años, Mariana ha tenido cinco pérdidas, la última con Luján, quien al llegar a su consulta le aseguró que, después de unos análisis, la posibilidad de que volviera a abortar se reduciría al 3% con el tratamiento adecuado. El médico concluyó que la causa eran trombofilias y auguró un tratamiento parecido a los que ella había recibido anteriormente. 

En noviembre pasado finalmente se embarazó. En el transcurso de esos meses, la atendieron dos médicos distintos a cargo de Luján. Entre diciembre y año nuevo, tuvo un aborto espontáneo. Para ese último embarazo, le pusieron una vacuna LIT, no aprobada en su totalidad e incluso prohibida en países como Estados Unidos, sin avisarle de ese estatus. La pérdida se le complicó mucho más que las anteriores, y el legrado de emergencia que requería fue retrasado hasta que ella decidió irse.  

En tanto, ‘Adriana’ perdió la cuenta de cuántas transferencias de embriones tuvo, pero calcula que son por lo menos 15 en dos años y medio. Prácticamente solo había un mes de descanso entre ellas. Le ofrecían paquetes en los que el cobro estaba enfocado en las consultas y las transferencias. Además del excesivo gasto y desgaste para su cuerpo, el cobro de congelación de embriones que ella nunca pidió y de los que no tenía conocimiento, reclama también el diagnóstico erróneo mediante estudios sin formalidad que muestran resultados distintos a los de un laboratorio certificado. 

Hoy, ‘Paz’, con un hijo de ocho años que vive con parálisis cerebral severa, concluye: “Creo que no es un error de una vez (el de Luján)… cuando lees que es un caso, y otro y otro, y con temas distintos y mujeres de diferentes edades, diferente tiempo, diferentes años, habla de que él algo está haciendo mal. Entonces, la verdad creo que es muy difícil que pueda pasar algo, pero por lo menos que las mujeres que piensen ir con él, a ese hospital, al tratamiento que sea, lo piensen dos veces”.